lunes, 29 de junio de 2009

Sentido común

Uno no nace destinado a ser atropellado por el sentido común en una de esas experiencias misticas y reveladoras de la vida tal como sucede con la sexualidad, la drogadicción o la vagancia que llegan simplemente porque así tiene que ser.

Cuando Dios se dió cuenta de su error al no poner el buen juicio en nuestro camino, llamó a Moisés y le pasó las tablitas que todos conocemos. Parece que nadie le avisó al señor que ya desde aquel entonces, aún con la ínfima cantidad de población mundial, la gran mayoría de la población era analfabeta, y que muchos de los que no lo eran, o no podían leer hébreo o eran de la clase educada que menos necesitaba ser recordada del buen raciocinio.

Pasaron los eones y entonces los hombres se dieron cuenta que al paso que iban se terminarían aniquilando sin pudor los unos a los otros, y en cada ocasión de manera más innovadora. No es que mucho haya cambiado, porque las intenciones permanecen, pero lo que preocupaba era el ritmo de la destrucción. Después de todo, no es negocio conquistar el mundo y destruir a tus enemigos si no tienes a quien torturar ni esclavizar. Los gobiernos llegaron a la conclusión que tenían que crear algo llamado constitución, que no es otra cosa que los diez mandamientos en versión legal y ultra-ampliada.

Ahora bien, desarrollar el sentido común en las personas es una empresa costosa, y más frecuentemente, fútil. Durante generaciones se han creado reglas que nos orienten hacia la aplicación del mismo, a actuar de forma lógica y congruente. Si resulta obvio que no hay que matar, ni poner los cuernos, ni mentir, ni robar, ni todo eso, el mero hecho de que nos lo tengamos que recordar vía la religión o la ley, hace que nos demos cuenta que nacemos torcidos, con defectos de fábrica como cualquier auto compacto europeo barato exportado a México.

El problema de las compañías, el problema de la gente, el problema del mundo, es que el sentido común no puede ser debidamente compartido. No hay manera infalible de transmitir lo lógico, bueno, y obvio de un comportamiento o raciocinio a un grupo de personas. No importa que sea Dios, los gobernantes o los padres quienes intenten inculcar este forma de ad iudicium. Ahí están los mandamientos, la constitución y las reglas de papá y mamá que desde siempre hemos contravenido.

Una gran dicotomía de la vida es que la reglas nos condicionan para poder vivir y que a la vez vivimos con el objetivo de no querer estar condicionados. Mi apego elemental a la vida me impediría establecerme en Dafur para criar a mis hijos y estar en paz, pero una grosera cantidad de dinero me haría muy probablemente cambiar de parecer.

El sentido común, dicen, es el menos común de los sentidos. Yo opino que es el más costoso, y por eso lo regateamos tanto.

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