domingo, 29 de marzo de 2009

Rutinario pecador

¿Qué hay de malo con la rutina?

No lo sé exactamente, pero comienzo a unirme al grupo de gente en contra de ella. Hoy he ocupado la frase unas tres veces y ni siquiera he bebido una cerveza para tener como excusa el momento de solaz que te hace decir barbaridades. Antes de ponerme a escribir esto, me encontré planeando seriamente escapes extremos en el sentido de ir a una playa de ensueño en la peninsula o a un resort para esquiadores y amantes de la nieve y el frío. Todo ello porque "estoy cansado de la rutina" y "necesito vacaciones" que son de las dos frases más utilizadas por cualquier persona que 1) trabaja bastante y 2) no tiene nada mejor en qué ocupar su tiempo y recursos.

El colmo viene cuando noto que la información del resort en la nieve anuncia a los cuatro vientos que este es el lugar perfecto "para escapar de la rutina". No es que me sepan algo, sino que nos saben todo: la gente está harta, o mejor dicho, se harta fácilmente de sus vidas y necesita romper el molde para sobrellevar sus cruces. Tristemente, esto no siempre significa que puedan hacerlo.

Hay ciertas alarmas que resultan obvias para enterarte que tienes un problema con tu rutina. La primera de ella es cuando rompes la rutina sagrada del fin de semana y decides no salir, convencido que necesitas descansar. A esta la llamamos Rutina de Momentos Libres (RML). La RML es una que nos gusta, nos brinda placeres y nos da la energía para soportar la MRTD (Maldita Rutina de Todos los Días) . Lo que es raro es que al ejercer la RML, nos desvelamos generalmente, nos cansamos al bailar, hablar, hacer el amor, viajar, leer, practicar algún deporte, ver televisión o lo que sea que te plazca hacer cuando no estás ganando dinero. Hacer lo anterior debería, en teoría, desgastarnos más que llenarnos de energía, pero curiosamente sucede al revés.

Es la experiencia de este blogger que el cansancio mental resulta un poderoso enemigo al cuerpo que pide diversión. Es la experiencia de este blogger que la MRTD jode mucho la RML. Afortunadamente, esto ocurre sólo en la medida que uno lo deje pasar. Desafortunadamente, lo dejamos pasar muy seguido.

Las rutinas, de trabajo y de placer, no son malas en sí. Pensemos en la rutina de un padre de familia que al final de un día agotador, verá a sus hijos y los abrazará acordándose con ello de las cosas que valen la pena en la vida. O en la rutina de saber que una vez al mes recibes dinero por los dolores de cabeza de las cuatro semanas anteriores. O la rutina de llamar a mamá y papá y escuchar que a pesar de ser la oveja negra de la familia, todavía te aman.

No se puede evitar la rutina, así que hay que aprender a lidiar con ella, regenerarla, inventar nuevas rutinas. Aún quienes dicen que evitan la rutina a toda costa no lo hacen, realmente el hecho de evitar la rutina es en si mismo otra forma rutinaria de hacer cosas. Cuando una rutina te aburra, te estrese, te dé malos ratos, y esté en tus posibilidades cambiarla, hazlo. Sustituyela por una variedad realista y en los linderos de la RML. Que la MRTD no sea más fuerte que tú.

Ejemplo discutido en cierta ocasión en un bar anónimo, en una ciudad anónima, con una persona aún más anónima:

- Entonces te hartaste de llegar tarde por el tráfico todos los días...¿qué hiciste? ¿decidiste levantarte más temprano?

- ¡No! Ahora lo que hago es variar mi ruta y estacionarme a comprar un café en donde primero pueda.

- ¿Pero y la llegada tarde?

- Pues ya qué madres. De cualquier manera, siempre llego tarde, así que mejor disfruto el paseo y llego de mejor humor.

Mejor actitud, imposible.

jueves, 26 de marzo de 2009

Búscame en Google, baby

Para ser alguien con sueños de escritor y amante feroz de la literatura, su crítica y sus personalidades, tengo muy pocas relaciones dentro del medio. Probablemente porque durante muchos años me negué a aceptar y difundir mi abierto gusto por escribir. Estudiar números y fórmulas en lugar de letras y frases no fue tan malo, pero mis amigos de la vida terminaron siendo casi todos ingenieros, científicos, arquitectos y en general, gente del perfil de ejecutivo mediano para arriba. Pocos humanistas, artistas y menos de los autoproclamados intelectuales.

Es por ello que disfruto mucho chatear con J.R., una gran amiga intelectual que de alguna manera encuentra mi plática lo suficientemente pasable para seguir teniendo contacto conmigo después de casi...¿siete años? ¿ocho?. Algo así.

Jo, como yo la llamo, es alemana y trabaja en una Universität en su país. Es experta en muchas cosas y en blogs militares, lo que sea que eso signifique. En realidad hablamos muy poco de trabajo. En la gran mayoría de las ocasiones comentamos sobre nuestros días en la oficina, o el fin de semana, o las noticias. Es de mis pocas amistades que pueden entender una broma contrastando a Chavez y Musharraf. Y es creo que la única persona de primer mundo que conozco que no le remuerde la consciencia hacer una broma pesada sobre mi condición tercermundista y temer que le retire la palabra de por vida; tampoco tiene problemas en llamarme racista cuando hago un comentario del tipo "los hindués huelen feo". Nos salva el hecho de la distancia y que realmente nos respetamos bien. Es rara porque es alemana y agradable en ocasiones. Y así se lo he dicho.

Pero en algún momento indagué más sobre sus escritos, publicaciones, colaboraciones y demás. Le pregunté si tenía un blog o algo así. Su respuesta me hizo sentir tan estúpido que no me queda más que reproducirla: "just Google me, baby" me dijo con la paciencia de una intelectual rebajando su nivel para un antropófago africano. ¿Quién pregunta hoy en día sobre el background de alguien si para ello existe Google?

Encontré entonces sus papers, blog y otras colaboraciones. Noté muchos de los capítulos en que había participado en diferentes libros y leí algunos.

Luego hice lo lógico consiguiente: tecleé mi nombre en Google y mi ego saltó. Colaboraciones en algo que tenía años de no hacer, menciones en cosas que ya ni recordaba. Fotos que retrataban a este blogger con más kilos de inocencia encima. Pensé en lo dicho por Jo, "just Google me, baby" y me pregunto si algún día tendré la estatura intelectual y la personalidad necesaria para decir eso a alguien.

Y sobre todo, ¿a quién se lo diría?

miércoles, 25 de marzo de 2009

Un rostro duro

Las salas de espera en los aeropuertos tienen todas algo en común: desesperan, aburren y crean ansiedad. Es por ello que la gente compra revistas, busca el área de cafés más cercana, tontea con los souvenirs, y hasta contempla los aviones en tierra, que resulta ser una de las cosas más flemáticas que se pueden hacer. Es como observar detenidamente una pelota de fútbol por largo rato y darse cuenta que no da satisfacción. Para eso hay que verla rodar, volar.

Sentado y sólo como estaba, opté por la enferma y estereotípica actitud de los chicos veinteañeros de sacar mi laptop y engancharme a la primera red Wi-Fi gratuita disponible. Esto en sí es todo un reto, porque si estás en un aeropuerto gigante de talla internacional encontrarás tantas opciones que el mismo hecho de lograr conectarte a una de manera adecuada es distracción suficiente para aligerar la carga del tiempo. Listo. Online.

Ya saben. Lo típico. Conectarse al mensajero instántaneo. M. estaba en línea conectado - casualmente - en otra sala de aeropuerto grande, ruidoso y aburrido en Medio Oriente. Comencé a chatear con mi estimado amigo y así hubiese seguido tranquilo de la vida por un tiempo a no ser por esa sensación impalpable que recorre la piel cuando eres objeto no del deseo sino de la mirada fija de alguien a unos metros de tí.

Era una anciana con maletas como para sobrevivir a un encierro de quince años después de una catástrofe nuclear. Estaba sola, y me miraba en la misma pose fría que una celadora nazi podría tener después de un cansado día atormentando prisioneros. La mujer de edad tenía el cabello largo, a media espalda, y blanco blanco blanco como los magos de los cuentos de Harry Potter y El Señor de los Anillos. Suelo sostener miradas para indicar que mi espíritu no es débil, pero a ésta mujer no le pude aguantar mucho tiempo. Por algún motivo, su mirada acusadora total me hacía sentir culpable.

Realmente esto último de hacerme sentir culpable no era muy difícil de lograr. Estaba en Bogotá y ya había pasado tres revisiones - uno con unas agentes aduanales muy lindas y dos con militares hijos de puta - por lo cual mi equipaje y dignidad violadas se sentían muy prestas a confesar mi participación en una red internacional de mafiosos, aunque sólo fuese un invento para evitar la tortura. La mujer bien podría haber trabajado como cuarto puesto interno de control. Le iba a resultar fácil: te miraba, y si no contabas con la paz mental e inocencia de un niño de tres años, no ibas a poder sostener esa visión. Culpable inmediatamente entonces. Carcel y deportación.

Intenté distraerme con M. indagando más de su entrenamiento en Egipto o un lugar así. Yo le decía que iba en transito hacia Panamá - creo - y que sería bueno reunirnos en Diciembre como siempre, etcétera, etcétera, etcétera. Pero no podía dejar de sentir la pinche mirada clavada en mi. La mujer me seguía viendo. Tal vez era ciega, y sólo tenía el rostro dirigido de forma que yo resultaba ser su vector personal. Quién sabe.

Decidí atacar mirándola también, sin la misma intensidad - que no podré lograr hasta que tenga un look al estilo Gandalf - pero por breves instantes uno tras otro. Tenía facciones arrugadas, pero no discordantes. Los ojos eran pequeños, pero potentes. Boca pequeña, cabello largo como ya les decía. Si esto fuese uno de esos siglos oscuros, podría fácilmente haberme parado a gritar que era una bruja y la hubiese hecho quemar en la hoguera más cercana (dado que por acá incineran mucha droga, sería fácil encontrar una).

Finalmente llegó la hora y me levanté. Cerré la laptop y caminé hacia el ritual de acomodarme sin pisar los pies a alguien dentro de una cabina diseñada para la máxima incomodidad de aquellos pobres diablos que no compramos boletos ejecutivos de primera clase.

Saqué aquel grandioso celular que amaba e hice una llamada a mi contacto en la ciudad del gran canal que me costó lo mismo que cinco cervezas del Hard Rock Café para avisarle no recuerdo qué. Entre eso, y entretenerme escuchando conversaciones ajenas y hojear la revista de la aerolínea olvidé a la viejita.

Pasaron los años hasta ayer, cuando salí de la oficina. No hay mucho que ver en las calles aledañas al edificio, así que ves lo que puedes. Justo pensaba en la necesidad de llamar a mi destino e invitarla a cenar cuando una convulsión casi hace presa en mi: ¡la viejita de Bogotá caminaba sobre la misma acera que yo y me veía fijamente!

Caminé más lento. La miré de manera muy poco discreta rayando en la grosería de la descortesía social.

No. No era ella. Pero carajo que sí se parecía mucho. Sus dos ojos también potentes la hacían parecer la misma mujer del rostro duro de unos tres años atrás. No era la misma, pero la dureza de sus facciones taladraron mi resistencia a su mirada. Dudo mucho que ésta versión local de mi miedo hecho rostro haya reído alguna vez en su vida.

Qué triste, porque después de verla me dí cuenta que no me hacía sentir culpable ya en lo absoluto, y que por el contrario, su visión me hacía recordar buenos tiempos.

Yo sí reí. Y luego contacté al destino.

domingo, 22 de marzo de 2009

Confieso que yo Gatopardo

¿Tú gatopardo?

¿Qué demonios se supone que significa eso?

Okay. Entiendo. Tú no gatopardo.

Era la época en que estrenaban Arráncame la vida y yo vagaba en un Sanborns, viendo todos los libros que no compraria ese día y otros que nada más nunca. Superación personal. Esoterismo. Cómo resolver tal o cual problema. Tutoriales de todo, desde cómo pintarte las uñas de los pies -usando Linux, claro está - hasta cómo montar, configurar y presumir un lujoso servidor (de pornografía) estilo IBM para tu empresa de tres empleados - también con Linux, nomás para seguir luciendo sofisticado.

No faltaban las grandiosas novelas con títulos en latín o con alguna oscura referencia a los Iluminatti, Templarios, Códigos, o Secretos. Estaban los libros de chicos vampiro y chicos magos y chicos entre una de esas dos categorías, porque está visto que el novelista que piensa en jóvenes sufre de algún transtorno psicológico que le impide desarrollar trama alguna basada en este mundo, el cual les puedo asegurar con absoluta confianza tiene muchas cosas interesantes que compartir.

A punto de estallar en una crisis de nervios por la falta de algo digno y decente para leer, dirigí mis pasos a la salida y busqué la insulsa Foreign Affairs - mis residuos de pensamiento derechista necesitan actualizarse cada cierto tiempo para que mi sentido liberal que ocupa el otro 95% de mi cuerpo pueda tener algo con que pelear - cuando mis ojos tropezaron con Daniel Giménez Cacho en pose de jefe-mandamás-playboy-a-fuerzas-yo-soy-chingón-y-hasta-la-hago-de-modelo.

Repito. Eran esos días en que todo el mundo hablaba de su película y lo suertudo que era por poseer en once de cada diez escenas a Ana Claudita Talancón. Maldito suertudo. Verlo en una revista me resultaba igual de familiar que saludar de beso a mi esposa. Luego recordé que no tengo una y que tampoco estaba tan familiarizado con éste tipo que me había impresionado ya en su actuación desde otros papeles. Hora de hojear esa revista de nombre raro.

Gatopardo...Gatopardo...¿Quién le pone nombre de animal a una revista de...? Espera. ¿De qué es ésta revista? Hojear, hojear, hojear. No es de política. Bueno, no al cien porciento. ¿De moda? No. Las modelos apenas ocupan unas tristes páginas. Eso sí, qué fotos. Sigamos. ¿Es de actualidad? Pues no, ni tanto. No he encontrado referencia a Britney y todos sabemos que eso dicta lo que es - y no - actual. Vale. me rindo. No sé cómo definir a esta revista.

Pero me gusta.

Revista manoseada y sostenida por más de cinco minutos es revista comprada, leída y releída, almacenada y compartida. Desde ese número me volví el fan número ene.

Y así con tiempo llego a la conclusión que el nombre está...bien. Después de todo, ¿quién demonios sabe exactamente lo que un gatopardo es, sin correr a Wikipedia? Interesante resultan los anunciantes. Leer los artículos y encontrar publicidad de cosas que tengo o quiero tener me hace sentir identificado. Oh, yeah baby: qué hombre tan moderno soy. Y enseguida viene el contraste. La línea editorial no es izquierdista per se, pero el ángulo dado a cada uno de sus reportajes, comentarios, pies de foto, etcétera, revela una pendiente tan tendenciosa a hacer enojar a muchos amantes del lado conservador de las cosas que sorprende el número de marcas que apelan a ese mismo mercado anunciándose en sus páginas.

Creo - y es mucho asumir, pero qué más da - que el encanto "gatopardezco" no yace tanto en su ameno diseño editorial, o en la rica selección de textos, como en el estilo impreso a cada línea, donde se demuestra que se puede ser cool, sin perder lo profundo; donde se hacen guiños al lector, pero no se le engaña.

He pasado momentos muy buenos leyendo Gatopardo, y decidí que era hora de dar a conocer todo esto a mis dos fieles lectores de este blog - aunque hay datos inconclusos sobre la posibilidad de una tercera persona rondando por aquí de vez en cuando de acuerdo a informes clasificados.

Gatopardo cuesta lo mismo que tres cafés , pero garantizo que vale mucho más la pena que las dos horas que tendrías que pasar cotilleando con las amigas para tomarte esa cantidad de tazas. Ahora que si no te gusta correr riesgos, entra al sitio web y engánchate de las portadas, los perfiles, los reportajes, y las notas que hacen una justa contraparte a la calidad de la revista física.

Si el Español fuese un poco más justo, podríamos hacer un verbo del nombre de la revista, con el cual al decir que tú gatopardo indicas que te gusta lo nice, pero no eres banal.

Eso espero.

viernes, 20 de marzo de 2009

Puchis y sus amigos

A la memoria del Rocky: el último gran perro.

Soy lo suficientemente autocrítico para saber que mi egocentrismo no me permitiría brindar atención a una mascota. Tal es la razón por la cual no tengo una. Dejando de lado mi experiencia con aquel gato homosexual - con todo respeto a la comunidad - que en lugar de ahuyentar ratones los hacía sus amigos del alma, no me ví nunca en la necesidad "humana" de complementar mi vida, circulo social y actividades con las babas de un perro, las caquitas de un gato, o las pestes de algún pajaro. Mucho menos con la indiferencia de un lindo pececito.

He conocido muchos perros con nombres tontos, lo cual en la gran mayoría de los casos me ha sorprendido al grado de necesitar escuchar el nombre dado unas dos o tres veces seguidas para digerirlo. Realmente, y aquí lo confieso, olvido sus nombres pasados unos buenos diez segundos y adopto la actitud pedante de bautizar por mi cuenta a todos esos perritos con nombres ridículos por igual. Que los llame Puchis a todos no es su culpa, sino de sus dueños.

Ellos - sus dueños y dueñas - pasan por gente de buena cuna y adecuada educación e inteligencia.Y lo son generalmente. Pero cualquier grado de sofisticación cae unos veinte metros bajo tierra cuando llega la hora de nombrar Bebé a un perro resultado de la "cruza" entre un caballo y un puto jabalí. El Bebé me ve, ladra como si un rinoceronte lo estuviera haciendo suyo y me enseña los malditos dientes en gesto de amistad eterna y sincera. No me espanta. La cadena que los elfos tuvieron la gracia de regalar a la dueña - casi siempre es dueña - hace bien su trabajo, así que puedo devolver el sonriente gesto al animalito y pasar a escasos centímetros antojándole mi pantorrilla de la forma que a mi se me antojan las simples alitas de pollo.

Bebé, Chiquito, Puchis, Cosita, Querubín y compañía ya me conocen. Me han olido, me han visto, me han escuchado, y siempre actúan como si fuera un chingado extraño diferente en cada ocasión. Les pido mentalmente que ya me superen. Entiendo que su odio enfermizo a mi presencia es el resultado directo de mi odio a la suya. Yo al menos tengo un motivo válido para ir a la casa de la dueña o dueño, ¿pero ellos? Nadie realmente se siente seguro con un perro como único vigilante. ¿Qué tanto puede vigilar un perro que duerme igual que sus dueños, que no necesita cazar para vivir, sino que abre el hocico y recibe whiskas para perros al instante? (ya sé que no hay whiskas para perros, pero como podrán ver el tipo de alimento que ingieren me da igual)

Si tengo que ser honesto con las razones psicológicas de por qué detesto a los perros, diría que todo se debe a aquel pequeño incidente con la Laika, a los 9 ó 10 años. La muy perra - Doberman - no me dejó ninguna marca física permanente porque Dios es grande y porque yo nací con superpoderes regenerativos. Ya saben.

Realmente estimo mucho a mis amigos, los miembros de la Liga Extraordinaria y anex@s. Y siempre he soportado estoicamente los perros de aquellas personas a las que procuro. Pero hoy después de ver la mandibula sedienta de sangre del perro número mil de mi vida y pensarlo como por tres minutos he decidido que era hora de darles a conocer mi opinión. Los perros merecen conocerla.

Y claro, las perras también.

martes, 17 de marzo de 2009

La Rayuela de Julio

A Betty Galeana, quien me hizo lector.

Rayuela es un fresco que Degas nunca pintó. Una película que a Kubrik no se le ocurrió. Una idea que los griegos no tuvieron. Una canción que Farinelli no pudo ejecutar. Un discurso que Descartes no escribió. Un respiro que el primer maratonista ya no sintió.

Rayuela es una bofetada de colores y argumentos, discusiones y personajes que si su mismo autor no lo hubiese sugerido, años habrían tenido que pasar para que alguien hubiese dado con la técnica correcta para leerlo: nunca en orden, jamás de un tirón. Largar, no ir.

Hay libros, como la Biblia, que se dicen aptos para ser abiertos y leídos en equis capítulo, ipso facto. Rayuela es otro. Vas al café, al parque, a tu cama, al baño, en el vuelo, en la tarde triste y aburida en el patio de tu casa, lo abres, y te sumerges. Y así te pierdes. Lector, autor, libro se funden para insultarse unos a otros. El lector trasgrede la memoria del autor dilucidando por qué demonios no fue un poco más claro en ciertas cosas. El autor le dice al lector lo intelectualmente ínfimo que es todo el tiempo, y el libro de los tres es el que más se divierte. Como cualquiera que atestigua el duelo de dos que pelean pero no se pueden dejar.

El argumento universal del amor se junta con la también universalidad de la vagancia y el eterno y ansiado placer de bohemias continuas, reflexiones sin fin y revelaciones inocuas y no tanto.

Si no fuese porque pertenecen a dos generaciones tan contrapuestas, pensaría que Cortázar aplicó los principios de un joven Gibson: probar cada droga disponible en este planeta. Y pensaría también que el resultado fue su ecuménica obra, tan grandilocuente que entre más escribo sobre ella, más pequeño más siento.

Julio - si tuteo a quienes no conozco tanto, ¿por qué no a alguien de quien ya he leído su mente? - no dejó libre practicamente ninguna arista del estilo literario. Lo mismo un pequeño poema aquí, un extracto de columna periodística acá, dramaturgia, relato en primera, tercera, quinta y ene persona, narración científica y empírica, hasta mi parte favorita, la invención de palabras que ayudan cuando las que existen simplemente resultan tontas.

Dentro de mi cuota de relatos eróticos con los que me he topado en cuanto libro puedas imaginar, este es mi favorito:

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavamente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y aramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la resta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

Después de algo como eso, no queda más que prender un pinche cigarro, sonreir, y pensar en lo bueno es que haya habido tipos como Julio escribiendo cosas como Cortázar.

lunes, 16 de marzo de 2009

La cuota

Computadora.

Televisión.

Teléfono.

Naves espaciales.

Condón.

Reloj.

Celulares.

iPod.

Los Oxxos.

Pregunta a cualquier amigo cuál cree que es el mejor invento de la humanidad y es muy probable que mencionen alguno de los de arriba. Yo difiero.

Y difiero no porque no me importen, o porque no crea que son útiles o porque no los use. No, no tiene nada que ver con eso. Difiero porque hay uno que todos, todos, todos absolutamente usamos y a la vez odiamos. Irónicamente es su omnipresencia lo que lo hace invisible. Es el único otro concepto que junto con el de la muerte la humanidad ha reconocido como imposible de eludir.

Así es. Efectivamente hablamos de los impuestos.

Dicen que ser mexicano es un orgullo. Y los de Ecuador creen que ser ecuatoriano lo es. Los chicos de Bielorrusia piensan igual de su país y así todos los demás.Vaya, hasta los de Uganda han de pensar con el mismo optimismo. Ser nacional de un país y estar orgulloso de ello tiene el mismo valor que estar orgulloso de la familia: ni la escogiste, ni la diriges y a veces ni la conoces toda. Pero estás ahí, atrapado de por vida y si naciste con buena estrella, tu grupo (tu país, tu familia) valdrá la pena. Hay unos más suertudos que otros y tienen a ambas situaciones a su favor: un país con oportunidades y gente que vale la pena, así como una famiia en la cual apoyarse y construir.

Pero nada es gratis. Y aunque hoy no hablaré de la familia, sí hablaré del hecho de sentirse patriota, mexicanisimo (o ugandicisisimo, o costarricensisimo, o lo que sea), nacionalista y defendor de la gran herencia de un país, que te repito, no escogiste.

Nacer tiene un costo geográfico, político, cultural y monetario enorme. Varios de esos factores se pueden muchas veces eludir con el tiempo y sobretodo con el desarrollo de capacidades de razonamiento medianamente aceptables. Pagar impuestos ha sido desde siempre la cruz que nos persigue sin importar donde estemos. En México tenemos el IVA, el ISR, el nuevo impuesto sobre ciertas cantidades depositadas en nuestras cuentas sin referencia fiscal, el ISAN, la Tenencia, el impuesto por ser guapo (alguno me tenía que ahorrar), el impuesto por decir estúpideces, el impuesto por tener el privilegio de contar con Televisa y TV Azteca, así como el impuesto por gobernantes de lujo.

Está claro que nadie, nadie, nadie en este planeta paga sus impuestos con alegría. Nadie ni siquiera los paga con una mediana sonrisa. Pocos son los que vacilan en hacerlo, porque saben que el gobierno puede perdonar cosas menos importantes - como violaciones, secuestros, corrupción, ineptitud, burocracia lenta, declaraciones infortunadas, malas negociaciones sobre patrimonio nacional - pero jamás la falta del pago puntual de impuestos al herario público.

Sabemos que los impuestos se cobran desde hace miles de años. Tiene cierta lógica que el grupo de gente en el poder cobre a sus subditos para tener recursos y así edificar obras, pagar salarios, apoyar proyectos, etcétera. En resumen: para poder ofrecer un nivel de vida satisfactorio a todos. Me das tu dinero, pero lo vamos a usar para darte algo a cambio, ¿okay?

Durante mi etapa de mozo (más) inocentón antes de entrar a la universidad, recuerdo haber sido testigo de las extorsiones clásicas - a esa edad yo creía que eran clásicas - por parte de los más rudos, fuertes y cabrones "alumnos" de nuestro salón hacia los más débiles pendejetes. Yo no estaba en ninguno ni otro bando, lo cual me permitía divertirme en silencio viendo cosas como...

- Orale chamaco, es hora de la cuota.

- ¿Qué cuota?

Dos golpes ampliamente sonoros en la corona craneal hacían reaccionar al sujeto de la extorsión. Entendía que tenía que dejar de comprar su torta y refresco el día de hoy gracias a los dos madracitos leves y al gesto internacional de la mano esperando dinero.

No hubo nunca necesidad de violencia. Todos los pobres pendejetes entendieron la cuestión de la cuota en el acto. No como una carga a su plácida vida dominada por la mafia escolar, sino como un hecho establecido del ser humano, en el cual si quieres seguir contando con todos los miembros de tu cuerpo, debes entender que ello conlleva un costo.

Fui, entonces, testigo de la historia: ví cómo nacieron los impuestos.

jueves, 12 de marzo de 2009

La reunión bohemia inesperada

La llamé. Me contestó. Nos pusimos de acuerdo. La alcancé.

Una casa más, otra fiesta cualquiera de jóvenes celebrando eso, su inicio a la vida de adultos con las ventajas de poder echar la culpa a su inexperiencia. Había brandy, whisky, cerveza, vodka y ya. Creo.

No conocía a nadie, pero esas botellas y las cajetillas de cigarro me hicieron ver que el hielo se rompería en unos cinco segundos. Y así ocurrió efectivamente. Me senté en la mesa de la cocina hecha búnker con la confianza que te da el saberte más viejo y colmilludo, saber que te invitó la chica linda y saber que con mi entrenamiento de agente secreto en los cuarteles clandestinos de la CIA y mis habilidades de combate aprendidas en algún remoto templo oriental en el Tíbet podría derribar a cualquiera que osara darme problemas. Afortunadamente nadie tuvo que morir por mis manos esa noche.

Habían varias cosas fuera de lo común. Primera: estos chicos no tomaban por el mero hecho de tomar y perderse en el alcohol - aunque era muy factible que así terminara ocurriendo -sino con la intención total de platicar y ponerse al día en sus andanzas. Probablemente esto a mi circulo y a la Liga Extraordinaria le parezca irrelevante porque es lo que hacemos siempre. El alcohol nos ayuda a platicar más libremente, pero finalmente platicar y convivir son los ingredientes necesarios, y como side dish tenemos el alcohol. Pero eso a los 21 ó 22 ó 23 ó ya puestos a los 24 años no es tan común. La idea es embrutecerse per se.

Segunda: la música de fondo estaba varios decibeles debajo - ¡debajo! - de la escala donde el cerebro empieza a confundir sus propias ondas y sustituir los pensamientos con sonidos inexpugnables, lo cual por ende hace que tus movimientos se vuelvan torpes y descoordinados. En esta ocasión, en contra de todo lo que yo esperaba, se escuchaba la voz de José José, Roberto Carlos, y claro, Edith Marquez. Como ese giro inesperado de cantantes en una tertulia de veinteñeros no entraba en mi entendimiento del grupo - del cual para ese momento ya era también mi grupo - tuve que encontrar fórmulas eufemísticas para preguntar si los papás de nuestro anfitrión, J. de no más de 24, habían quemado los cedés de Daddy Yankee, Wisin & Yandel, etcétera. No, para nada, me dijeron con sus sonrisas amplias. ¿Si saben que existe algo llamado reguetton que toda la gente de su edad escucha con aires de caer enfermo si no lo tienen a la máxima potencia? No nos incomoda. Pero aquí escuchamos esto, ¿bien? Bien.

Y como yo también escucho eso muy seguido, seguí tomando brandy y platícando con mis nuevos amigos.

Le llegó el turno a la chica fan de Edith Marquez. Platiqué con ella después de darles consejos de la vida a otros dos, y comparar amistades con otros para darnos cuenta que el mundo es una insultante pelota de pelos conectados todos contra todos. Para cuando me dí cuenta la chica que platícaba las grandes obras de la Marquez ya tenía el control de nuestra conversación y no me quedó más que rendirme, prendiendo otro cigarro, cambiando de bebida, y abrazando comodamente a la nena que me había invitado.

Yo ignoraba como un 99% de la vida y logros de Edith Marquez, a excepción del hecho que había participado en la inolvidable serie de "Papá Soltero" con César Costa. Pero esa noche logré titularme con una maestría en la mujer gracias a la información proporcionada por su fan #1. Ignoraba yo el potencial, destreza, subliminalidad de la voz y aptitudes de la histriónica Marquez. Finalmente la chica que me ilustraba fue lo suficientemente civilizada para no hacerme sentir mierda por mi ignorancia y con gracia, estilo y naturalidad me iluminó en el sendero del verdadero conocimiento musical de Edith.

La noche terminó como debía terminar. Y yo recordaré a esos chicos que me dan esperanza en creer que el mundo aún tiene salvación.

miércoles, 4 de marzo de 2009

La orquesta de la vida

Dedicado a mis amigos músicos y a mis amigos directores de orquesta.

Y claro, a los que asisten al concierto.



La cultura de la negación ataca sin piedad a sus victimas.

Encuentro que el "gandallismo" en México esta enraízado en esta cultura: alguien más siempre tiene la culpa o la responsabilidad de nuestros actos o resultados; un elemento externo siempre afecta nuestro desempeño enmascarando así - posibles - ineptitudes y falta de planeación.

Somos tan colectivamente adeptos a esta cultura que creamos ficciones, paranoias e ideas oscuras para encontrar al victimario principal. En una crisis, de acuerdo al fabuloso Umberto Eco, volteamos a todos lados para determinar qué nos pasó y terminamos creando conspiraciones para no aceptar que la suma de todas las decisiones (o falta de) fue lo que nos llevó a la hecatombe en la que nos vemos.

Lo veo seguido. Me pasa seguido. Me lo cuentan seguido.

Es una persona a cargo de otro grupo de personas. Llámalo director de orquesta. El conjunto toca mal, desafinado, algunos no llegan a las prácticas, otros se presentan sin la actitud. La culpa es de ellos, me dice esta personita, porque son flojos, no quieren hacer nada, no saben tocar bien, no nacieron para esto, el gen del talento musical les fue extraído después de una increíble abducción extraterrestre, etcétera.

Tú eres el director de orquesta, quisiera tener el valor de decirle. Y tú eres el responsable, quisiera gritarle. Nunca lo hago con el impetú que debiera, y aquí mi pecado capital, porque ciertas reglas de etiquetas taladradas en mi cerebro desde que tengo cierto uso de razón me impiden embarrar culpas tan directamente a alguien a quien tengo que ver en todos mis horarios de trabajo. Sí de por si es un mal director de orquesta, ¿qué necesidad tengo de hacerlo sentir más mierda?

Y entonces llega el puntapié del sentido común y - aparte de hacerme mentar madres - me deja pensando profundamente. Si él es el director de orquesta, yo soy el pinche jefe de la mesa directiva que financia los trabajos de la orquesta, así que su fracaso es mi fracaso también. Qué visión. Repito: su fracaso es mi fracaso también.

Pero no. El no está haciendo bien las cosas. Le estoy dando todo: un lugar donde ensayar con sus músicos, dinero para pagarles, horarios para conciertos, público para los aplausos. Le estoy dando todo.

Y nuevamente: negación. Repito diez veces: yo soy responsable, yo soy responsable, yo soy responsable, yo...bueno, ya tienes la idea. Cero negación.

El director podría argumentar que también les da todo: su tiempo para ensayar con ellos, su conocimiento y experiencia que le tomaron décadas adquirir.

Entonces es quizás falta algo más.

El problema se pone más interesante cuando volteas y te acuerdas que no tienes únicamente un director de orquesta, sino diez, o veinte. O treinta, ya qué. Y cada uno tiene su propia orquesta a cargo y cada cual llega a ti llorando por sus problemas. Y otra vez: sus fracasos son tus fracasos.

Y los directores se juntan un buen día, platican, lloran en conjunto y recuerdan los buenos tiempos cuando todo era bonito, rememoran sus trabajos con aquellos músicos excelentes y las grandes hazañas que lograron en el pasado. El excelente trato que los jefazos de la mesa directiva les daban en aquel entonces. Todo, todo, todo era mejor. Añoranza.

Aquellos que ya no quieren avanzar siempre verán el pasado con más añoranza que nunca. Miedosos, dicen algunos atrevidos. Viejos, los cataloga la vida. Acabados, les dicen sus enemigos.

¿De dónde viene todo esto?

Nacemos con el estigma que la responsabilidad (culpabilidad) es mala per se. La religión occidental nos inventó a Adán y Eva y a ellos los podemos culpar por desatar nuestra expulsión del Edén apenas en el inicio del mundo debido a sus ganas de jugar con sus cositas. Ahora todos tenemos que pagar con penurias y sacrificios viviendo en el pinche infierno por la calentura de esos dos.

Pero como grupo biológico nos vamos refinando y se nos van ocurriendo mejores (?) ideas con el paso de los milenios. Así llegamos a desarrollar algo llamado sociedad. Y ésta ha resultado el instrumento último de control para apaciguar responsabilidades. Todos puede señalar directamente con el dedo a todos. Se vale. La culpa es colectiva, los miedos individuales y los gritos están entremezclados.

La sociedad está diseñada para limitar y castigar. No está bien visto por la sociedad cosas que nos hacen sentir bien: fumar marijuana, dormir mucho, trabajar poco, actuar estupidamente de vez en cuando, tener varias parejas, consumir alcohol, conducir a velocidad rápida (¿para qué demonios fabrican esos carrazos que piden a gritos ser llevados a sus extremos?), etcétera. Los virtuosos dirán que ello es debido a ciertas cuestiones éticas. Y es cierto, no podemos hacer todo lo que queramos todo el tiempo porque entonces afectamos a terceros (generalmente) y ello no encaja en los parámetros del arte de vivir bien. Vale.

Sin embargo, los opuestos premiatorios no existen de manera institucionalizada en la sociedad. Alguien que paga sus impuestos a tiempo, que no acumula multas de tráfico, que no es convicto de crimen alguno, jamás recibe reconocimiento. Es el ciudadano promedio que no se mete en problemas. Pero no hay mayor motivación ni aliento en el ser bueno más que el hecho que todo el mundo te dice que así debes ser. En otras palabras, la sociedad castiga, y castiga fuerte, pero no premia. Y de ahí se deriva todo lo demás.

Regresemos a la orquesta.

Me dicen que una palmada, una buena palabra de aliento, un gesto positivo sincero, son herramientas muy poderosas si las empleas en tiempo y forma. Tal vez. Somos humanos después de todo y necesitamos esos estímulos para funcionar. Y si un buen director de orquesta los recuerda, los músicos tocarán mejor.

Pero yo creo que aún sin la palmada ahogatoria en la espalda, sin la sonrisa brillante y sin la palabra precisa, los directores deberían hacer bien su trabajo, los músicos deberían tocar bien y las cosas deberían funcionar sin tanto problema. Después de todo, tenemos una responsabilidad. Y si nos negamos a desempeñarnos bien porque no hay estímulos estamos nuevamente cayendo en la cultura de la negación.

Y a menos que seas un criminal psicópata, dudo que te guste ser etiquetado del lado negativo.

martes, 3 de marzo de 2009

Sobre el internet

Hay pocas cosas improbables de ocurrir en el contexto mundial actual, y una de ellas es que el internet*, la red tal cual el imaginario social la entiende, deje de operar. Esto es porque su diseño, que no medular ni democrático, ha desperdigado a los principales servidores que alimentan, orientan, y conectan en puntos tan geográficamente estratégicos de la misma manera que un perro excarva y entierra su huesos en puntos que sólo él entiende y conoce por todo el patio trasero.

El internet no es únicamente la web, aunque así es entendido probablemente por un buen noventa por ciento de sus usuarios. Para lograr tu conexión a la red debes depender de un proveedor de servicio, y aquí me detengo en mi explicación dado que no quiero aburrir a los miembros de la Liga Extraordinaria (LE) expertos en redes que sé me van a sacrificar en vida si oso cometer alguna imprecisión. Digamos pues simplemente que la red es un fenómeno tan complejo que una vida de estudios apenas te hace digno de volverte experto con esfuerzos.

Todo esto viene a mi interés por la recurrente frase que escuché en una de las últimas reuniones no-LE a las que he asistido. La mujercita se disculpaba con su amigo por no haber respondido a un mensaje de correo electrónico. Como no grabé la conversación, y apenas pude preservar el espiritu de la misma en mi débil memoria, he aquí algunas de las posibles cosas que dijo. Al final, todas son lo mismo. Todas las siguientes afirmaciones comienzan con un "Es que..."

  • ...se cayó el internet.
  • ...falló el internet.
  • ...se desconectó el internet.
  • ...no había internet.
Preocupado por tal grave afirmación, repasé mentalmente el conjunto de mis fuentes de noticias técnicas a las que me sumerjo a diario. Ni Wired, ni Slashdot, ni la sección Tech del NYT, ni Google News habían reportado un ataque coordinado contra las instalaciones - algunas de ellas militares - de los trece servidores mundiales principales que almanecenan los registros DNS entre otras linduras del núcleo de la idea de lo que es el internet. Digo, de entrada habría sido imposible para mi leer sus noticias sí ello hubiese ocurrido.

Así que no, ésta niña no hablaba de un problema real con el internet, sino con el internet, dícese del cable módem que tiene en casa o la pésima calidad del servicio de su proveedor de conexión a la red.

Vaya susto.

Teóricamente, para que el internet - que no el internet - fallara en su totalidad, tendrían que atacar, destruir y desconectar efectivamente estos trece puntos alrededor del planeta al mismo tiempo, ya que aislando únicamente uno, la carga se pasaría a los otros doce, atacando diez, la carga la llevarían los otros pobres tres, y así. La red se volvería lenta y algunos dominios no podrían resolverse de manera pronta llevando esto a un caos de tráfico pero ni siquiera cerca de decir que "no hay internet".

No critico a la chica. Ella creo que es contadora, o enfermera, o algo así. Su conocimiento de las intimidades de redes informáticas están tan alejado como el mío en preparar un pato a la naranja con sufle de higado de ganso. ¿Freir o cocer? Dios me libre de esas decisiones.

Sin embargo, una vez aprendido algo, deberías usarlo y aplicarlo, y no seguir diciendo sandeces como que falló el internet. ¿Por qué? Simplemente para no provocar un paro cardíaco a un ingeniero en redes, experto en informática, investigador computacional o técnico en sistemas sentado en la misma mesa que tú durante una afirmación de tamaño pandemonium.

Piensa en la cantidad de problemas que provocaría una falla masiva de la estructura central de la red de redes. Visualiza:

  • millones de jóvenes suicidándose à la Kurt Cobain por no poder entrar a sus cuentas en Hi5, Facebook, MySpace, Fotolog y cargar mierda en línea.

  • millones de rompimientos por las relaciones a larga distancia donde uno y el otro no pueden acceder a su mensajero instántaneo favorito para decir lo mucho que se aman y enviarse fríos besos virtuales;

  • millones de casos de ataques de pánico y desesperación para aquellos a punto de enviar un reporte crítico de la escuela o del trabajo, prescripción mundial de bencendrina, aspirinas, tabletas de tafil y cosas así para calmar la ansia global;

  • millones de viajeros decepcionados y aburridos esperando confirmaciones de vuelos y reservaciones que ahora no llegaran, conformandose con ir a acampar al parque de la ciudad o hacer un miserable recorrido en auto con amigos y/o familiares cuando Paris, Honolulú, Punta del Este o Ibiza quedaban a la vuelta de la esquina;

  • millones de bloggers histéricos y violentos por no poder publicar su filosofía barata al por mayor a su séquito de fieles e incautos lectores :-O
Millones de tragedias, pues.

Así que si la bolsa cae, los políticos siguen haciendo estúpideces, el trabajo sigue siendo igual de tediosos que siempre, los amigos no están, la familia se deshace, y la programación en cable es malísima, que nada de ello nos preocupe: seguimos teniendo internet y eso es lo que único que importa.

Y si no estás de acuerdo, ¿qué haces aquí?


Haz clic para Menú principal.

Haz clic para Características especiales.

Haz clic para Final alternativo. Clic.


Millones de tragedias, pues.

El internet no es el conjunto de computadoras conectadas en red a nivel mundial, sino el poderoso uso que una masa de usuarios altamente concentrada logra ejercer de un conjunto de herramientas informáticas que se pelean por su atención constante. Ser libres en la actualidad ya involucra más cosas que la mera oposición a la opresión de un gobierno, o a la batalla contra ideas retrógadas, o la lucha contra los dominios financieros. Ser libre involucra capacidad de crítica y real independencia de un elemento como la gran red que por si mismo no es malo, pero pocas cosas que tienen ese giro realmente empiezan del lado oscuro. Esperemos ser menos de Darth Vader y más de Luke Skywalker al final.


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*La palabra Internet se escribía así, con mayúscula inicial, hasta que un buen día el editor en jefe de Wired se despertó y decidió que no, que sería publicado como internet, con minúscula. Esto fue probablemente hace unos dos o tres años. Se levantó mucha polémica al respecto y todo mundo tenía una opinión. Finalmente, quienes entendemos que Wired es a la difusión de la tecnología lo que Il Observatore Romano es a la fé católica, adoptamos - por los mismos principios de Wired - desmitificar la palabra.