miércoles, 31 de diciembre de 2008

Razones para extrañar a los doce de atrás

Descubrí quiénes son mis verdaderos amigos. Y descubrí por qué lo son. Y descubrí que lo son todo el tiempo, bajo lluvia, café, whisky, apuros, cumpleaños, nacimientos, bodas y comentarios. Descubrí quiénes me consideran igual. Y de tanto descubrirnos, seguimos brindando.

Me dí cuenta que tener la razón no tiene caso, si no tienes con quién compartirla. Si no sabes cómo transmitirla. Si no sabes que lo delicioso para esa situación consistía más en la equivocación breve que en la perdurable verdad.

Mi corazón fue arriba, abajo, a un lado y luego al otro. Se pasmó. Se congeló. Se movió. Se agitó. Y cuando gritó lo hizo sin miedos. Y cuando calló, todo el mundo lo escuchó. Y si sigue latiendo, así seguirá.

El trabajo fue mucho y la recompensa llegó pronto.

El mundo logró mostrar rostros que prometen. Rostros que hacen llorar. Rostros que deseamos esculpir para que nos guíen bien.

Porque ya en la recta final, la gente más extraordinaria del mundo me dijo las cosas que en otro punto de mi vida no me habrían servido. Las frases, consejos, recomendación e ideas llegaron con un timing perfecto. Y yo sigo digiriendo todo.

Porque crecí y en ello sigo viendo al hombre que más admiro en el mundo al igual que la mujer que más amo y la chica que más procuro.

Porque los vicios no se hicieron más fuertes, pero sí más variados. Y no todos fueron para mal.

Brindo por el año que viene. Desde ya le agradezco al menos el intento por superar trescientos sesenta y seis días tan excepcionales.

martes, 30 de diciembre de 2008

Reddish (1ra Parte)

La reunión semi-anual de evaluación y planeación (en esta ocasión era meramente planeación) discurría de manera normal. Gráficas imponentes, discursos bien pensados, buenos deseos en memos y ambiente festivo por las enormes ganancias proyectadas hacían de ésta una más de las juntas que desde hace más de cincuenta años se mantienen en un edificio discreto de Naciones Unidas en Ginebra.

Era un convivio secreto. Diez personas. Mesa de roble del tamaño suficiente para servir de base a un edificio neoyorquino de al menos cuarenta niveles. En el extremo sur de la mesa se localizaba Peter Scraighert, distinguido experto mercadólogo representante de un consorcio de medios, con estudios de posgrado en estadística avanzada, psicología de masas y otros tantos diplomas y distinciones que probablemente marearían a cualquiera de sus interlocutores en la mesa. Tampoco es que les importara mucho. A la izquierda de "el querido Pete", teníamos a Mark Sofobenske, representante del consorcio de las compañías encargadas de la producción mundial de juguetes. Hasbro y Mattel solían tener cada cual su representante pero se comprobó después de veinte años que las variaciones en sus objetivos de inmensa riqueza global eran nulas, por lo cual sabiamente escogieron a un mediador común rotándolo cada cinco años. Era el tercer año de Mark.

El tercero en nuestra lista, junto al chico Hasbro/Mattel, era la única mujer en la sala. Representante permanente de los intereses de la industria de los videojuegos. Una japonesa que logró acallar las críticas de su nominación al poner un reporte en el escritorio del CEO de Nintendo que aún sigue haciendo leyenda en la industria del entretenimiento japonesa, demostrando cómo simplemente deteniendo el avance inconmensurado de las altas gráficas, realidades extremas, procesamiento indiscutible y tramas complejas, se podía ganar más dinero e involucrar cuatro veces más número de jugadores adictos a la nueva consola. Su reporte fue tan secreto que la historia oficial no la menciona como la mente detrás del concepto Wii. Katana Shu, se hace llamar. Y en agradecimiento a que logró llevar los videojuegos a un nuevo nivel, la compañía le ofreció cualquier puesto a su alcance. Y el que hoy ostenta, es lo más cercana que haya estado de la fantasía.

Walter Tarantono, representante de Coca-Cola, patrocinador original y principal del proyecto. Junto a él estaba Julio Polenski, un español con raíces judías, anti-prácticante de la ortodoxia y amante de la diplomacia, representante único de los intereses de la UNESCO - y por ende la ONU - en todas las decisiones. El encargado de la seguridad del personaje principal, Vladimir V. Alto mando militar con identidad secreta y con acceso a todos los niveles de protocolos de emergencia que una nación tan poderosa puede brindar a un personaje tan distinguido. Que su huesped hubiese elegido su país para establecerse, era una distinción a la que correspondía no menos de un apabullante - pero extremedamente discreto y casi imperceptible - ejercicio de seguridad personal. Moscú sabía lo que tenía.

La contraparte de Vladimir era otro muy condecorado oficial que en su chaqueta indicaba su importancia en la OTAN. Como únicos dos bloques que realmente importan militarmente hablando, bastaba con esas garantías de seguridad para saber que los grandes intereses de la mesa estaban protegidos. Jean Montjean sabía perfectamente que donde los rusos fallaran, él tendría que superar. Y si eso lo estresaba un poco, sus facciones serenas jamás lo denotaban.

Enrico Guizaro, enviado personal y plenipotenciario de la Santa Sede. De todos, era el más experimentado en estas reuniones. Amigo de todas las confianzas del orquestador original de ésta suerte colectiva, Enrico había aprendido las artes de la administración de la fé al mismo tiempo que de los dineros. Era un hombre respetado Enrico, y su toque de los temas constantemente llevaba un cierto peso extraño para que nadie olvidara que por él hablaba el representante religioso más importante de todo el mundo.

Un muy elegante personaje era el único que fumaba, y dada su posición clave como representante de los intereses de la OPEP, el mundo musulman, y todo lo no cristiano básicamente, se le permitía hacerlo sin reproches. Nadie es tan tonto como para hacer enojar de a gratis a la otra mitad importante de la humanidad en términos económicos. Abbas Hazam. Vladimir, que alguna vez había puesto en práctica sus habilidades especiales en Medio Oriente y que hablaba el arabe lo suficientemente bien como para no haber muerto en su personalidad encubierta, esbozaba una nula sonrisa con su nariz cada vez que el nombre del árabe venía a su mente. Abbas, descripción de un león. Hamzah, león. Decirse León león en una parte del mundo donde no hay leones era una lógica que lo divertía.

Y luego teníamos a Reddish. Su nombre clave. A los rusos les encantaba que su propuesta para designarlo así haya quedado al menos instituida en el submundo de seguridad y secrecía que los gobiernos habían reconocido ante tal ente. Reddish era alto, corpulencia de leñador en la tundra, pero apasible como aquel que saber es algo diferente y que su poder emana del misterio de sus habilidades. Y literalmente del respaldo de un Dios desconocido que todos los presentes en la inmaculada sala temían. Ellos, sus gobiernos y su gente.

Lo sobrenatural es algo que la gente cree que puede abordar. Se ve tan fácil en las películas convivir con seres ultraterrenales, o encontrar explicaciones a los sucesos más extraños. Los líderes del mundo saben que lo desconocido puede ser peligroso, por muchos motivos políticos y sociales . Pero es la pérdida del orden y el cambio de polaridad en el juego del poder lo que realmente más asusta.

Poco después de la Segunda Guerra mundial, vía un escape imposible desde Polonia, llegaron al Vaticano dieciocho personas asegurando haber visto un ángel. Reportes más o menos similares se dieron desde otros sitios tan dispersos de Europa que una comisión secreta fue integrada para esclarecer los hechos. La comisión turnó su interés al más excelso de los investigadores en su poder y así, tras cinco años de búsqueda, y porque al parecer el ángel no intentaba realmente esconderse, lo localizó en un alejado pueblo de las frías montañas de Kirguistán.

No fue sencillo obtener información de un ángel que no hablaba más que un poco de ruso. Y tal vez su historia no fuera interesante, o tal vez sí, pero la verdad es que nunca la contó. Aceptó ser estudiado y asesorado por la misma Comisión que lo encontró. Y años después, cuando los estudios médicos, físicos, y de todo tipo no mostraban nada espectacular, el ángel voló. Y voló alto.

Y quienes lo vieron apenas dieron crédito. Y alguien notó que era el día de Navidad. Y alguien pensó: "Este...hombre...es San Nicolás".

domingo, 28 de diciembre de 2008

Empaquetándote

Bien dicen que hay que tener cuidado con lo que se desea. ¿Recuerdan aquella lista de deseos que publiqué hace unas semanas?

10) Presúmeme algún viaje. CONSEGUIDO.
El viaje a Suecia. El viaje a Filipinas. El viaje a Guadalajara. El viaje a no sé dónde demonios. Fueron varios. Fueron buenos. Fueron relatos perfectos. Podrían tener su blog mis queridos. Pero entonces, me dejarían sin chamba.

9) Toma una foto. CONSEGUIDO.

En mi cumpleaños. Con mi gente. En mi lugar. ¿Qué más pedir? Gracias al fotógrafo anónimo que nos logró capturar antes de los desvaríos.














(izq. - der. los de arriba: K13, MR, MM, AL, ML, LD, IR. Izq-der en la mesa: LS, MP, RV, el blogger, la amiga de AS con gorra blanca, GR y W.) a MC, A de OB y OB mismo los insertaremos digitalmente en una co-producción con Industrial Light & Magic.

8) Opina (o destroza) lo que escribo. CONSEGUIDO.
Cortesía de K13. De nuevo: danke.

7) Preséntame gente inteligente. CONSEGUIDO.
Fue un Mac Guy. Un render. Hablamos de viajes, lugares, Radiohead, la vida, etc. Saludos A.

6) Comparte una canción. CONSEGUIDO.
Y la cantamos. Y no fue una. Fueron varias. Gracias OB, IR y compañía.

5) Habla de tu futuro con optimismo. CONSEGUIDO.
MM, suerte con tu imperio.

4) Inspírame. CONSEGUIDO.
RV y LD. Esa plática en la Cava me dejó mucho material. Gracias, pero ya no tomemos vodka ni tequila. Lo que es lo nuestro, por algo lo es.

3) Discute conmigo. CONSEGUIDO.
IL. Porque tenías que ser foránea para hacerme notar en serio el lado obscuro de una ciudad que sólo piensa en fiesta. Tráeme unas tlayudas.

2) Dame un abrazo sincero. CONSEGUIDO.
El grupo de gente más extraordinaria del planeta se encargó de eso.

1) Sorpréndeme.CONSEGUIDO.
Cortesía de la honey-bunny.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Reflexionando en vacaciones

He escrito muy poco en estos días. Es como si me hubiera secado, como si las palabras que vienen a mi también hubieran tomado su equipaje, puesto sus lentes de sol, navegado en Internet para comprar sus boletos de avión y abandonado a este intento de blogger constante.

Trato con todas mis fuerzas de encontrar un tema o una idea y ponerla aquí al mínimo pretexto. Pero ahora me doy cuenta que ese es un error táctico grave: no puedo forzar mi escribir, de la misma forma que tampoco forzas a alguien a que te ame. Simplemente no resulta, no resultará y no tiene razón de ser.

Una de las cosas que pensé en escribir era sobre lo que la gente hace o platica en mi larga y curiosa calle. Y me refiero a la gente que la transita, aquellos que no conozco y que son invitados a vagar, correr, sufrir o pasear por mi territorio. Mi calle es mágica y si te tomas el tiempo de recorrerla de extremo a extremo podrás conocer todo sobre orografía, urbanismo, arquitectura, aspectos sociales y culturales del México moderno. Y no exagero. De alguna forma el gran diseñador del universo hizo que la calle desembocara en el mar bajo la luz de que es lo único que podría recibir tantas historias de una calle vertidas como si drenaje fuera.

Y todo eso voy observando a paso lento cuando el señor de sombrero, con muy buen tono, aspecto campesino y cara de sabio me pregunta la hora. Le respondo. Me da las gracias. Y así terminamos nuestra relación fugaz que no sabemos si podría haber cambiado el mundo. Como la tuya y la mía.

Creo que inspiro confianza. O a lo mejor tengo cara de buena gente. O es eso o mis ciento noventa centímetros de altura llaman ridiculamente la atención y por eso soy el elegido casi siempre para la cuestión de la hora y las calles.

La hora. Es que siempre me preguntan la hora. Mi reloj no es verde fosforescente, ni saca chispas, tampoco hace "ruiditos" y mucho menos brilla. No me lo gané en una caja de cereal. Es un reloj pesado, de marca, común y corriente, que cualquier tipo de mi edad trae. Y sin embargo, todos los días religiosamente un desconocido se cruza conmigo, ve mi muñeca, sonríe y me pide la hora. Todos los días. Yo, que soy tan pinche amable, siempre doy la hora en el formato más exacto posible: "son las once dieciocho". Listo. No "once veinte" ni "once y cuarto" o "son como las once y...quince". No. "A tiempo y con precisión" es mi eslogan de servicio de reloj ambulante.

Y al menos una vez por semana un conductor con cara de frustración se acerca a mi y pide orientación para encontrar desde el castillo de la ciudad hasta la bóveda secreta de una casa antigua en el centro. Esta última dirección me la reservo y en su lugar los envío al café más tradicional de la localidad. Así al menos si siguen perdidos, pueden comer y beber algo a gusto.

Pero como les decía, pensé en escribir sobre todo lo de arriba y algo me decía que no. Que fuera paciente y que la inspiración llegaría para publicar una entrada algo un poco más digerible. Si así fue o no, tú lo decides mi querida lectora anónima (en femenino, para apoyar eso de la equidad de género que tanto sufre en nuestro idioma.)

De pronto, en esa reunión con las personas más grandiosas del planeta, uno de ellos, listo y parco, me planteó la pregunta.

Si el dinero no fuese factor, ¿a qué te dedicarías?

Y esa pregunta provocó la ignición. Abrochen sus cinturones. Mach 1. La vida es bella.

Preguntar algo así puede resultar irrespetuoso si no conoces a la persona. Resulta una manera muy velada de indagar sobre sus frustraciones y traumas laborales, personales, económicos, etc. Vaya, alguien con menos educación te preguntaría si consideras que tu trabajo es una mierda. Alguien agresivo te obligaría a reconocer que no sólo tu trabajo es una mierda, sino que tu vida entera lo es y que resultas patético por no hacer nada para cambiarla.

Mach 2. Aquí sientes que los oídos te zumban y que tu visión periférica se ha reducido un buen setenta por ciento. Luego te das cuenta que no lo sientes, sino que así es. De mis días como piloto de combate altamente especializado recuerdo esto. Afortunadamente los familiares de los pilotos de los Mig-23 rusos que derribé desconocen mi identidad. Ya he sido perseguido por el ex-novio ruso de una ex-novia mía y sé que no son tipos agradables cuando se enojan. Larga historia. Otra entrada otro día mis estimados.

Afortunadamente estaba con las personas más grandiosas del planeta como ya les dije. Y al preguntador lo invité, como responsable de una cuestión profunda, a tener la putisima amabilidad de contestarla primero. Y así lo hizo. "Estudiar" dijo él. Iba a escupirle mi copa de whisky pero recordé al instante mis modales y en su lugar complementé su idea diciendo "estudiar es tener curiosidad".

Mach 2 y cachito. Los controles vibran. No tengo copiloto operador de instrumental. Me sería útil tenerlo porque así evitaría muy probablemente terminar hecho mierda sobre el espacio aéreo de Groelandia cuando los cabrones chicos Mig se juntan para darme una paliza.

Yo respondí que me gustaría ser alguien de letras. Escritor, articulista, columnista, etc. Le conté cómo mi blog me ayuda en esa ilusión y cómo desde niño, cuando soñaba con encargarme de periodicos murales y luego editar una revista para estudiantes y cosas así, había descubierto mi vocación. ¿Por qué no me volví eso? Aún estoy a tiempo.

Pero me gusta enseñar. Transmitir cosas a la gente es también una pasión. ¿Entonces qué soy? ¿Escritor, maestro? Me gusta la tecnología también. Me gusta viajar. Me gusta ser gastrónomo, lector, corredor, fumador, crítico de cine, investigador (I. diría que por chismoso). Me cuesta trabajo la definición.

Pero creo que escritor soy. Fue lo primero que vino a mi mente ese día con la pregunta de L. Después de todo, el día que llegue a serlo, ya habré pasado por todas las experiencias de los oficios, técnicas y profesiones que escribí. Y entonces tendré algo digno que decir.

Mach 3. Apago el videojuego. Esas son mamadas.

Y luego, unos días más adelante, cambio de escenario, nueva gente en el show continuo de las reuniones navideñas. Y otra pregunta invitante, cortesía del gran MM.

¿Tu legado hasta ahora?

La escuela preparatoria en la que me enrolé fue donde durante tres años conocí el lado obscuro de la vida. Comentar mis (des)vivencias ahí es tema de varias entradas en este blog. Entradas que se irán dando. Baste decir que eramos el grupo de cincuenta pseudo-estudiantes más insoportable, indisciplinado, peleonero, y con peores mañas en un radio de unos ochocientos kilometros a la redonda. Lo digo con orgullo porque sobreviví a ello a pesar de todo.

A ellos, a la gran mayoría, yo les enseñé a jugar ajedrez. Hicimos competencias. Uno, que ahora es parte del grupo de gente más extraordinaria del planeta, osó ganarme al darse inmediatamente cuenta que yo no era más inteligente que él, sino quesimplemente había aprendido el juego una década antes y practicado como por la mitad de ese tiempo. Hoy en día sigue siendo un gran rival en el tablero.

Ese es un legado que he dejado. Algún día, si es que no ha ocurrido, esos tipos a los que enseñé las artes de reyes, alfiles y peones, instruirán a su vez a sus chiquillos y entonces sabré que minúsculamente cambié un poco el mundo de alguien que no conocí. Y para bien.

OK. Lo prendemos de nuevo. Mach 3. Esto es tan veloz como la fuerza aérea me lo permite sin tener el clearance adecuado para piloto de aviones prototipo experimentales. Algún día pilotearé uno de esos juguetes costosos. Es fácil ir así de rápido. Presurizas la cabina una diez veces más. Activas ciertos seguros. Dictas cuatro comandos de voz, tecleas un par de códigos, arrastras tres interruptores, aprietas tus genitales para sentir que sigues vivo, te persignas e impulsas el joystick.

Y te vas rápido y muy lejos sin nada delante de ti. Y a veces eso es todo lo que se necesita en vacaciones.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Confía en mi

Esa mujer con rostro inteligente y negra como el azabache - pero afroamericana en términos políticamente correctos - dirigió su atención inconfundible, sus palabras precisas y su acento de alta alcurnia y buena universidad a mi persona.

¿Y cuál es tu reporte? - escupió. Toda una mesa habitada de profesionales consumados del área me observaba. Yo sonreí apelando a mi actitud de chico buena onda algo desubicado por un largo viaje.

El reporte de mi área es que todavía no hay reporte. Dado que soy nuevo en la posición, intento familiarizarme con los diferentes elementos blah blah blah ... - dije en tono entre de chamaquito pendejo haciéndose el gracioso (nadie rió) y de inculpado injustamente (nadie sintió pena).

Ojos verdes, azules, negros, morados, rojos, y así, me miraban fijamente. Me quedé de pie repasando si había respondido en inglés, español, francés o turco y que tal vez por esa razón no me habían entendido. Luego me acordé que no hablaba ni francés ni turco y que podía todavía pronunciar la última palabra de mi dialogo en inglés. Así que sí, efectivamente, había dicho lo que tenía que decir y bien.

Pero no reaccionaban.

¿De dónde eres? - me preguntó finalmente un tipo pariente de Santa Claus y que resultó ser uno de los jefazos. Yo le expliqué de dónde era. Varias caras expresaron cierto alivio: yo era un pobre diablo del tercer mundo y por eso ahora se entendía con claridad mi falta de reporte.

Alrededor de siete de los miembros de la Santa Inquisición que me juzgaba declararon: Yo conozco ese lugar. Es muy bonito. Fui con (nombre de la esposa/esposo, amante, amigo/a, etc.) en (año). Esto alivió un poco la tensión y me dió oportunidad de explicar que el hecho de que a) ese lugar (mi lugar) se localizaba a unas varias decenas de miles de kilometros del majestuoso hotel en que nos reuníamos hoy en día, y b) que apenas tenía yo ochenta y siete minutos entre aterrizaje y jucio sumario, y c) que había sido invitado a la posición cuarenta y ocho horas antes, había dado como resultado mi lacónica falta de un putisimo reporte.

Si las miradas mataran, yo habría caído abatido por una mujer de raza Obama de cuarenta y algo de años egresada de CalTech y con un trabajo con el que millones soñarían. Afortunadamente, las balas apenas me rozaron gracias a la intermediación de mi mentor y amigo europeo quien finalmente era el que me había metido en todo este desmadre.

No es que a él lo respetaran por ser el superior o igual de todos ellos. Pero pues al menos ya los conocía bien y podía apretar lo necesario para que me dejaran vivir un día más. Explicó en su muy acentuado - por no decir un poco desesperante - inglés las razones de su nueva adquisición (o sea, yo) y cómo todos debían celebrar lo que el asumía era una excelente idea. Sangre nueva, ideas probadas en otras áreas, buenos contactos, etc. Me sentí listo para ser envuelto y etiquetado como el producto más hot del año. Después de su intervención - épica para mi - todo fueron sonrisas, buena comida, pláticas, estrechar manos, más plática, tutorial de vinos caros, fumar puro y hablar como si yo fuera el presidente de mi país.

Más adelante, durante otro aspecto de la reunión, me levanté, yo simple mortal con apenas un grado universitario infímo, y expliqué el uso de una nueva herramienta de la organización. Los professors, managers, demás directivos y hasta un par de CEOs de pequeñas start-ups me vieron con curiosidad los diez primeros minutos para luego meterse en el alma de la presentación haciendo preguntas y al final agradeciendo mi aportación. El chico Microsoft junto a mi me presumiría más tarde su tablet PC como si fuéramos compañeros de escuela.

Había esquivado el fuego de la hoguera que me condenaría al purgatorio por el resto de mi existencia profesional gracias a un tipo que creyó en mi. Y aprendí que basta con extender tu confianza a una persona para que la gente a tu alrededor la selle por tu ejemplo.

Y si hay confianza, hay muchas cosas.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Guerras equivocadas: contra el tabaquismo

Comencé a fumar a mis veinte años. De haber sido firme opositor y odiador de este hábito, me convertí en lelo y frecuente practicante. La transformación que se dió en mi no fue tan espantosa como los puritanos pensarían: no me crecieron las orejas, ni mi rostro se tornó verde, ni sufrí de paros cardiacos juveniles ni mucho menos dejé de tener novias o amigos por mi mal hábito.

Cuando leo y escucho los debates entre fundamentalistas de cualquier especie, tiendo a sonreir socarronamente y comparar mentalmente lo que dicen, entre lo que realmente es, y lo que yo pienso de todo ello. Así me ha pasado con el cigarro y hoy voy a compartirlo contigo, querido lector anónimo.

Fumar es un hábito adulto combatido ferozmente hoy en día de manera unánime. Podrás tener a políticos de diversos signos, jugadores de equipos antagonistas, familiares enemistados, amigos antípodas y prácticamente de todo en lo que difieren habrá algo que los una: su falso odio al cigarro. Y digo falso como podría decir aburrido, inerme, sin sustento y otras cuantas palabras más. Pero dejemos la palabra "falso" que servirá tan bien como las demás.

No me quiero eregir aquí como paladín defensor del cigarro. No. Para nada. Estoy totalmente enterado de todo los riesgos que ésta actividad representa en los diferentes planos. Yo mismo he experimentado un poco de esos efectos, como cuando al intentar jugar fútbol en una ocasión sentí que mis pulmones me mentaban la madre. Sé también que no me gustaría ver a mis hijos fumar. Y ciertamente estoy a favor de que no se fume en determinadas áreas, digamos, hospitales y gasolinerías. En ambos casos por sobrevivencia de la especie.

Pero fumar me gusta. Me da placer. Y mi placer y mi gusto han sido condenados por una sociedad que se deja llevar en ondas y modas, en ideas que hoy pegan y mañana son olvidadas, criticadas, hecha burla. Tal vez nunca pase que el cigarro sea llevado a una reivindicación por la historia, pero tampoco es satanás, o uno de los jinetes del apocalipsis. En los sesentas, los niños gorditos eran sinónimos de salud. Dile eso al PrevenIMSS hoy.

Te voy a explicar por qué fumar es malo, pero no tan malo, por qué los efectos de este hábito no son tan catastrófico como te los quieren vender y por qué la gente ha desarrollado una paranoia en contra de los fumadores.

Fumar jode. Y tontos somos quienes lo hacemos. Pero no es la única cosa que te va a dar la coña en la vida, dirían los españoles. Me provoca un dejo de tristeza saber que nos engañan tanto con esto. Un férreo defensor del libre hábito de fumar, Octavio Rodriguez Araujo, fue quien me invitó a pensar un poco más en el tema por comentarios como éste:

He leído una nota distribuida por la Agencia EFE (abril 2004) en la que se dice, cito: "Los accidentes de tráfico son la segunda causa de mortalidad en el mundo para las personas de entre 15 y 29 años de edad y la tercera para los de 30 a 44, según el estudio sobre 'Prevención de los traumatismos causados por el tránsito' efectuado por la OMS."

Nuestros diputados en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, que tantas prohibiciones establecieron para el consumo del cigarrillo, deberían elaborar una ley que restrinja el uso de automóviles y que obligue a sus productores y anunciantes a incluir una leyenda que diga algo así como "este producto puede causar la muerte". Esta leyenda podría ponerse a lo largo de los automóviles, en ambos lados. Según la Organización Mundial de la Salud el automóvil es más peligroso que el cigarro. Exijo coherencia en los diputados y en las autoridades del Distrito Federal.

Así como existe un Día Mundial sin Tabaco, próximo a celebrarse, ¿existe también un día mundial sin automóvil?


Vamos, que hay argumentos para todos.

Sin querer caer en el fanatismo, que rechazo porque me invita a ser parte de él constantemente, fumar es estúpido y malo. Y sin embargo, personas inteligentes lo hacemos, y no nos importa. ¿Será entonces que realmente no somos lo inteligente que nos dicen que somos? Mi ego no me permitiría contestar afirmativamente a esto.

En una novela americana moderna, uno de los personajes conoce a la que eventualmente se convertirá en su contraparte amorosa. Tiene dudas. Ella parece y actúa como lesbiana. Demasiado. Tanto, que eso mismo le da ánimos porque la chica parece sacada de la mente de un director de Hollywood decidido a poner una lesbiana estereotipada en la pantalla grande. Y todos sabemos que lo que vemos ahí, nunca es igual a lo que tenemos en mano.

Se da cuenta que ella es una personita muy peculiar. Básicamente le vale madres hacer cosas que a cualquier ciudadano modelo le provocaría escalofríos al menos: deportes de alto riesgo, beber, tener excesos, hablar muy directamente, fumar y etcétera. Y vive feliz, porque eso está haciendo: v-i-v-i-e-n-d-o. Él la resume y define a ella como una persona viviendo su vida en vez de estarse preocupando por extender la duración de la misma. Y eso lo vuelve loco.

Yo quiero una así ;-)

La frase que más me encanta cuando alguien me ve fumar por primera vez es: "Te vas a morir" asociando al tabaco con la peor de nuestras pesadillas existenciales. Me ven, ponen cara de sorprendidos (esto es abriendo los ojos como si alguien estuviera enterrando un alfiler en su espalda baja, abriendo la boca como si tuvieran que meter una manzana completa ahí, y señalandome con el dedo como Judas señaló a Jesús). Tan estúpido es decir "Te vas a morir" como reaccionar con mi típico "lo sé, lo sé, pero de algo debo de morir". Quizá sería más adecuado indicarle a mi interlocutor que al menos tengo la ventaja de saber que soy yo quién se está matando a si mismo, y no llegaré de sorpresa y desprevenido al final de mi trayecto. Pero eso suena demasiado pretencioso y no como algo que se pueda escupir en tres segundos.

En menos palabras, fumar es para los que lo hacemos una indicación de nuestra manera de vivir, porque no nos preocupa pensar en cuántos putos años vamos a vivir. Mayor tiempo no es mayor calidad. Ayer murió una chica a la que le cayó una terraza encima. No fumaba, no tomaba, no tenía vicios ni enemigos y murió tontamente. Yo no quiero morir así. Si tengo ganas de fumar, lo haré. Si tengo ganas de divagar en mi blog sobre el cigarro, también lo haré.

Pero también entiendo la parte de la gente que no desea hacerlo. Es como tomar té o mate o cerveza o agua: no a todos nos gustan. Y aquí puedo decir algo certero como pocas veces me ocurre: nosotros los fumadores somos de las comunidades más respetuosas. A diferencia de los alcoholicos - algunos tenemos doble membresía - raramente presionamos para que alguien se nos una. Como incautos usuarios de una máquina expendedora de refrescos que no funciona bien, la gente llega a nosotros sin saber. Y muchos se quedan. Aún con lo malo del servicio.

El problema hoy en día es que somos perseguidos. Y aunque somos muchos, muchos, muchos, nuestra cantidad lejos de ayudar representa una verguenza, una lacra a perseguir y deshacer. Malditos fumadores que todo contaminan, pensaban los que comían en restaurantes. Ahora, ya expulsados, los fumadores unicamente traspasamos nuestro vicio a áreas escondidas. Y de ahí, de ahí, viene el problema.

El pecado del tabaquismo es que es algo público. Que fumar se nota mucho.

¿No me digas que no sabes que en ese restaurante donde prohiben a los fumadores te están matando también con el azúcar de los refrescos, la grasa de las chuletas de cerdo y los conservadores químicos inexplorados pero muy utilizados para mantener los condimentos y demás elementos culinarios en perfecta apariencia?

¿Sabes que estás matando a tu mundo - y por ende a ti mismo - con tu camioneta cuatro por cuatro de diecíseis cilindros que expide más humo a la atmosfera de lo que yo - peatón - lo haré en 20 años de mi vicio?

¿Que los dulces que compras a tus hijos llevan más elementos químicos diferentes que una bomba antrax?

No hay problema. Comer, tomar y conducir son actividades discretas. No sacan humo y por eso no se ven mal. No son condenadas porque son vitales. Y al tener opción - mala, pero opción al fin- los fumadores nos volvemos seres malignos si la ejercemos.

Repito. El pecado del tabaquismo es ser tan notorio. Y malo como es, porque lo es - no se me olvida-, sobresale y opaca otros problemas que deberían ser atendidos más rápidamente. Atacar el tabaquismo y prohibir fumar en muchas áreas le da la ilusión al pueblo que algo se puede combatir con éxito.

Pero no se engañen. Esta batalla contra este vicio en particular no ha sido derrotada en 600 años de historia del mundo.

martes, 9 de diciembre de 2008

Reflexiones del amor y sus derivados

Y aunque no tengo sangre azul, he sido miembro de la realeza en ocasiones. Todos lo hemos sido. Basta únicamente con enamorarse para sentirlo.

"Oh sí, ¡tú eres mi reina!"

"Mi linda princesa."


"Aquí esta tu rey."


"¿Eres mi principe azul?"


Todas esas frases lo confirman. El amor se asocia a la realeza como el deporte crea debate entre los lentos.

Y yo no lo sabía, pero estoy enamorado, y por eso escribo.

Enamorado del amor, como dirían por ahí.

El amor no es tanto un sentimiento como una razón para crear. Enamorado está el deportista, el escultor, el carpintero, el pintor, el músico y el poeta. Enamorados están quienes yacen en el extremo positivo de la inspiración, quienes advierten que estas cuatro letras son una facultad derivativa.

Octavio Paz:

La sociedad concibe el amor, contra la naturaleza de este sentimiento, como una unión estable y destinada a crear hijos. Lo identifica con el matrimonio. Toda transgresión a esta regla se castiga con una sanción cuya severidad varía de acuerdo con tiempo y espacio. (Entre nosotros la sanción es mortal muchas veces -si es mujer el infractor-, pues en México, como en todos los países hispánicos, funcionan con general aplauso dos morales, la de los señores y la de los otros: pobres, mujeres, niños.) La protección impartida al matrimonio podría justificarse si la sociedad permitiese de verdad la elección. Puesto que no lo hace, debe aceptarse que el matrimonio no consituye la más alta realización del amor, sino que es una forma jurídica, social y económica que posee fines diversos a los del amor. La estabilidad de la familia reposa en el matrimonio, que se convierte en una mera proyección de la sociedad, sin otro objeto que la recreación de esa misma sociedad. De ahí la naturaleza profundamente conservadora del matrimonio. Atacarlo, es disolver las bases mismas de la sociedad. Y de ahí también que el amor sea, sin proponérselo, un acto antisocial, pues cada vez que logra realizarse, quebranta el matrimonio y lo transforma en lo que la sociedad no quiere que sea: la revelación de dos soledades que crean por sí mismas un mundo que rompe la mentira social, suprime tiempo y trabajo y se declara autosuficiente. No es extraño, así, que la sociedad persiga con el mismo encono al amor y a la poeía, su testimonio, y los arroje a la clandestinidad, a las afueras, al mundo turbio y confuso de lo prohibido, lo ridículo y lo anormal. Y tampoco es extraño que amor y poesía estallen en formas extrañas y puras: un escándalo, un crimen, un poema.

Un crimen. Eso me gusta. Un escándalo. Eso me gusta más. Y ambos tienen que ver con el dolor. Y tiene que doler el amor porque

...volar tiene riesgos,

...preparar la más deliciosa comida plantea retos y

....visitar los lugares más hermosos requiere esfuerzo.

Que una facultad tan única como el amor no combinara al menos las adversidades mencionadas, resultaría en una gran antítesis de la máxima búsqueda.

Te das cuenta que estás enamorado cuando llegada esa hora nula te puedes decir con una sonrisa que hoy es un buen día para morir. Que después de esto, no debería haber más.

El amor también es la facultad de desprendimiento. El antidoto perfecto al control. Libertad pues. Libertad como esa que describió Savater.

Hay cosas que dependen de mi voluntad (y eso es ser libre) pero no todo depende de mi voluntad (entonces sería omnipotente), porque en el mundo hay otras muchas voluntades y otras muchas necesidades que no controlo a mi gusto. Si no me conozco ni a mí mismo ni al mundo en que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo necesario. Pero, cosa importante, no por ello dejaré de ser libre...aunque me escueza.

El mundo hace sus guerras porque llora su libertad, y por ende, su amor. Nosotros, de a pie, peleamos porque confundimos decisión con valor e ideas con criterio.

Pero por sobretodo lo anterior, nos equivocaríamos al negar el amor que nos regala la maestría y personalidad de un Gustavo Dudamel, los escritos de una Margarita Garcia, las fotos de un Yahn Arthus-Bertran, las cenas con nuestros padres, las carcajadas con los verdaderos amigos.

El amor -hoy tan confundido en el vórtice de sexo, pasión, cuentos de hadas, autores baratos, películas idílicas, canciones efervescentes y consejos de malos psicólogos- puede perdurar si tanto tú como yo gozamos las ideas de un camino que dibujamos al andar y al final tenemos la humildad de admitir que nos equivocamos al no seguir el que ya estaba trazado.

¿Tú qué amas? Lo que sea que ames, no dejes de hacerlo.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Compremos (en línea), que morimos mañana

Es una realidad la facilidad con que hoy en día se pueden hacer compras por Internet. Parafraseando a Randy Waterhouse, si quieres comprar manzanas en la red, simplemente diriges tu atención a un lugar que venda manzanas y las compras con tu dinero intangible, pero igual de "fuerte" que cualquier billete en cartera.

Dos cosas me han puesto a meditar sobre el comercio electrónico. La primera ocurrió hace unos días cuando un amigo no muy versado en las artes computacionales, pero con mucha disposición, me pidió ayuda para hacer una compra de un equipo de sonido por Internet. Ahora bien, estoy consciente que esta aventura puede parecer mínima para alguien entendido de los rincones del ciberespacio, pero para una generación o un grupo de personas sin acceso constante a computadoras durante su educación, la situación resulta tan ajena y misteriosa como para mi lo sería dar un tratamiento spa completo y de lujo. ¿Qué carajos deja contento a un cliente que quiere placer y relajación sin que tenga que ver con sexo?

Mi amigo ya había hecho parte de la hazaña al localizar su dispositivo favorito en mercado libre punto com. Comparó precios y ya tenía al vendedor ideal. Se registró sólo y checó la reputación. Pero faltaba el punto final: hacer la compra, darle clic a ese botón que marcaba todo un compromiso de enviar dinero electrónicamente a alguien sin conocer con la esperanza de - en unos días - recibir casi mágicamente un preciado paquete en su domicilio.

Él realmente no necesitaba tanto ayuda como un coach, un guía espiritual que le pudiera asegurar que no sería estafado. Que su depósito bancario no acabaría en la cuenta de un cabrón "jaquer" hijo de puta. Un asegurador de protección ante el terrible escenario de lo peor que puede ocurrirle a alguien hoy en día: perder dinero. Ese gurú, ese sabio y consejero único se encarnó en mi.

"Mira la reputación de este tipo. Nadie se ha quejado de él. Ha vendido de todo a más de cinco mil personas. Desde una pluma barata hasta su abuelita. Recibe siempre comentarios positivos. Y sí. El sitio es seguro. Mira, este candado en la parte baja del navegador indica que tu transacción y datos están siendo encriptados". Entre eso y otros comentarios de mi perorata, sus ojos brillaban a cada momento más y más porque estaba recibiendo lo que todo novato quiere y necesita. Confianza.

Se decidió. Oprimió los botones correspondientes y le indiqué que todo estaba hecho. Sonrió ampliamente, golpeó mis omóplatos y me obsequió un muy sincero agradecimiento verbal. Se fue. Y mis cinco minutos de iluminación suministrada terminaron.

Un par de días después revisé la cartelera del cine para ajustar mis horarios y poder llegar a tiempo a ver una película muy mala (¡lo siento!). "Seis cuarenta de la tarde...ok" pensé. Hice clic en el link de un nuevo servicio que te asegura preferencia para acceder a la sala. Compré los boletos en línea en menos de setenta segundos - con cargo a mi tarjeta - imprimí el código y voilà. Me había ahorrado una fila de al menos diez minutos para comprar los boletos y otra de unos veinte para entrar a verla. Treinta minutos de mi vida salvados que realmente no invertí bien, pero al menos no los gasté de pie. Dios nos libre de tener que usar nuestra columna vertebral a su máximo.

No lo noté enseguida, pero entre el procedimiento de compra del audio de mi amigo y la compra de mis boletos para el cine hubo una gran diferencia: el registro. Me explico.

Uno de los grandes problemas en Internet es la puta anonimidad. Cualquier imbecil se crea un alias, pone una foto cualquiera y ya tiene una identidad nueva (que aunque no lo exime de seguir siendo indeseable, lo hace pensar a él que sí). Por lo tanto, parte del proceso estándar para realizar compras en línea es crear una línea de confianza, donde tú sepas que no serás estafado por una compañía que sólo puede existir de nombre y que la compañía pueda confiar en que efectivamente realizarás el pago del producto.

Realmente, las empresas la tienen más fácil porque podrás inventar todos los datos personales que quieras en el mundo, pero al final tienes que usar una tarjeta con fondos para comprarles en línea. Sea robado, prestado o propio el plástico, hay alguien a quien no puedes hacer tonto, y ese es el banco. Claro, a menos que seas un reputado experto en cibercriptografía en cuyo caso dudo que estés aquí leyendo esto.

Pensaría uno entonces que con sólo usar la tarjeta bancaria se entiende que ya hay seguridad - la confianza de que una institución más que poderosa que lo sabe todo de ti respalda una serie de números - para realizar la compra. Pero los sitios al estilo mercado libre exigen que llenes una serie de formularios que hacen parecer el papeleo de un hospital público como juego de niños. Y es en esa parte de dar información tan personal que mucha gente se encuentra indecisa. A muchos no les importa porque no saben las consecuencias de andar divulgando todo sobre su vida en la red.

Y he ahí cuando me pongo a apreciar la simplicidad del asunto. Los chicos del servicio de ventas de boletos para cine dijeron, "a la mierda con eso de andar creando usuarios y contraseñas para los que quieran comprar boletos con nosotros. Vámos a eliminar ese paso y darles chance de que puedan checar la hora, poner el número de boletos que quieren y pasar directamente a pagar. No nos importa si es la tarjeta de crédito de tu mamá, tu tío, tu ex-novio, o una que te encontraste en la calle. Pagarás con ella en línea y si quieres hacer fraude al recoger tus boletos tendrás un problema: vestirte como mujer y pintarte la cara para lucir como la foto que te acredita como Doña Frigida de los Milagros y solicitar tus tickets". Es decir, el eslabón de la confianza se transladó de la parte virtual al cine, donde finalmente es que quieres ir. Te ahorran un paso en línea y te lo cobran en la realidad.

Finalmente es la "sencillez" la que va ganando. Servicios como la posibilidad de pagar cualquier producto con tu teléfono celular resultan novedosos en nuestras latitudes cuando llevan al menos un lustro arrasando con las masas en Corea y lugares así. La idea no es hacerte la vida más fácil, sino hacértelo parecer así. Llegará el día que podrás hacer el checkout con un movimiento de párpados y nos sentiremos felices como los gorditos al estilo WALL•E.

Por lo pronto, he iniciado a un joven prometedor en una variante del consumismo bárbaro y me siento culpable, pero entonces lo que me resta será buscar un buen libro que le expliqué por qué es malo estar tan cegado por la vorágine de la sociedad consumista.

No me queda más que buscar ese texto en línea y pagar con mi cuenta electrónica.

martes, 2 de diciembre de 2008

Lista de deseos 2008

Advertencia: este post contiene altos niveles de egocentrismo, narcisismo y casi todos los otros -ismos, exceptuando el sospechosismo (aquí no declaramos estupideces a la prensa). Tomar dos tabletas de Tafil con Coca-Cola antes de leer. Asimílalo bajo tu propio riesgo.

Cada año, desde que escribo un blog, incluyo en Diciembre mi lista de regalos ideales para Navidad. Este 2008 quiero hacerla un poco diferente: no pediré cosas materiales. Por lo tanto, regalarme algo, si es que te nace, no será tan fácil, pero al menos no te costará dinero. Esto nos lleva probablemente a la pregunta de por qué demonios habrías de regalarme algo. Tengo algunas respuestas.

Razones por las cuales regalarme algo en Navidad:

a) Porque soy terriblemente encantador.

b) Porque te ilustré en algún tema oscuro.

c) Porque te invité una copa/cerveza/bebida exótica en el momento adecuado.

d) Porque te hice reir con un comentario que no esperabas.

e) Porque me sinceré contigo y eso te hizo sentir especial.

f) Porque llenaste algunos vacíos en ciertos días leyendo mi blog.

g) Porque compraste (y lo mejor, leíste) un libro que te recomendé de alguna forma.

h) Porque te dejé en paz cuando así lo necesitabas.

i) Porque por alguna misteriosa razón (que se alberga junto a la explicación de la materia oscura del universo) te caigo bien.

j) Porque tienes mucho dinero y no sabes en qué buena obra invertirlo.

¿Decidido/a? Perfecto. Ahora sí. La lista.

10) Presúmeme algún viaje.
Me gusta mucho escuchar historias de lugares y personas ajenas a mi entorno. ¿Visitaste Saigón? ¿Fuiste a un pueblo desconocido a veinte minutos de tu ciudad? ¿Tu vuelo hizo escala no planeada en una isla perdida (y jodida)? No adornes nada, pero detállame cada resquicio de esa aventura.

9) Toma una foto.
Soy anti-fotogénico como el que más, pero todos apreciamos tener una buena fotografía de nosotros. Dame razones para querer cambiar la buena única foto decente mía que logró colarse a a la derecha de este blog. Sí, esa donde parece que estoy pensando.

8) Opina (o destroza) lo que escribo.
La retroalimentación hace eso: alimenta. Escribe en los comentarios de este blog sobre lo qué te ha gustado y lo qué no durante este esfuerzo. Prometo no hacer bilis y tampoco enamorarme de ti.

7) Preséntame gente inteligente.
No en plan romántico/cúpido, aclaro. Muchas veces - o todas las veces - presentamos "amigos" a diestra y siniestra. ¿Qué tal si me presentas a un camarada que pueda pensar en algo más allá de fútbol, sexo y dinero? ¿O una chica que pueda vislumbrar algo más en la vida que ir de shopping, enamorarse de todos los hombres guapos y considerar que la vida solo vale la pena en el antro?

6) Comparte una canción.
Escucho de todo. Véndeme a ese compositor o grupo que te vuelven loco (o loca). Soy inofensivo, así que si no me gusta, no vomitaré enfrente de ti.

5) Habla de tu futuro con optimismo.
Hoy en día todo el mundo usa el pesimismo como cruz para no agrandarse ante los próximos años. ¿Qué mejor que escuchar que te vale perfectamente madres esta crisis mundial porque a ti te irá muy bien en tu nueva casa, con tus cinco hijos, negocio propio y etcétera?

4) Inspírame.
No lo sabes, pero muchas veces dices cosas, miras de alguna manera, haces un gesto, que me llevan a pensar en un tema determinado. Sigue siendo tú, mi amigo o amiga, quien lleve la batuta de la gran mayoría de entradas de Draft 134.

3) Discute conmigo.
Dime por qué mis ideas son malas, y por qué la utopía del pensamiento liberal nunca va a progresar. Convénceme entre humo y alcohol y sobre todo, con buenos argumentos.

2) Dame un abrazo sincero.
No es que ande necesitado de cariño extra, pero un gesto honesto de este tipo es siempre bienvenido. Eso si, si el abrazo es demasiado apretado te lo cobro. Si tienes dudas de cómo dar un buen abrazo, visita este sitio.

1) Sorpréndeme.
Todo lo arriba mencionado se puede combinar, pero el factor sorpresa - sí, ese del que tanto renegaba - será muy apreciado. Y no tienes que esperar hasta Navidad.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Ceguera

Cuando José Saramago escribió su genial Ensayo sobre la Ceguera nunca pensó encontrarse una adaptación tan cruda en pantalla como la realizada por productoras independientes, estelarizada por una soberbia Julianne Moore y un convincente Gael García.

Un japonés radicado en Estados Unidos pierde la vista repentinamente, quedando ciego inexplicablemente y de una forma inusual: ve ruido blanco, lejos de la oscuridad que debería acompañarlo, ya que - a explicación de uno de los personajes - eso es la ceguera, la falta de luz.

Este personaje oriental resulta ser el portador original de la rara enfermedad que se vuelve contagiosa a un ritmo vertiginoso y que se va encadenando por cada una de sus victimas al revelar la infima capacidad humana de hacer el bien, de actuar con probidad. El primer infectado se vuelve inmediatamente victima de un ladrón que lo despoja de su auto, luego este es rechazado por su esposa quien lo deja a merced de la policía, luego una prostituta queda ciega después de su revolcón, y un doctor, que resulta ser el templo de las virtudes, también queda afectado, demostrando esto que la enfermedad no es un castigo divino a los pecadores del mundo, sino un experimento para resetear a la humanidad.

Ninguna inmoralidad queda fuera de la trama. El doctor baluarte de los valores comete adulterio, pasando invisiblemente la estafeta de portadora de los principios a su esposa quien, redentoramente, los perdona a ambos.

Y así todos se contagian, y aunque la primera reacción de un gobierno burocrático como el que más es aislarlos, la capacidad de los lugares donde pueden hacerlo es rebasada en poco tiempo. La esposa del doctor templo de la virtud resulta ilesa por alguna razón, y es ella quien logra salvar a un grupo de ciegos de matarse unos a otros. O al menos, eso lograba hasta la aparición de El Rey.

El Rey encarna la voracidad, rapacidad y otros malos dads que la humanidad puede alcanzar. Esos bajos niveles de moralidad y desalma que son el balance perfecto de la gloria y realización. Al establecer los poderes fácticos y la batalla frontal por el control de la comida en el centro de cuarentena de los ciegos, se abre la caja de pandora con todas los asesinatos, engaños y violaciones que trae siempre consigo.

Nuestra heroína, la mujer que puede ver y esposa también del doctor virtud, se alza con la victoria pírrica después de varias batallas morales perdidas, y con ella el grupo de su pabellón. Y un día, cuando su Roma arde, descubren que no son presos ya más. O al menos no presos confinados.

Ella abre la puerta de su reclusorio y exclama "¡Somos libres!"

Y la ironía del asunto despega aquí porque ni todos los soldados del mundo pudieron contener a los infectados al pasar a ser parte del grupo que combatían. Ni todos los científicos pudieron encontrar una solución a la rara enfermedad al ser visitados por ésta. Y sobre todo, porque ni todos los que salieron trompicando de la prisión fueron libres en realidad.

En esta segunda etapa de la película, exposición al mundo devastado, caótico y perverso (¿cuál fue el cambio?), todo el mundo es ciego. Las calles no operan como tales, los servicios están interrumpidos, y quienes gobiernan en la anarquía, se sabe que no gobiernan. La esposa del doctor virtud, la mujer que habla, logra lo que muchos añoran: regresar a casa. Y lleva a su grupo. Y no es que la gente haya olvidado sus hogares, sino que cegados olvidaron dónde estaban - en todos los sentidos - y así siempre es difícil regresar.

La armonía en forma de burbuja de un hogar en el cual los individuos conviven en paz y felicidad que de ninguna otra manera habrían alcanzado jamás llena de esperanza a los espectadores. Un hombre de color y de avanzada edad, con parche y canas, se enamora de una joven con toda la vida por delante, quien también muestra sentimientos recíprocos, levantando cejas de los incrédulos que dudan del amor dictado por el interior. Y es entonces cuando mágicamente,de la misma forma en que llegó, la enfermedad empieza a desvanecer. Y nuestros personajes se alegran, excepto un hombre viejo enamorado que ha explicado por qué estos momentos de ceguera han sido los mejores en su vida.

La película cierra con esa ambiguedad que mata, donde uno quiere ver a todos los personajes desarrollarse y retomar sus vidas. Que regresen a trabajar, competir, crear y amar, Pero entonces, para verlos hacer eso, no es necesario que Blindness dure otras dos horas. Bastará con abrir los ojos y ver a nuestro alrededor.

Los personajes no tienen nombre. Son el taxista, el consultor financiero, el doctor, la asistente personal, el farmacologo, el policía, etc.No necesitan los nombres. Ellos somos todos.

martes, 25 de noviembre de 2008

Un viaje, dos mujeres mexicanas y otra más

Ahí en la habitación no había mucho que hacer. La camarera se había retirado después de pedirme mil disculpas por importunarme con su presencia para limpiar el desmadre que solamente dos jóvenes en sus veinte años pueden hacer en un hotel de cinco estrellas. Le aseguré que no había ningún problema en que estuviera ahí con la aspiradora a todo volumen y caminando tambaleantemente intentando no morir por una caída producida por algún condón en el piso, cáscara de plátano, moneda o alguna otra pendejada.

Yo yacía en la cama, vestido todavía como ejecutivo de mediano rango que sabe debe ponerse firme en el momento que su jefe lo indique, o que el teléfono de la habitación suena, al cabo es lo mismo. Las camas de los hoteles siempre me han gustado porque de todo lo ajeno que un lugar me pueda resultar, es la cama - y las almohadas - lo que significativamente me recuerda que el extraño ahí soy yo.

Escribí lentamente en un cuaderno durante una hora lo que fue la base para un cuento corto que pensé en cargar aquí. Una vez eyaculadas la mayor parte de mis ideas vía una pluma negra barata, observé el televisor y me decidí a encenderlo. Realmente no veo televisión por convicción, pero a veces resulta interesante que te absorban el cerebro y quedar en estado de semi-inconsciencia, o mejor dicho, estupidez.

Empecé a repasar los canales con impaciencia, apurado para evitar que mi amigo de ambiente llegara y quedara embelesado con Fashion TV o E! o algo así. Divertido resultó que quien quedó atrapado en el primero de esos canales fui yo.

Y ahí la conocí. Se llama Regina Marco, es una modelo mexicana y practicante de yoga y otras artes de ese estilo. Me cautivó cómo explicó - y realizó - las poses más extravagantes en su rutina matutina de media hora de yoga. Verla doblar las articulaciones y extremidades en forma que sólo creía posible con plastilina resultó el catch con el que caí. Podría hacerla mi novia si no estuviera acostumbrada tanto a los yates, restaurantes franceses y viajes en jet cada fin de semana.

Un poco apenado conmigo mismo por mi superficialidad televisiva, busqué sintonizar algo diferente y lo encontré. Los quince minutos de noticias de Canal 11, con una sonrisa fresca y sin entonaciones tendenciosas en la persona de Melissa Vega. No me pregunten cuáles fueron las notas del día, porque esos ojos y cabello me distrajeron algo bastante.

Entre todas las razones que ostento y practico para no ver la tele ahora tengo que agregar mi fácil tendencia a los espasmos por mujeres guapas fuera de lo común. Fueron apenas cuarenta minutos de televisión y ya tenía el corazón dividido en dos. Dios me libre de pasar los días frente a ese aparato del demonio...

La tercera mujer que quiero mencionar no entra en mis gustos físicos, ni siquiera remotamente. Tampoco la conocí por la televisión y ni siquiera tiene nada que ver con la idea general de este post, pero me enseñó mucho del sexo. Y eso siempre se debe agradecer. Anabel Ochoa, sexóloga y locutora de radio, entre otras cosas, murió hace unos días y su voz españolizada así como su genuino interés y conocimiento del tema que más arma y destruye a los humanos la hicieron agrupar todo un culto a su alrededor. Incontables fueron las noches que pasé semi-escondido en mi habitación escuchando por las noches su programa en un radio viejo de pilas. Pasaron años para poner en práctica las cosas, pero sé que al menos no confié toda mi educación de este tipo a mis amigos, ni mucho menos a unos fríos libros.

A las tres, por bellas a su manera, les dedico este post.

lunes, 24 de noviembre de 2008

They make a desolation and call it peace.

I would like to thank Ms. Julia Caravias for sharing the following piece. You know who you are, darling. I now want to share this with you: my loyal reader, and memory. You also know who you are. Enjoy.

Farewell
Agha Shahid Ali

At a certain point I lost track of you.
They make a desolation and call it peace.
when you left even the stones were buried:
the defenceless would have no weapons.

When the ibex rubs itself against the rocks,
who collects its fallen fleece from the slopes?
O Weaver whose seams perfectly vanished,
who weighs the hairs on the jeweller's balance?
They make a desolation and call it peace.
Who is the guardian tonight of the Gates of Paradise?

My memory is again in the way of your history.
Army convoys all night like desert caravans:
In the smoking oil of dimmed headlights, time dissolved- all
winter- its crushed fennel.
We can't ask them: Are you done with the world?

In the lake the arms of temples and mosques are locked in each other's
reflections.

Have you soaked saffron to pour on them when they are found like this
centuries later in this country
I have stitched to your shadow?

In this country we step out with doors in our arms
Children run out with windows in their arms.
You drag it behind you in lit corridors.
if the switch is pulled you will be torn from everything.

At a certain point I lost track of you.
You needed me. You needed to perfect me.
In your absence you polished me into the Enemy.
Your history gets in the way of my memory.
I am everything you lost. You can't forgive me.
I am everything you lost. Your perfect Enemy.
Your memory gets in the way of my memory:

I am being rowed through Paradise in a river of Hell:
Exquisite ghost, it is night.

The paddle is a heart; it breaks the porcelain waves.
It is still night. The paddle is a lotus.
I am rowed- as it withers-toward the breeze which is soft as
if it had pity on me.

If only somehow you could have been mine, what wouldn't
have happened in the world?

I'm everything you lost. You won't forgive me.
My memory keeps getting in the way of your history.
There is nothing to forgive.You can't forgive me.
I hid my pain even from myself; I revealed my pain only to myself.

There is everything to forgive. You can't forgive me.

If only somehow you could have been mine,
what would not have been possible in the world?

jueves, 20 de noviembre de 2008

Del Freya al Sirius Star

Anoche corriendo por el largo y disfrutable boulevard de mi ciudad, ví con mucho respeto el mar. Llovía con fuerza y había viento, y yo corría como loco desesperado bajo la mirada de los automovilistas que aceleraban en su intento de evadir la lluvia, como si eso y mentirse uno mismo fuese posible.

Las olas impactaban violentamente a unos centenares de metros de la playa, en una especie de barrera natural conocida localmente como "el bajo", que no es otra cosa que una muralla de arena apenas unos centimetros debajo del mar y que frena la fuerza del mar abierto y profundo. Algunos barcos luchaban a los lejos en sus maniobras por no encallar y otros - ya anclados - bamboleaban como borrachos divertidos.

Distinguí algunos de ellos como simples barcazas y otros con un poco más de detalle, era ordinarios buques de alguna bandera de un país sin importancia, pero con grandes beneficios fiscales. Y recordé la noticia que vengo siguiendo desde hace unos días, lo ocurrido a uno de esos oil tankers que transportan el oro negro de un extremo del mundo al otro sin que nosotros los véamos nunca.

El mundo de los barcos que transportan petróleo, conocidos como oil tankers en inglés, despierta mucha pasión en la comunidad marítima internacional. Sus rutas, tripulaciones, historias, desgracias y diseños son puntualmente cubiertos por aseguradoras, grupos ecologistas, gobiernos, marineros retirados y/o frustrados y también por simples fanáticos. Considérame alguien que por azares de la vida ha tenido su ligera cuota de relación con ese mundito.

Todas las personas dentro de las categorías anteriores saben de lo que voy a hablar, pero la gente más común, o desligada de estas cosas, nunca piensa en los tankers. No tienen por qué hacerlo realmente. Vaya, tenemos cosas más importantes por las cuales traumarnos. Que el petróleo se mueva a un ritmo vertiginoso de un extremo a otro del mundo y que hace unos meses tuviera un valor encima de los cien dólares y hoy apenas pasa de la mitad de esa cantidad no es algo que nos interese a quienes tenemos que ver la telenovela por la noche, ir a cenar y hablar estupideces con los compañeros de trabajo, comprar boletos para el cine y en general, seguir llevando un cómodo estilo de vida urbano.

Y sin embargo, sí nos debería importar un poquito más.

Hace unos días, el 15 de Noviembre para ser precisos, se cumplió como profecía parte de la trama desarrollada en "La Alternativa del Diablo" (The Devil's Alternative), un libro de política ficción de Frederick Forsyth. Muy recomendable si gustas del género de espionaje, intriga internacional y esas cosas. En una de las varias tramas de la historia, aparentemente inconexas y magistralmente atadas al final, el grupo de rebeldes ucranianos decide secuestrar un superpetrolero en plena ruta inaugural desde el astillero hasta Rotterdam.

El líder, un genio de la planificación, comienza así un juego de ajedrez político internacional, al establecer demandas que bajo cualquier otra circunstancia les habrían causado un acceso grave de risa incontrolable a los dirigentes del mundo. Sus peticiones son la liberación de un grupo de compañeros rebeldes encarcelados en una oscura prisión de Alemania Oriental - esta es una novela anterior a la caída del muro -así como ciertas garantías de asilo en Israel y permiso para dar una conferencia de prensa donde van a dar una noticia que hará caer a la otrora gran Rusia.

La precisión en la descripción de todas y cada una de las características importantes del superpetrolero que los ucranianos secuestran es un rasgo común en el estilo de Forsyth, quien ante todo, es periodista e investigador también. Los personajes de la novela se enfrentan en un inicio por una idea tan ridícula como secuestrar un barco en pleno mar abierto. "Nadie ha intentado jamás algo así" dice uno. "Razón de más para que no estén preparados" sentencia el líder, Drake.

Ya en el mundo real, ese día del 15 de Noviembre que les comentaba, los periódicos de todo el orbe se hicieron eco desplegando información del Sirius Star, que a diferencia del Freya en la novela que les comentaba, no es el oil tanker más grande del mundo ni el más nuevo...pero casi. Las descripciones encontradas en línea lo ubican como del tamaño de cuatro putos portaviones, y esas cosas ya son enormes de por si. Dicen que transporta la cuarte parte de la producción de un día de Arabia Saudita. Una carga valuada en cien millones de dólares - al igual que en la novela - y una tripulación de poco más de 20 personas - también igual que en La Alternativa del Diablo.

Lo curioso es que a nadie se le haya ocurrido poner defensas a estas bombas flotantes. Los marinos a bordo deben ser eso, no expertos en jujutsu. Es obvio que al verse asaltados y rodeados de unas cuantas decenas de cabrones somalíes dispuestos a todo, deciden abandonar cualquier intento de resistencia. Tampoco es como que su compañía naviera y la dueña del petróleo no van a pagar el millonario rescate. Todos lo saben.

Quienes secuestraron el barco resultaron ser catalogados como piratas, un término que me suena anticuado y extraño y que me remonta a Johnny Depp borracho con ron, bigote y haciendo malabares. Todo eso me recuerda la palabra pirata, y suena tan fuera de lugar en este moderno mundo porque hoy en día los malos son simplemente fichados como:

1) terroristas
2) hijos de satán
3) radicales
4) extremistas
5) perredistas
6) etcétera

Tú escoge la definición que más te guste. La prensa por el momento optó neciamente en llamarlos piratas, aún con lo anticuado que suena esta denominación.

Dicen los reportes periodisticos que existen ya varios ataques de este tipo en esa zona desde hace poco más de un año, y que se debe a que ciertos vacíos legales permiten actividades ilicitas fuera de todo orden, porque en Somalia - si, el país ese que se hizo más famoso por "La caída del Halcón Negro" que por la hambruna que enfrenta - ha habido un cambio de regimen muy sangriento y básicamente no hay nadie - entiendase autoridad - que tenga el tiempo o las ganas de ir a ver qué andan haciendo los chicos traviesos en las costas del país.

Una lectura más paranoica reflejada en un prestigiado periódico británico dice que, aunque los piratas ganaron con este ecuménico secuestro de un barco de esas magnitudes, a la larga lo único que han logrado es unir a la comunidad internacional para enviar cascos azules a su país y ser atacados más fieramente que antes.

Yo creo que es casi técnicamente imposible secuestrar un barco en latitudes tan conocidas y transitadas, con toda la tecnología de seguimiento e imagenología de super alta resolución en tiempo real con la que se cuenta actualmente. Hay toda una flota americana, fragatas de la OTAN y otras patrullas privadas en la zona como para que unos lancheros somalíes puedan, de la nada, ser expertos terroristas que abordan, controlan y negocian sobre los bienes de un tesoro negro tan valuado que ningún gobierno importante se daría el lujo de perder. El Sirus Star es una carnada, a diferencia del Freya que fue la víctima. Y eso demuestra que la novela política de la realidad siempre será más apasionante que lo que gente como Forsyth pueda imaginar.

martes, 18 de noviembre de 2008

El día de mi punto de inflexión

El chaval de unos diez años llegó a la puerta principal del edificio. Se acercó al elevador que no sabía usar muy bien y después de un momento, un tipo sentado en un banco, y con cara de aburrido, abrió la puerta, la reja, y todos los tipos de protecciones que impedian la entrada/salida del cubiculo que va pa'rriba y pa'bajo.

Que aburrido ha de resultar ser elevadorista. Sentado, oprimiendo siempre los mismos botones, escuchando las mismas conversaciones, mirando la misma gente, llegando a los mismos mundos todo el tiempo.

El niño por fin dio con una amable secretaria, quien lo escuchó y lo hizo sentarse y esperar. Al poco rato, la treintona regresó con un par de libros, se los entregó y lo despidió, enviándolo de regreso al nivel del mar vía el miserable y único elevador del piso.

Días antes ese jovencito había contestado un par de preguntas sobre la historia de la independencia de México en un programa radiofónico y después de haber dado las respuestas correctas le habían indicado a dónde asistir a recoger su premio: más libros (¿para ganar más concursos?)

A pocos metros de regresar al elevador, un adulto con el mismo destino se acercó y probablemente queriendo lucir inteligente, amable, condescendiente (o sea, adulto profesional), tomó de las pequeñas manos uno de los libros que el mozalbete cargaba ya. El adulto profesional leyó el título y la contraportada a la misma velocidad y con el mismo respeto con los que probablemente leía las notas deportivas de cualquier periódico barato. Hecho eso, devolvió con magnificencia el libro y sentenció al niño con un: "ese libro te va a servir mucho".

El adulto era un locutor de radio saliendo de su turno, en sus tempranos cuarenta, voz favorecida, lentes de armazon negra gruesa, calvicie frontal, sin canas y formado su cuerpo como un barril.

Algo ocurrió, algo misterioso, increible y desconcertante. La lucidez llegó al niño a esa edad, revelándosele aquello que lo marcaria de por vida: ese adulto en cuestión era un idiota. Le tomó años, verdaderos largos años, entender lo que había percibido en ese instante de compartir el elevador con un adulto imbecil. ¿Por qué alardear sobre la influencia que un libro va a tener para un mozalbete si nunca lo has leído tú, mi estimado señor adulto con voz de inteligente y nada más?

Respetaba a los adultos por igual, de la misma manera que gustaba de los juguetes y las caricaturas sin distinción. El primer punto de inflexión en la curva del entendimiento humano - y en especial de las personas con derechos plenos - le llegó desde ese instante: no todos los adultos sin inteligentes, ni todos los inteligentes son adultos.

Décadas más tarde.

Ese día, en esa fiesta, regalaron libros. Entre las copas, la música, los cigarros, el baile, el ligue, el humo, las luces, las pláticas insustanciales, uno podía ir a ese rincón apartado, hojear los libros y tomar cuantos uno quisiera. Títulos de superación personal como "La aventura de ser esposa" y compilaciones banales como "Un regalo excepcional" eran la moneda común. "Juan Salvador Gaviota" estaba ahí también, y ese fue el clic, el detonador que me hizo recordar aquella mañana en el elevador con el señor gordito y estúpido que intentó lucir con sapiencia y terminó marcándose en mi memoria como el lamentable prototipo especímen que intento rodear en cada esquina de la vida.

Rescaté la gloriosa "Etica para Amador" de aquella orgía insípida de libros. "Juan Salvador Gaviota" se quedó ahí, como algo intrascendental. Nunca lo terminé de leer, y lo poco que lo exploré, no se quedó conmigo.

Lección, sugerencia, recomendación o lo que sea que era que pedías: no regales libros sin conocer a la persona. No regales libros sin haberlos tenido contigo. Nunca leas sin propósito. Piensa que lo que un libro te dejó a ti será muy diferente para alguien más, porque esas hojas palabras son como amantes, son como días.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Entre mi blockberry y la realidad

Una recientemente adquirida amiga me presumía el término acuñado por sus compañeros para llamar a su celular: el blockberry. El nombre ayuda mucho porque aunque no he visto nunca su celular ya tengo una imagen muy clara del mismo. Es como saberlo todo del mejor amigo de tu novia al que nunca ves porque vive en otro puto universo. No importa no haber estrechado su mano jamás para saludarlo en persona, ya que cuando te lo cruzas en una fiesta por primera vez, conoces desde su número de seguridad social hasta sus tendencias gay más secretas, gracias a tu querida novia parlanchina.

La vida da muchas vueltas porque a veces se queda sin rumbo y debe de retomar los puntos básicos, la esencia del por qué se hacen - o no - las cosas. Ayer, en el bar con un par de amigos, tropecé con diversas escenas en mi trayecto al sanitario. La pareja un par de mesas alejados de nosotros platicaba animadamente. El la miraba con deseo - se entiende que a los 55 y solo en un bar miras a todo lo que se mueva con deseo - y ella - en sus tempranos treinta - le platicaba que había conocido a Tommy Lee Jones en Texas. Y por la forma en cómo lo contó, me sonó a que también se lo folló, pero dudo que le haya dicho esa parte a su viejito conquistador.

Ya en el baño, desenfundé como debe ser sin prestar atención al metrosexual que no dejaba de arreglarse el cabello frente al espejo. Experimenté ese placer único reservado a los hombres, lavé mis manos, las sequé y salí. El chico de los pelos perfectos seguía en el retrete todavía pero ahora examinando sus cejas. Salió cuarenta segundos después de mi y lo ví acomodarse en otra mesa y sonreir coquetamente a su acompañante bigotudo.

De regreso en mi mesa.

Yo: Ya me compré el iPhone.

Amiga: ¿En serio? Vaya, no pudiste aguantar la tentación.

Novio de mi amiga: A ver, enseñámelo.

Parece ser que ver un Nokia viejo y gordito con tecnología pre-chip sobre la mesa va más allá de ser una grosería para el consumismo moderno y ahora entra en los terrenos irrisorios. Reímos los tres de buena gana y la siguiente media hora se convirtió en letanía sobre mis planes con mi armatoste y sobre por qué no compraba uno decente. Me ofrecieron hasta regalarme uno. Tanta lástima les dio ver mi blockberry.

Pero la realidad es que este teléfono hace todo lo que n-e-c-e-s-i-t-o. Envía mensajes, recibe y hace llamadas, timbra, se queda callado, vibra, anuncia falta de señal, indica bajo nivel de batería, y hasta tiene el consagrado juego de la viborita que le da agilidad a mis pulgares.

Ahora, entre lo que necesito y entre lo que deseo en un celular existe un mundo de diferencia. Sin embargo, en esta etapa de mi vida he llegado a la inverosímil conclusión que la gran cantidad - sino es que todas - las cosas que quiero en mi aparato son una mera estúpidez, un capricho alimentado por mi exposición a un grupo amante de la tecnología de punta y rápidamente desechable.

Véamos. ¿Necesito checar mi correo electrónico en todo momento? Sí. Pero tengo mi computadora en la oficina y tengo mi computadora en casa. Y si dejo de checar mi correo por unas horas, nadie, n-a-d-i-e, va a morir. Me tomó años - relaciones y regaños - llegar a esta conclusión. Ergo, no necesito checar mi correo electrónico desde mi celular.

¿Necesito tomar fotografías? Sí. Tengo una linda y fiel cámara fotográfica digital que hace su trabajo cuando tiene que hacerlo. Ergo, no necesito una cámara digital de altisima resolución - ni bajisima ni de ningún grado - integrada a mi celular. Tener a la mano un celular que capture momentos visuales sólo me hace degradar el momento mismo, portandome como zoquete y pidiendo a todos, "oh, esperen, por favor repítamos esto para tomar la foto" o "acomódense para una foto". O grabas, o disfrutas bien, pero no se puede todo.

¿Necesito que mi celular luzca hot? No. Yo necesito lucir hot, no el puto celular. Un celular buenisimo no me va a conseguir mujeres, al igual que uno feo no me las va a ahuyentar. Igual hasta risa les da, y ya sabe lo que dicen de la risa en las citas...

¿Necesito poder accesar a Internet en todo momento? Dicen que los primeros cinco años de vida son los más cruciales para asegurar la supervivencia en este mundo. Y esos primeros cinco yo los viví desconectado, aunque no lo crean. Ergo, ahora que soy más grande, más fuerte, más sabio, podré arreglarmelas sin entrar a Google desde mi conexión inalámbrica en todo momento.

¿Necesito escuchar música en todo momento? John Cage compusó 4′33″, la cual es una obra que exige al músico de cualquier instrumento a callarse por cuatro minutos y treinta tres segundos. Literalmente así lo indica la partitura. Ahora bien, mucha gente entiende esta composición como un rato de silencio, pero realmente la idea del autor era aprovechar los elementos del ambiente como música en sí, reafirmando la idea de que todo sonido es música en potencia. ¿De qué habla la gente en el autobus? ¿A qué suena un tráfico imposible al mediodía en la ciudad? Es probable que esos sonidos de idioteces que tanto nos molestan desaparezcan del conocimiento común de la generación atrás de nosotros - los adultos jóvenes - porque estos chicos ya no salen a la calle si no van conectados como agentes secretos con los audifonos del iPod, del celular, o de ambos. Ergo, no necesito música en mi celular. La escucharé cuando la pueda apreciar y/o tararear sin lucir como zombie abstraido.

¿Necesito entrada de tarjetas de almacenamiento? Si voy a almacenar todas mis pendejadas, ochocientos terabytes - que es lo menos que necesito - todavía no es una medida estándar en la industria de la tecnología, por lo tanto, desistiré de esto. Ergo, no necesito violar mi celular a cada rato metiendo y sacando cosas.

¿Necesito interfaces de rayos infrarrojos, bluetooth, etc.? Oh, sí. Estoy seguro que la próxima fiesta de Vogue en la que me encuentre a Paris Hilton, ella se acercará y me dirá "¿traes tu cel? es que te quiero pasar el último video que hice". Ya saben, la gente me asedia todo el tiempo para transferirme archivos realmente importantes.

Pasando de aquel hermoso Samsung plateado, el novedoso Nokia negro, el Siemens café y mi querido SonyEricsson que se volvió como una extremidad más, pasando de todos ellos, los elementos tecnológicos más avanzados y mamones que te puedas imaginar, he llegado a lo simple nuevamente. Necesito un pinche celular que reciba y envíe mensajes, haga llamadas y que me indique si tiene señal y batería. Mi celular me da todo eso. Es gordo, tosco, antitesis de lo que está en boga. No es lo que yo desearía precisamente, pero es lo que necesito.

Tal vez es hora de concentrar fuerzas en lo que se necesita y así de paso, tangencialmente aunque sea, sentir que uno medio ayuda a salvar el mundo.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Mi ex-novia del Congo (dos de dos)

Si hay algo certero que define a una persona, es aquello que no hace. Los límites inexplorados de la personalidad, el arrebato, la disposición de espiritú, la aventura, todo aquello que un individuo puede elevar a alturas insospechadas - o no hacerlo - es lo que confirma quiénes somos.

De la misma manera que un perímetro límita el área de cualquier forma, y que dentro de esta toda suerte de elementos son posibles, el no estrecha nuestra personalidad dentro de la cual todas las cosas en su rango - área - son posibles. ¿Besar a un hombre? ¿Votar por el Partido Verde? ¿Asaltar un banco? No, no y no. Dentro de esas cosas, mucho es factible.

Siempre son los "no" los que nos dan la pauta a nuestras acciones. El "no" como elemento definitorio de vida es tan imprescindible que a su vez lo negamos. Ironías que se mantienen, ideas que no despegan.

Un momento de clarividencia llegó a mi de la mano de un ex-marine y un ex-soldado del ejercito de tierra americano. Uno fumaba Lucky Strike, el otro Marlboro, y yo Camel's. ¿Nos define lo que fumamos? ¿Nos define lo que NO fumamos? Los Lucky Strike me saben a todo menos a algo conciso. Los Marlboro se me hacen demasiado comerciales y típicos. Conozco pocos que fumen Camel's Natural Flavor y eso me hace sentir especial, único. Pero la triste realidad es que no es así. Si fuera yo su único comprador, no podría adquirirlos en cada pinche esquina donde hay un Oxxo. En ese esfuerzo de aspirar a una identidad propia, nos uniformizamos inconscientemente.

Nos define también lo que no decimos. Incontables son las veces en que experimentamos esa sensación de levantarnos, dar una cachetada a quien lleva la conversación y exclamar un par de palabras altisonantes estratégicamente seleccionadas para herir el alma de quien se encuentra diciendo las estupideces. No lo hacemos generalmente porque la idea de NO funcionar en una sociedad que tiende a alimentarse de conversaciones inermes nos aterra.

Nos define lo que no escribimos.

Y nos define lo que no comentamos.

Tal vez la vejez y la sabiduría sean la marca que la vida impone a los que ya no necesitan definirse. Quienes pasaron esa carretera llena de momentos clave para girar en ciertas curvas, o respetar determinados tramos peligrosos, o para ir más lentos bajo la lluvia ya no necesitan definirse. Lo hicieron - dubitativamente - mucho tiempo atrás.

Mi ex-novia del Congo debe ser que nunca andaré con ella. Debe saber que ella me define.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Mi ex-novia del Congo (uno de dos)

Había soñado con ella. Durante mi estado onírico platícabamos y además bla azu alsd s0l añasi ays yalañ pxo amtu srwchfm klaiutf rggjau cmkar. Claro, a ella se lo escribí con un poco más de detalle en un correo electrónico. Al responder mi mensaje, su comentario fue simplemente:

"¿No te equivocaste de persona?"

Unos teclazos y le dije:

"No lo creo. Eres mi ex-novia del Congo, ¿no?"

Dos horas después, ella:

"Estuviste a punto de matar el romanticismo (y en este punto aunque no me llamó "idiotita" estoy seguro lo pensó). Afortunadamente sé que no te gustan las mujeres africanas."

Ya no contesté. Y así han pasado los eones y otros corazones. Mi respuesta sobre las mujeres del continente negro sigue pendiente porque el decir que no soy racista, como tampoco comunista o republicano o conservador o amante del peyote o potencial macho con cuatro esposas es algo que está por comprobarse. No he vivido toda mi vida, y por tanto quedan muchas fatalidades y desilusiones pendientes por absorber o imprimir en mi camino.

Yo digo que no soy nada de lo de arriba, pero no lo sabré a ciencia cierto hasta el día en que me vea expuesto a todo ello. Si Hitler pensaba que sería un pintor famoso y las cosas le salieron un poquitín diferentes, ¿quién soy yo para pensar que siempre seré igual de idealista, sexy y astuto? ¿Cuatro esposas? Tan sólo hoy en día prefiero ser sometido por un grupo de masoquistas aficionados a soportar los dialogos superfluos y banales de chicas veinteñeras sin sesos como los que parecen acecharme constantemente - mea culpa, siempre traigo las orejas puestas - , ¿qué haría yo con cuatro esposas?

Probablemente tenga que ver otra vez esa cosa de "El Secreto" y aplicar las técnicas metafísicas sugeridas para atraer solamente a una potencial esposa, a la correcta; o cuatro, si es necesario, pero no a al mismo tiempo, no por favor.

Mi querido amigo de Portugal me comentaba su experiencia de tres divorcios durante un desayuno estilo quítame-la-resaca, hace cosa de un par de años. Sonaba de lo más natural, con la convicción del hombre que ha sido feliz y ha sufrido descalabros comunales que - sin embargo - no se han reflejado en su placentero y tranquilo andar, pensar y opinar. Tres hijos, tres ex-esposas. Qué cabrón. Lo de miedo es que nos llevamos muy bien. Nos entendemos.

Por otro lado - lejos de esposas, divorcios, niños y otros ornamentos relativos al hombre de mediana edad comprometido con su aportación a la sociedad - la cuestión de definirse como un ente agrupador de conceptos claros no es la tarea más fácil del mundo. En Fight Club el narrador describe su lucha por encontrar el elemento casero, el mueble ideal, aquellos platos estilizados que logren definirlo como persona.

Definirse como alguien de izquierda o derecha, honesto o corrupto, simple o mamón, interesante o lento, es la tarea más cambiante del mundo. Tenemos a los políticos que tal vez no sean otra cosa sino los individuos metamórficos más expuestos del mundo. Hoy son de un color partidista y la próxima selección de candidatos cambian de camiseta si no resultan favorecidos donde sea que estén. Y luego tenemos a los artistas que conformen van "evolucionando" (de simple mota a carisima coca, exótica heroína y otras delicias del mercado de estuperfacientes asiático) resulta que cambian tanto su concepto original que al final ya no sabes si lo que tocan o pinta es art-noveau o pendejadas, si lo que escuchas es alternativo o desafinaciones.

lunes, 3 de noviembre de 2008

El día que la historia de Eleazar Bouffier me rescató

"Cuando caí en la cuenta de que todo esto había florecido de las manos y del alma de este único hombre solo, sin ningún avance técnico en su herramienta, comprendí que los hombres pueden llegar a ser tan eficaces como Dios en otros dominios además de el de la destrucción."

La ventana mostraba el paisaje de la sierra madre occidental mexicana en todo su esplendor. Esas ventanas de los autobuses que usualmente empleo para desplazarme hasta la capital son tan grandes, tan limpias y tan realistas que bien podrían emplearse como espacio para la proyección de una película en formato IMAX.

Sin embargo, cinco horas de viaje son muchas, y cualquier actividad que no sea trabajar o dormir que tenga que durar ese lapso de tiempo se torna aburrida, violenta, monótona o alguna combinación derivada de esas cualidades. Después de haber despertado de un estado aletargado que apenas me rescató por 120 minutos, contemplé durante otros treinta la vegetación virgen. Luego jugué ajedrez con mi celular y ya para terminar, dirigí mi atención a uno de los monitores con los que eramos sistemáticamente torturados nosotros los pecadores pasajeros. Daba igual cuáles hayan sido los errores cometidos antes de subirnos al mentado autobus, todos debíamos pagar la misma penitencia por igual viendo - y lo peor, escuchando - una selección de películas tan, pero tan malas, que hacían lucir a las producciones de Ed Wood como la última coca cola del desierto.

Suelen ser películas que ya ví, o que jamás querría ver, ni aún si una amenaza de ser enviado a Guantánamo pesara sobre mi. Todas, sin excepción, habían sido así hasta que ver L'homme qui plantait des arbres hizo que creciera un respeto natural en mi por el trabajo de un escritor francés y un director canadiense.

Me explico.

La historia plasmada en apenas unos cuantos párrafos es de una narrativa hermosa. Leerlo en inglés es tan absorbente como en español, y aún en mi muy limitado francés.

El cuento la encuentras aquí. La película que ví, basada en el mismo, y de hecho conteniendo básicamente toda la historia completa, la encuentras aquí.

Merci, Jean Giono.

jueves, 30 de octubre de 2008

Amicus

Si hay un concepto que ha cambiado radicalmente en los últimos años, ese es el de la amistad. Piénsalo un momento. Habemos gente susceptible a tener muchas amistades, habemos gente normal con una cuota promedio de amigos, y habemos paranoicos con apenas las amistades necesarias para sobrevivir. Habemos de todo. Y lo mismo aplica a los diversos tipos de amistad.

De acuerdo a Wikipedia, la amistad es el tipo de relación interpersonal más común, y ni qué decir al respecto, dado que hasta los más cabrones de los más cabrones tienen amigos igual de cabrones que ellos. Si hay una moneda de cambio común a todo el mundo, es el hecho de saber que toda persona tiene - o tuvo - al menos un amigo. Qué tan prescindible es tener una amistad es lo que da fuerza a cada pareja que se enlaza de esta manera.

Pensemos un poco en una de esas notas de alta tecnología que Wired gusta de publicar. El autor explicaba hace unos días cómo había llegado al extremo de no poder dejar de tener amigos, no poder interrumpir la amistad. Con los métodos modernos que las redes sociales como Facebook y otras parecidas, ya resulta casi anti-natural no estar en contacto. No vale el anterior "tiene rato que no sé de ti". Ya no.

Lo que Facebook busca pueden ser dos cosas (aparte de una capitalización de ensueño que sacaría de pobres a unos diez países latinoamericanos): lograr un entretejido social tan robusto que ninguna persona pueda quedar potencialmente aislada de una red en la cual todos - sí, todos - nos conocemos. Una amiga me contó la teoría de su paranoico padre en la cual opina que Facebook es un arma más del gobierno americano para poder fácilmente relacionar a toda persona y lograr una rápida evaluación de la misma debido a sus contactos. Eres un potencial terrorista porque el novio de la prima de una amiga tuya que agregaste hace apenas dos meses y con la cual apenas conviviste un mes en un campamento de verano es un musulman que a su vez tiene a un tío abuelo en la carcel por haber vendido su auto viejo a un convicto criminal que rentó - sin saber - una casa a algún pariente de Bin Landen. Y tú ni enterado.

El poder de conectar de las redes sociales, mensajería instántanea y demás herramientas emanadas de la revolución web 2.0 también tiene ciertas ventajas. Ahora resulta que estoy a solo un grado de distancia de conocer a gente tan famosa como Juanes, el cantante colombiano, y por ende, a dos de conocer a Shakira.

Resulta que mi amiga colombiana conoce a este famoso interprete de hace años cuando él todavía no era famoso y asistió a su universidad a dar un concierto. Hace unos días en Ciudad de México fue invitada a su concierto por el manager y pasaron un buen rato conviviendo en el hotel con otras amistades. Ahora nos muestra la foto y pienso que si yo fuera un ferviente fan de Juanes podría aprovecharme de mi amistad con N. para acercarme a él. Pero en realidad soy más fan de Shakira así que esperaré a que ella la conozca para entonces si entrar sus conciertos ;-)

Lo anterior es apenas un ejemplo de como la teoría de los seis grados de separación entre cualquiera dos individuos en este planeta se está achicando. Ya no podemos optar por ser islas - no es que lo hayamos sido en algún momento - sino por firmar o no para ser miembros de Hi5 o cosas similares.

Cuando las cosas eran claras, en la medianía y terminación de la era industrial-espacial, antes de que la era de la información comenzará a ser omniprescente, la gente tenía muy definidas las etapas para cierto tipo de amistad. En la escuela, tus compañeros tenían que ser tus amigos. Unos pocos sobrevivían ese periodo turbulento y llegaban a mantenerse como amigos extramuros. En el vecindario, los niños con los que jugabas fútbol o cualquier otra cosa también pasaban a ser tus amigos. Todo mundo sabía que terminada esas etapas, las mismas amistades se deshecharían. Nadie discutía ni lloraba por dejar de tener amigos en ciertas esferas, era algo entendido que así estaban delineadas las cosas. Ahora no. Si conociste a alguien en algún evento cualquier e intercambiaste correos electrónicos, ya son amigos permanentes. Estarás en su Facebook o en su lista de contactos de mensajería o en cualquier cosa que te permite compartir algo de ti con otros en la red. No hay manera de dejar ir las viejas amistades.

Dado entonces que la amistad es moneda tan corriente, se ha devaluado. Y así hay ahora amigos, amigochos, amiguitos, amigorros, amiguetes, amiguzcos y amigovios. Total, ¿qué más da?

Es positivo poder tener un contacto que exceda la frontera de las etapas marcadas de la vida, porque incluso estas mismas ya no son tan gruesas como lo eran. Pero caray, ¿tener el contacto de una persona con la que no intercambias mensajes más que una vez cada, digamos, veinte meses, da derecho a llamarla amiga?

Comentaba uno de mis bloggers favoritos el genial concepto de desarrollar un contrato informal que todo mundo entendiera como una cláusula para revelar ideas de negocios a amigos. Diciéndo pues simplemente la palabra en inglés que acuñó, todos entenderían que lo que venía a continuación constituía algo de valor intelectual para quien lo escupía. Y que no deberían aprovecharse de esa idea a menos que así fuera explicitamente expuesto por su creador. Y que cualquier recepto de la idea que hubiese sido invitado a escucharla con fines de mera audiencia no podía siquiera divulgarla a su vez, so pena de echar la amistad por la borda.

La idea no es mala, pero no me gusta. Y me hice eco de las palabras de una chica que comentó: "en primera, si tengo que decirle a un amigo que lo que a continuación voy a decirle es una idea confidencial y que espero que no la divulge ni se aproveche de ella, entonces no es mi amigo". Caray, nunca mejor puesto.

Amigo puede ser un concepto tan profundo como fácil de echar a perder. Lo sabremos todos. Pero la verdadera delicia de contar con unos es saber que leerán una mala entrada como esta, y aún así me seguirán dando críticas positivas. Y por eso los considero grandes amigos.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Ludovic

Ludovic es un nombre relativamente corriente en Francia. Y que bueno que nació ahí, porque de lo contrario habría sonado algo exótico en otras partes. Al momento de escribir estas líneas, se cumplen ya más de 10 años desde la primera vez que tuve contacto con mi singular pen-pal francés. En ese entonces yo era coleccionista filatélico y de tarjetas postales. A este último tipo de coleccionista se le conoce como dentiologist en inglés, ya que al parecer no hemos sido lo suficientemente imaginativos en español para dar con una simple palabra.

Les decía pues de mi pasatiempo. Durante varios años tuve contacto con personas de todo el mundo, buscando lo mismo que yo: imagenes y recuerdos de lejanos lugares que nos sirvieran de excusa para planear mentalmente un viaje a otras latitudes y - lo más importante - saber que tendríamos alguien ahí para recibirnos, o al menos para saludar.

Coleccionistas fueron y vinieron. Me volví parte importante de uno de los grupos más elitistas en los newsgroups de tarjetas postales y mi volumen de correspondencia superó en poco tiempo mi capacidad de enajenación semanal para saborear cada una de las cartas y letras a mano que me llegaban. Poco a poco fui disminuyendo mi ritmo hasta que me quedaron unos pocos "amigos" con quienes continue correspondencia. Entre ellos destacaba Ludovic, quien compartía conmigo su interés por conocer más de una tierra exótica de la que había escuchado muchas veces pero apenas si podía ubicar en un mapa. México, tacos, sombreros y Pancho Villa eran los componentes de su bagaje de mi país. Ah, y la selección mexicana. No olvidemos que el mundial estaba desarrollandose, y como buen joven francés, seguía de cerca el espectáculo del año en su país. Corría 1998.

Ludovic era un año mayor que yo (¿o menor?). Estudiaba geografía en alguna universidad cerca de París y gustaba de coleccionar tarjetas telefónicas. Sí. Como esas de Ladatel o las que ves tiradas en la calle. Era un buen trato. Yo cuidaba de mis tarjetas telefónicas, juntaba tres de buena calidad y se las enviaba. A cambio, yo recibía una hermosa postal de diferentes aspectos franceses. Así hicimos muchos trueques.

Cuando por fin me harté de conocer tan bien la France por postales, me cambié al lado filatélico del asunto. La Poste - el servicio postal francés - enviaba unos catalogos que eran la delicia del mundo del coleccionismo de estampillas. Con este catálogo y mis gustos, solicitaba yo a Ludovic sellos temáticos. Así me hice de una colección de "El Principito" y otra de la copa del mundo de 1998. Bastante exclusivas por cierto. Creo que en otros diez años me harán millonario. Paciencia pues, que ya compraré el Ferrari que me haga lucir mejor que Brad.

Ludovic y yo rara vez usamos el correo electrónico. Nuestra amistad se fortaleció porque nuestros esporádicos intercambios daban tiempo a formarnos la imagen el uno del otro y tener cierta curiosidad por los andares en que nos metíamos. Así pues con la magia del tiempo se volvió mi primer amigo en Francia.

Tristemente el contacto se perdió al cabo de los años. Creo que la última carta que recibí de él fue en 2002 o el año anterior. Yo comencé a ser un típico joven interesado más en cervezas, fiestas, mujeres y dinero que en realizar el tremendo esfuerzo mental de llevar una relación de amistad honesta con un buen tipo al otro lado del mundo. Y asumo que a él le ocurrió lo mismo. Y que bueno, la verdad. Triste habría sido lo contrario.

Escribiré hoy una carta y la enviaré a mi estimado. La verdad no he cambiado mucho desde la última vez que tuvimos contacto ya que me siguen gustando las fiestas, la cerveza, las mujeres y el dinero. Tal vez él tampoco ha cambiado, pero quién sabe lo bueno que pueda derivarse de recuperar a un viejo contacto. Veremos.