miércoles, 29 de octubre de 2008

Ludovic

Ludovic es un nombre relativamente corriente en Francia. Y que bueno que nació ahí, porque de lo contrario habría sonado algo exótico en otras partes. Al momento de escribir estas líneas, se cumplen ya más de 10 años desde la primera vez que tuve contacto con mi singular pen-pal francés. En ese entonces yo era coleccionista filatélico y de tarjetas postales. A este último tipo de coleccionista se le conoce como dentiologist en inglés, ya que al parecer no hemos sido lo suficientemente imaginativos en español para dar con una simple palabra.

Les decía pues de mi pasatiempo. Durante varios años tuve contacto con personas de todo el mundo, buscando lo mismo que yo: imagenes y recuerdos de lejanos lugares que nos sirvieran de excusa para planear mentalmente un viaje a otras latitudes y - lo más importante - saber que tendríamos alguien ahí para recibirnos, o al menos para saludar.

Coleccionistas fueron y vinieron. Me volví parte importante de uno de los grupos más elitistas en los newsgroups de tarjetas postales y mi volumen de correspondencia superó en poco tiempo mi capacidad de enajenación semanal para saborear cada una de las cartas y letras a mano que me llegaban. Poco a poco fui disminuyendo mi ritmo hasta que me quedaron unos pocos "amigos" con quienes continue correspondencia. Entre ellos destacaba Ludovic, quien compartía conmigo su interés por conocer más de una tierra exótica de la que había escuchado muchas veces pero apenas si podía ubicar en un mapa. México, tacos, sombreros y Pancho Villa eran los componentes de su bagaje de mi país. Ah, y la selección mexicana. No olvidemos que el mundial estaba desarrollandose, y como buen joven francés, seguía de cerca el espectáculo del año en su país. Corría 1998.

Ludovic era un año mayor que yo (¿o menor?). Estudiaba geografía en alguna universidad cerca de París y gustaba de coleccionar tarjetas telefónicas. Sí. Como esas de Ladatel o las que ves tiradas en la calle. Era un buen trato. Yo cuidaba de mis tarjetas telefónicas, juntaba tres de buena calidad y se las enviaba. A cambio, yo recibía una hermosa postal de diferentes aspectos franceses. Así hicimos muchos trueques.

Cuando por fin me harté de conocer tan bien la France por postales, me cambié al lado filatélico del asunto. La Poste - el servicio postal francés - enviaba unos catalogos que eran la delicia del mundo del coleccionismo de estampillas. Con este catálogo y mis gustos, solicitaba yo a Ludovic sellos temáticos. Así me hice de una colección de "El Principito" y otra de la copa del mundo de 1998. Bastante exclusivas por cierto. Creo que en otros diez años me harán millonario. Paciencia pues, que ya compraré el Ferrari que me haga lucir mejor que Brad.

Ludovic y yo rara vez usamos el correo electrónico. Nuestra amistad se fortaleció porque nuestros esporádicos intercambios daban tiempo a formarnos la imagen el uno del otro y tener cierta curiosidad por los andares en que nos metíamos. Así pues con la magia del tiempo se volvió mi primer amigo en Francia.

Tristemente el contacto se perdió al cabo de los años. Creo que la última carta que recibí de él fue en 2002 o el año anterior. Yo comencé a ser un típico joven interesado más en cervezas, fiestas, mujeres y dinero que en realizar el tremendo esfuerzo mental de llevar una relación de amistad honesta con un buen tipo al otro lado del mundo. Y asumo que a él le ocurrió lo mismo. Y que bueno, la verdad. Triste habría sido lo contrario.

Escribiré hoy una carta y la enviaré a mi estimado. La verdad no he cambiado mucho desde la última vez que tuvimos contacto ya que me siguen gustando las fiestas, la cerveza, las mujeres y el dinero. Tal vez él tampoco ha cambiado, pero quién sabe lo bueno que pueda derivarse de recuperar a un viejo contacto. Veremos.

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