jueves, 30 de octubre de 2008

Amicus

Si hay un concepto que ha cambiado radicalmente en los últimos años, ese es el de la amistad. Piénsalo un momento. Habemos gente susceptible a tener muchas amistades, habemos gente normal con una cuota promedio de amigos, y habemos paranoicos con apenas las amistades necesarias para sobrevivir. Habemos de todo. Y lo mismo aplica a los diversos tipos de amistad.

De acuerdo a Wikipedia, la amistad es el tipo de relación interpersonal más común, y ni qué decir al respecto, dado que hasta los más cabrones de los más cabrones tienen amigos igual de cabrones que ellos. Si hay una moneda de cambio común a todo el mundo, es el hecho de saber que toda persona tiene - o tuvo - al menos un amigo. Qué tan prescindible es tener una amistad es lo que da fuerza a cada pareja que se enlaza de esta manera.

Pensemos un poco en una de esas notas de alta tecnología que Wired gusta de publicar. El autor explicaba hace unos días cómo había llegado al extremo de no poder dejar de tener amigos, no poder interrumpir la amistad. Con los métodos modernos que las redes sociales como Facebook y otras parecidas, ya resulta casi anti-natural no estar en contacto. No vale el anterior "tiene rato que no sé de ti". Ya no.

Lo que Facebook busca pueden ser dos cosas (aparte de una capitalización de ensueño que sacaría de pobres a unos diez países latinoamericanos): lograr un entretejido social tan robusto que ninguna persona pueda quedar potencialmente aislada de una red en la cual todos - sí, todos - nos conocemos. Una amiga me contó la teoría de su paranoico padre en la cual opina que Facebook es un arma más del gobierno americano para poder fácilmente relacionar a toda persona y lograr una rápida evaluación de la misma debido a sus contactos. Eres un potencial terrorista porque el novio de la prima de una amiga tuya que agregaste hace apenas dos meses y con la cual apenas conviviste un mes en un campamento de verano es un musulman que a su vez tiene a un tío abuelo en la carcel por haber vendido su auto viejo a un convicto criminal que rentó - sin saber - una casa a algún pariente de Bin Landen. Y tú ni enterado.

El poder de conectar de las redes sociales, mensajería instántanea y demás herramientas emanadas de la revolución web 2.0 también tiene ciertas ventajas. Ahora resulta que estoy a solo un grado de distancia de conocer a gente tan famosa como Juanes, el cantante colombiano, y por ende, a dos de conocer a Shakira.

Resulta que mi amiga colombiana conoce a este famoso interprete de hace años cuando él todavía no era famoso y asistió a su universidad a dar un concierto. Hace unos días en Ciudad de México fue invitada a su concierto por el manager y pasaron un buen rato conviviendo en el hotel con otras amistades. Ahora nos muestra la foto y pienso que si yo fuera un ferviente fan de Juanes podría aprovecharme de mi amistad con N. para acercarme a él. Pero en realidad soy más fan de Shakira así que esperaré a que ella la conozca para entonces si entrar sus conciertos ;-)

Lo anterior es apenas un ejemplo de como la teoría de los seis grados de separación entre cualquiera dos individuos en este planeta se está achicando. Ya no podemos optar por ser islas - no es que lo hayamos sido en algún momento - sino por firmar o no para ser miembros de Hi5 o cosas similares.

Cuando las cosas eran claras, en la medianía y terminación de la era industrial-espacial, antes de que la era de la información comenzará a ser omniprescente, la gente tenía muy definidas las etapas para cierto tipo de amistad. En la escuela, tus compañeros tenían que ser tus amigos. Unos pocos sobrevivían ese periodo turbulento y llegaban a mantenerse como amigos extramuros. En el vecindario, los niños con los que jugabas fútbol o cualquier otra cosa también pasaban a ser tus amigos. Todo mundo sabía que terminada esas etapas, las mismas amistades se deshecharían. Nadie discutía ni lloraba por dejar de tener amigos en ciertas esferas, era algo entendido que así estaban delineadas las cosas. Ahora no. Si conociste a alguien en algún evento cualquier e intercambiaste correos electrónicos, ya son amigos permanentes. Estarás en su Facebook o en su lista de contactos de mensajería o en cualquier cosa que te permite compartir algo de ti con otros en la red. No hay manera de dejar ir las viejas amistades.

Dado entonces que la amistad es moneda tan corriente, se ha devaluado. Y así hay ahora amigos, amigochos, amiguitos, amigorros, amiguetes, amiguzcos y amigovios. Total, ¿qué más da?

Es positivo poder tener un contacto que exceda la frontera de las etapas marcadas de la vida, porque incluso estas mismas ya no son tan gruesas como lo eran. Pero caray, ¿tener el contacto de una persona con la que no intercambias mensajes más que una vez cada, digamos, veinte meses, da derecho a llamarla amiga?

Comentaba uno de mis bloggers favoritos el genial concepto de desarrollar un contrato informal que todo mundo entendiera como una cláusula para revelar ideas de negocios a amigos. Diciéndo pues simplemente la palabra en inglés que acuñó, todos entenderían que lo que venía a continuación constituía algo de valor intelectual para quien lo escupía. Y que no deberían aprovecharse de esa idea a menos que así fuera explicitamente expuesto por su creador. Y que cualquier recepto de la idea que hubiese sido invitado a escucharla con fines de mera audiencia no podía siquiera divulgarla a su vez, so pena de echar la amistad por la borda.

La idea no es mala, pero no me gusta. Y me hice eco de las palabras de una chica que comentó: "en primera, si tengo que decirle a un amigo que lo que a continuación voy a decirle es una idea confidencial y que espero que no la divulge ni se aproveche de ella, entonces no es mi amigo". Caray, nunca mejor puesto.

Amigo puede ser un concepto tan profundo como fácil de echar a perder. Lo sabremos todos. Pero la verdadera delicia de contar con unos es saber que leerán una mala entrada como esta, y aún así me seguirán dando críticas positivas. Y por eso los considero grandes amigos.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Ludovic

Ludovic es un nombre relativamente corriente en Francia. Y que bueno que nació ahí, porque de lo contrario habría sonado algo exótico en otras partes. Al momento de escribir estas líneas, se cumplen ya más de 10 años desde la primera vez que tuve contacto con mi singular pen-pal francés. En ese entonces yo era coleccionista filatélico y de tarjetas postales. A este último tipo de coleccionista se le conoce como dentiologist en inglés, ya que al parecer no hemos sido lo suficientemente imaginativos en español para dar con una simple palabra.

Les decía pues de mi pasatiempo. Durante varios años tuve contacto con personas de todo el mundo, buscando lo mismo que yo: imagenes y recuerdos de lejanos lugares que nos sirvieran de excusa para planear mentalmente un viaje a otras latitudes y - lo más importante - saber que tendríamos alguien ahí para recibirnos, o al menos para saludar.

Coleccionistas fueron y vinieron. Me volví parte importante de uno de los grupos más elitistas en los newsgroups de tarjetas postales y mi volumen de correspondencia superó en poco tiempo mi capacidad de enajenación semanal para saborear cada una de las cartas y letras a mano que me llegaban. Poco a poco fui disminuyendo mi ritmo hasta que me quedaron unos pocos "amigos" con quienes continue correspondencia. Entre ellos destacaba Ludovic, quien compartía conmigo su interés por conocer más de una tierra exótica de la que había escuchado muchas veces pero apenas si podía ubicar en un mapa. México, tacos, sombreros y Pancho Villa eran los componentes de su bagaje de mi país. Ah, y la selección mexicana. No olvidemos que el mundial estaba desarrollandose, y como buen joven francés, seguía de cerca el espectáculo del año en su país. Corría 1998.

Ludovic era un año mayor que yo (¿o menor?). Estudiaba geografía en alguna universidad cerca de París y gustaba de coleccionar tarjetas telefónicas. Sí. Como esas de Ladatel o las que ves tiradas en la calle. Era un buen trato. Yo cuidaba de mis tarjetas telefónicas, juntaba tres de buena calidad y se las enviaba. A cambio, yo recibía una hermosa postal de diferentes aspectos franceses. Así hicimos muchos trueques.

Cuando por fin me harté de conocer tan bien la France por postales, me cambié al lado filatélico del asunto. La Poste - el servicio postal francés - enviaba unos catalogos que eran la delicia del mundo del coleccionismo de estampillas. Con este catálogo y mis gustos, solicitaba yo a Ludovic sellos temáticos. Así me hice de una colección de "El Principito" y otra de la copa del mundo de 1998. Bastante exclusivas por cierto. Creo que en otros diez años me harán millonario. Paciencia pues, que ya compraré el Ferrari que me haga lucir mejor que Brad.

Ludovic y yo rara vez usamos el correo electrónico. Nuestra amistad se fortaleció porque nuestros esporádicos intercambios daban tiempo a formarnos la imagen el uno del otro y tener cierta curiosidad por los andares en que nos metíamos. Así pues con la magia del tiempo se volvió mi primer amigo en Francia.

Tristemente el contacto se perdió al cabo de los años. Creo que la última carta que recibí de él fue en 2002 o el año anterior. Yo comencé a ser un típico joven interesado más en cervezas, fiestas, mujeres y dinero que en realizar el tremendo esfuerzo mental de llevar una relación de amistad honesta con un buen tipo al otro lado del mundo. Y asumo que a él le ocurrió lo mismo. Y que bueno, la verdad. Triste habría sido lo contrario.

Escribiré hoy una carta y la enviaré a mi estimado. La verdad no he cambiado mucho desde la última vez que tuvimos contacto ya que me siguen gustando las fiestas, la cerveza, las mujeres y el dinero. Tal vez él tampoco ha cambiado, pero quién sabe lo bueno que pueda derivarse de recuperar a un viejo contacto. Veremos.

domingo, 26 de octubre de 2008

Lo que el viento se llevó

Mi ciudad es extrema. Por un lado puede tener el vigor del tráfico vehicular de cualquier gran urbe y por el otro ser el pueblito más tranquilo del mundo. La economía - y los empleos de las personas - giran en torno a cuatro ejes: la zona portuaria, con miles de estibadores, marinos, agentes aduanales, etc; la zona industrial, con maquinistas, técnicos, ingenieros, agentes comerciales, etc; la zona turística: con los muchos bares, restaurantes y discotecas que sirven de distracción a los dos primeros grupos y a los turistas; y finalmente el cuarto eje que engloba todo lo demás que presta servicio a los tres anteriores, llámese educación, gobierno, transporte, etc.

Siendo una ciudad con un patrón de vida tan ordenado, o al menos tan definido, pocas cosas la vuelven loca. En Febrero o Marzo se tiene la gran fiesta del año, el carnaval, que amontona a tanta gente por el largo boulevard como solamente se puede lograr con música, alcohol, chicas casi desnudas y dádivas regaladas a diestra y siniestra.

Lo anterior explica por qué cuando ocurren situaciones fuera de lo normal, lejos de permanecer receptivos, pasivos, lógicos, la población prefiere entrar en la vorágine de hipótesis sin más fundamentos que un pedazo de información extraída en décima generación, vaya, chismes. Los servicios de emergencia y seguridad se comportan como si los edificios del World Trade Center neoyorquino hubiesen renacido y reatacados nuevamente en estas latitudes. Nos gusta tener un poco de caos que nos saque de la simple rutina de estar consumiendo alcohol y demás en un sábado por la noche.

Caminaba yo rumbo a la zona centro, me encontraba de hecho en la misma, pero iba rumbo a su corazón cuando recibí la primera llamada de la noche. Okay. No, okay, claro. ¿Todo bien?, perfecto. No, no noto nada. Todo se ve normal de aquí. Gracias. Sí, nos vemos. Bye.

Me avisaban de una explosión ocurrida apenas unos minutos antes y que por todos los ángeles no me fuera a meter a la zona centro porque estaban evacuando. "Claro que no lo haré" dije, pensando al mismo tiempo hacia dónde reorientar el plan. La gente caminaba a mi alrededor, los autos lucían normales con sus ocupantes escuchando música estridente y los demás curiosos haciendo shopping nocturno. Yo sabía que había una fuga pero creo que poco le habría importado a esas personas si les avisaba o no.

Empecé a observar más detenidamente, mientras decidía qué hacer. Y así llegué a la frontera del mar con mi ciudad. Noté en el trayecto que los policías y elementos del ejercito traían protección "cubrebocas", y que cerraban rápidamente las calles que daban acceso al centro de la población. Me detuvé un momento a encender un cigarrillo cerca de una patrulla justo al momento de escuchar que dos policias comentaban sobre la fuga de "cloro" que se acontencía apenas a un kilómetro de nosotros. Me tranquilicé. El cloro nunca ha matado a nadie a más de dos kilometros - que es la distancia que calculé desde el origen de la explosión hasta mi casa. Pero por otro lado, ¿era cloro o amoniaco? El amoniaco ya lo había respirado lo suficiente en mi niñez al vivir durante varios meses en casa de una tía que tenía como vecinos un arroyo que había decidido ser fuente de los residuos de un complejo petroquímico. Ahí las fugas de amoníaco eran tan comunes como partirse algún miembro por andar corriendo en los árboles y arbustos.

Así pues, ni el cloro ni el amoníaco me asustaban. Pero no estaba tranquilo.

Serían alrededor de las nueve de la noche cuando me senté y prendí otro cigarro, decidido a contemplar el espectáculo de la gran nube tóxica que se generaba en el puerto. Si esto hubiera sido un concierto de talla internacional, podría decirse que había conseguido boletos a diez filas del escenario, suficientemente buenos, y realmente todo lo cerca que quería yo estar.

Llegó un tipo pues a la muralla que sirve impasiblemente como contenedora de los avances del mar. Se sentó, y comenzó a ordenar su equipo para una pesca de bajo nivel. Desenrolló la tanza y - dado que se encontraba en mi línea de visión de "el espectáculo" - volteó a verme sintiendo tal vez algo de mi interés irradiado en energía "de visión", o lo que sea que lo hace a uno voltear cuando detecta que está siendo observado.

Intercambiamos unas cuantas frases sobre lo que ocurría y después me dejó en paz. Se encontraba a unos diez metros de mi. Había todavía familias, amigos y parejas paseando de lo lindo en la zona que no estaban al tanto de lo que ocurría. De pronto, un viejito que andaba en una bicicleta Bimex, se acercó y me preguntó qué ocurría.

- Hubo una fuga de amoníaco - dije yo. Lo dije con una seguridad que me llegaba de la misma vena que me había hecho llamar a aquella chica un día a las cinco y media de la mañana e invitarla a desayunar, la vena de la estúpidez.

El viejito, con un look de anciano del medio oriente, barba gris, ojos grandes y expresivos, ropas viejas y roídas, comenzó a explicarme que el amoníaco era lo que se utilizaba en esa zona para lavar el interior de los buques que ahí atracaban. Durante los próximos minutos describió, para mi conocimiento, el movimiento y logística de un puerto de altura como el que avizorabamos desde nuestra locación. Después, aburrido tal vez o excitado por conocer más, me comunicó que se largaba a ver las noticias para saber bien de qué se trataba todo.

Así pues, quedamos solamente mi "amigo" el señor pescador y yo.

Unos cinco minutos habían pasado y se acercó. Me tomó dos segundos detectar su aliento alcoholico y al ser de esas personas efusivas que viven alegres por el mar y sus productos, me abrazaba como camarada y se acercaba a mi como confidente explícandome lo mucho que durante sus cincuenta y tantos años la zona de pesca del litoral había evolucionado. Me comentó de sus momentos de gloria cuando más jóven podía hacer toda suerte de cosas para obtener pulpos, calamares, camarones y peces en las orillas de donde precisamente hoy nos encontrabamos. Me contó la historia familiar del primer director del acuario internacional que tiene sede en la ciiudad y me plático también las idas y venidas del dueño y fundador del mercado de pescadería más tradicional del puerto.

Tentado estuve los primeros segundos de mandarlo a volar pensando que era un borracho más que me iba a pedir dinero, pero un segundo análisis me hizo comprobar que llevaba buenas ropas, algo sucias, pero relativamente nuevas, un reloj, llaves que no se veían pero se escuchaban, y que sobre todo, tenía la seguridad de alguien con un trabajo diurno aburrido que buscaba siempre la manera de liberarse con el alcohol en un fin de semana y pescar algo en tranquilidad. Si una situación anómala como la de hoy le permitía establecer plática con un tipo extraño como yo, pues bienvenido. Total, se emborrachaba con otros desconocidos así que qué más daba.

Así pues proseguimos nuestra conversación con el nubarrón como telón de fondo hasta que mi celular interrumpió. Después de ahí, me despedí todo lo cortés que pude y me retiré, pensando que la nube no trairía otra consecuencia sino que la gente despertara un poco y platicara de algo más. La nube fue nube durante una hora y los vientos del norte se la llevarón allá arriba dónde hace más daño, con sus amigos los cloroflourocarbonos, Mario Molina dixit.

Esa noche, varios amigos se comunicaron conmigo únicamente para ver si estaba todo bien. Y aunque lo agradezco, me quedé pensando en lo extraño que a veces tienen que ser las cosas para que nos tomemos un minuto y hagamos la llamada.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Las tortugas pueden volar en esta película

- ¿Buscas alguna película en especial? - pregunta la jovencita muy mona con una sonrisa tan falsa como su interés en mis deseos.

Oh, sí. Busco una película que tenga una temática muy interesante, una fotografía espectacular, dialogos para recordar, actores soberbios y lo más importante, que no tenga que entregar el puto día de mañana.

- Sí. ¿Tienes la de "Verano caliente con las chicas masoquistas IV"? - es lo que generalmente respondo.

O al menos lo que quisiera responder. En realidad digo:

- No gracias. Solamente estoy viendo los titulos.

Y sin más, me deja ahí como pelmazo y se retira caminando todo lo coquetamente que puede intentando que el horrible uniforme no le eche a perder su teatral andar.

Yo miro y miro. Y miro y miro y busco y leo y rebusco y vuelvo a caminar y miro y leo. Y pocas películas me parecen. Regreso con nostalgia al pasillo donde sé que hay unas treinta películas que ya he visto y que quisiera volver a rentar porque sé que no me decepcionarán. Me hacen sentir seguro.

Entonces mi acompañante amablemente me recuerda que debo escoger una película que a) no haya visto, b) luzca interesante, c) este disponible y d) también le guste a ella.

Es entonces cuando quisiera intercambiar papeles con un, digamos, destripador de cerdos u ordeñador de vacas. Ya sé, son cosas asquerosas, si, pero simples.

Enfoco. Agudizo mis senidos y me recuerdo que he sido capaz de enamorar y enamorarme, de traicionar y ser traicionado, y por lo tanto este pequeño problemita de selección de películas no va a poder más que yo. Y ya con el espiritu elevado, y el positivismo andando, pongo mis manos sobre algo que - nuevamente - a) tenga un título interesante (en inglés, porque ignoro todavía las causas de ese empeño de la oficina latina de las productoras internacionales en escoger títulos tan lamentables en español) , b) tenga una copia disponible para renta, y c) sea lo suficientemente appealing para una acompañante tan cinéfila como el café es café.

A veces tengo suerte. Y a veces no. Bueno, siendo honestos, casi nunca tenga suerte. Por lo tanto, se ha desistido de la necesidad de mi presencia en este riguroso proceso de rentas en Blockbuster y se me ha asignado el honroso papel de aquel pobre pendejo que debe entregar las películas al menos cinco segundos antes del plazo fatal, sin importar el poco aliento que quede en mi o lo cerca de la taquicardia que me encuentre al momento de usar esa cosa llamada quick drop afuerita de la sucursal.

Esto conlleva que ahora el 90 porciento de las películas en casa están basadas en los gustos de una chica inteligente de veintitantos años que se preocupa por el ingrediente intelectual de las mismas con el interés que muestra también por el creciente problema de los alimentos genéticamente modificados.

¿Alimentos genéticos...? ¿Cómo? ¿Dónde?

Su última selección, sin embargo, fue digna de todo respeto. Una película que grita "no soy un producto de consumo masivo comercial" a los cuatro vientos. Tiene como pecados este trabajo el que no haya actores conocidos, una temática triste, no está rodado en escenarios bonitos, no es hablado en inglés, y lo peor, no ha tenido un presupuesto de esos que servirían para aliviar la hambruna en cualquier país africano tomado al azar.

Es una película hecha en Irak. La primera desde la caída de Saddam. Y salen unos niños, que son los protagonistas. Y uno de ellos se enamora de una de ellas, y ella tiene un hermano y un hijo, y el hermano tiene dotes de adivino, y todos son huérfanos, y la guerra se palpa pero no se ve en la filmación.

Turtles can fly no requiere conocimiento de la problemática de medio oriente. Puedes conectar con los personajes sin saber que los kurdos siempre han sido los jodidos, y que la propaganda belicista de un país invasor no transmite las verdaderas intenciones nunca.

Te la recomiendo si quieres ver buen cine. O como dirían las leyendas de los pasillos del gigante azul renta-películas: cine de arte.

sábado, 18 de octubre de 2008

Fin de semana en el bosque

La cabaña yacía en el lugar más indicado de cualquier bosque poblado por árboles impresionantes y especies tan exóticas que muchas no han tenido su momento de gloria en el Animal Channel aún. Ahí no había mucho que hacer más que sentrse a pensar, sentirse hormiga ante la inmensidad de las celestes montañas que rodeaban el lago del tamaño aproximado de algún pais balcánico y hacer al amor unas diez veces al día.

Bueno, lo de hacer el amor unas diez veces al día en ese clima tan helado sonaba muy bien si tan sólo pudiera solucionar el detalle de no haber llevado a su novia consigo. Luego recordó que antes de lamentar la cuestión de su mujercita debía meditar y asimilar seriamente el inconveniente de no tener una, lo cual - siendo honestos - resultaba la semilla de toda la discusión en sí.

Dos semanas atrás, cuando compraba los víveres para esta aventura de fin de semana en el supermercado más colosal de la ciudad, tropezó con una imagen que se fijó a su mente como una garrapata a un perro callejero. La mujer en sus tempranos cincuenta años contemplaba con expresión glacial los artículos de su carrito de compras. La rodeaba todo un ejército de compradores en el área de frutas y verduras, pero en realidad estaba tan sola como un presupuesto extra-limitado lo podía poner a uno. Ella hacía las matemáticas mentales necesarias para poner algo de jodido pan en la mesa y no morir en el intento. Y estaba sola en esa empresa. El la observaba a la distancia a la vez que escogía algunas papas y tomates ingenierizados pra lucir como top models del mundo vegetal.

Pasó unos veinte minutos en esa sección hasta que la perdió de vista en la lejanía de las cajas registradoras no sin antes notar la cantidad de cosas que la mujer expulsó de su compra. Había tenido una batalla mental con el dinero y las necesidades alimenticias básicas, y para sobrevivir habían sido necesarias algunas bajas.

Y así exactamente se sentía él. No perdía batallas por dinero, pero sí por felicidad. En las reuniones de fin de semana era el alma y - como aquel Garrick de Juan de Dios Peza - nadie conocía su secreto: la extrañaba, y mucho.

Y si la señora del supermercado miraba, abstraída, su carrito de compras, él hacía lo mismo con su copa y su cigarro, hasta que alguien lo rescataba de su ensueño.

Todo eso indicaba más claramente, al solaz del ruido del viento con las ramas, que había sido un estúpido por perderla. La cabaña se lo decía a cada momento que hacía sonar únicamente un par de pasos a la vez. El lago se lo decía también al reflejar un rostro agobiado sobre el agua cristalina. Incluso las montañas clamaban su estúpidez al dibujar el contorno perfilado del cuerpo de ella justo como cuando volteaba sobre su costado en la cama para platicar con él.

Regresó pues a paso lento a la cabaña después de aburrise en su intento de lograr cuatro ondas seguidas sobre el lago con piedritas de formas y colores extraños. Hacía frío y le molestaba darse cuenta que debía ponerse la chaqueta de cazador que ella le ayudó a escoger. Decidió que no se iba a enojar por cada uno de los pequeños detalles que le recordaran a la personita en cuestión, porque hacerlo sería en vano y lo llevaría al borde del suicidio...pero es que hasta la puta cabaña la habían adquirido entre los dos.

Si era una buena idea pasar ahora tiempo solo aquí en el bosque, estaba por verse.

Sacó su navaja tipo MacGyver y peló un par de naranjas cuando notó las primeras gotas de una luvia que esperaba un poco más tarde. Se aseguró que la camioneta estaba sobre suelo firme y apenas azotó la portezuela del conductor el torrente inició su trabajo. Se resguardó rápidamente y se sentó en el falso sillón viejo de cuero adquirido en la tienda departamental donde igual compraba un iPod que un buen vino Rotschild. Abrió el libro que había traído consigo para por fin terminarlo y leyó durante un par de horas, luchando a ratos con la disracción mental de ella abrazando y besando a quien quiera que fuese ahora el siguiente.

Cuando por fin logró concentrarse en los intricados de un asesino cosmopolita y asombroso amante del más fino concepto inventado alguna vez en Japón, el cansancio de sus ojos invitó al sueño a hacerse cargo del resto de su cuerpo. Y, para cerrar el día con justicia, soñó con ella.

Dos días después, apestando a todo lo posible menos a ser humano, activó la doble tracción y presionó a fondo para comenzar la verdadera aventura: regresar a la cotidianidad sin morir de tristeza por ello.

viernes, 10 de octubre de 2008

Historia del maquillaje

En los tiempos neolíticos no había mucha diversión. Dirías tú que no es como que tenían plazas comerciales, Internet, televisión, antros, moteles, playas paradisiacas y exclusivos paquetes VTP para pasar los ratos de ocio después de una buena cacería de dinosaurios sobrevivientes al holocausto meteorológico cortesía de una piedrota enviada por el destino.

Sabemos pues que nuestros ancestros cavernales pintaban en sus cueva-casas porque un tipo listo se metió en una de ellas en Francia y descubrió cosas en las paredes que no tenían mucho sentido. Fue de chismoso a decir que había unos rayones bien chidos en la cueva donde seguro fumaban sus carrillos de mota y así se corrió la palabra hasta que llegaron los arqueologos-científicos-investigadores-expertos que más tardaron en desmontar sus tres toneladas de equipo instrumental altamente cotizado que en obtener la fecha en que alguien se puso a colorear las paredes de su cueva casa: un chingo, pero un chingo, de años atrás. Tan atrás que podrías poner a todo los miembros del cuerpo cardenalicio juntos, sumar sus edades, elevar la cantidad obtenida por una potencia de número similar al promedio inflacionario en cualquier país tercermundista y aún así quedarías debajo de la fecha estimado por un factor de al menos diez veces.

Lo relevante no son las pinches pinturitas en la pared. Eso evolucionó y llegamos a la cúspide con Leonardo y compañía. Después de esas colosales chingaderas artísticas donde lo sublime de una risa nos puede poner a pensar a miles de millones de humanos por cientos de años. Repito: lo importante de haber descubierto las pinturas prehistóricas en las cavernas no son las pinturas.

Lo importante es que de ahí nació el maquillaje.

¿El maquillaje?¿Qué demonios tiene que ver el maquillaje con todo esto de las pinturas rupestres?

Todo. Tiene que ver todo.

Vamos enfocando. Imagina al tipo que se ponía a pintar con los bigotes del último tigre anti-evolucionado (y por lo tanto mucho más cabrón) que acababan de destazar entre él y sus otros diez compañeritos. El cabrón está feliz dibujando su hazaña para la posteridad. Su vieja, mientras tanto lo mira, emocionada los primeros tres minutos, y después se pone a tontear con los materiales que encuentra a su alrededor (aquí faltan como unas cinco horas a que la carne del tigre este lista porque no son muy duchos con el fuego todavía y la última vez que quisieron acelerar el proceso de calentado se les quemaron dos niños y perdieron el cabello tres de los aventados) y decide tentar esa cosa húmeda de colores que su hombre agarra para marcar la pared.

Como no es tonta, no se mete con la pared. No la gusta eso de ser azotada al menor pretexto por su esposo. El lienzo de piedra - o lo que es lo mismo, toda la casa - es propiedad del Miguel Angel prehistórico enfrente de ella. Así que lo único que puede pintar sin riesgo - o al menos eso cree - es su cuerpo. Se lo lleva primero a la boca a ver si se come - tiene hambre - y se da cuenta que sabe de la chingada. Y eso ya es decir algo. Lo siguiente - al ver que no se intoxica por tocarlo - es ponerselo cerca de la cara....olerlo...más cerca...chingaos...me lo voy a embarrar.

Y así fue, la primera mujer en la historia de la humanidad que uso maquillaje lo hizo sin querer, como todas las cosas importantes en la vida.

En ese preciso instante voltea nuestro amigo pitecantropus y la ve. Al notar que su vieja ya no es la misma, emite sonidos guturales indicando quién sabe que chingaos. Deja a medio terminar su pelea de hormiguitas en la pared y se le trepa sin previo aviso. Procrean como diez veces por la emoción de embarrarse de pintura.

Ella descubre que el secreto es lucir diferente de vez en cuando para tenerlo babeando por si. Y se asegura de tener del pinche líquido feo ese cerca para untarselo al menor pretexto.

No pasa mucho tiempo para que sus vecinos - asombrados de verla panzona toooodo el tiempo, pero sobre todo, muy feliz - se pregunten a qué se debe que su vida sexual sea más intensa que la de los demás.

"Te embarras esta porquería en la cara, y él se volverá loco" le dice a sus amigas mientras los hombres se han desaparecido colinas arriba intentado ahora chingarse a un mamut o algo más así porque ya la carne de tigre se dieron cuenta que nomás nel.

Al regresar a la zona residencial "Las Piedras" todos ven a sus mujeres pintorrajeadas y en ejemplo perfecto de posesión diabólica en masa - originada por pite original - se va sobre sus chicas para llevar a cabo la primera orgía.

Así pues, dado el éxito obtenido, la fórmula se propagó más rápido que el cólera. Podemos decir que el maquillaje pobló al mundo, trayendo muchos más niños para que pudieran al menos algunos llegar a adultos. Le trajó una variante sexual que da alegría a los desinhibidos y además le permitió a la naturaleza corregir sus defectos. No es cualquier cosa. Menciona otra cosa que haya hecho lo mismo a un ínfimo costo.

Yo sólo puedo mencionar un par de cosas. Pero ya las bloguearé después.

jueves, 9 de octubre de 2008

Mumedi

Llegaron temprano de la mano. Se podría decir que el lugar había llegado a ellos mágicamente como esos visos de iluminación y claridad repentina que relampaguean en la mente para dar con la solución de un problema que nos ha estado fastidiando por tiempo. Al lugar en si mismo jamás lo habían buscado, ni visto, y mucho menos nadie les había dado referencia alguna de él. Su hotel, aunque a pocas calles de ahí, no era precisamente el lugar más cercano.

Así que fue el arte, un buen desayuno, libros, galería y buena vista los que conspiraron y los hicieron llegar a Mumedi, un experimento que los dejó encantados por la siguiente hora que pasaron ahí.

Ordenaron un delicioso y vasto, vasto, vasto desayuno como lo haría cualquier pareja de enamorados que 1) acabasen de despertar y 2) estuviesen concientes del largo día que les esperaba en la capital.

Era un domingo bicicletero en el centro de la ciudad y desde el pie de la ventana que habían deliberadamente escogido dominaban la escena: los veloces e intrépidos, los preocupados por su condición física, los divertidos y relajados, los cansados, los novatos, y los chiquitos con los grandotes que se divertían como si los papeles se hubiesen invertido. Todos pasaron frente a su pantalla y ninguno volteó. Eran la película en vivo.

Admiraron las ingeniosas obras expuestas a un costado interior dentro del mismo espacio. Ella y él recuerdan los elegantes bolsos multicolores hechos a mano con material reciclable y altamente - orgullosamente - expuesto. Cajitas de chicle y cosas por el estilo servían para forrar todo tipo de artilugios generando réditos impresionantes y deleite visual para al turista, comprador casual.

Ella admiró ver sus ideas expuestas, criticó lo que entendió podía ser mejor logrado con sus habilidades y contuvo su innata tendencia a arrasar con todos sus antojos vía tarjeta bancaria. El, más pragmático tal vez, leyó un par de ideas postmodernistas originales en revistas que jamás lograrán cautivar al mainstream pero que consideró valdrían la pena hojear - y tal vez leer - una o dos veces al año.

No podían comprar lo que querían: todo el lugar, con su servicio y ubicación. Y dado que así eran las reglas, resultó mejor salir sin nada en las manos y mucho en la bolsa de satisfacción de una mañana muy bien iniciada.

La mañana de Domingo perfecta, le podrían llamar.

lunes, 6 de octubre de 2008

Walt Whitman Wayne

The past and present wilt . . . . I have filled them and emptied them,
And proceed to fill my next fold of the future.

Listener up there! Here you . . . . what have you to confide to me?
Look in my face while I snuff the sidle of evening,
Talk honestly, for no one else hears you, and I stay only a minute longer.

Do I contradict myself?
Very well then . . . . I contradict myself;
I am large . . . . I contain multitudes.


A los seis años, viviendo en mi burbuja, creía que "divorcio" era el nombre de un niño que aparecía en la telenovela Cuna de Lobos. Sí, veía telenovelas a escondidas a esa edad. No era precisamente que me interesaran mucho, pero a veces era mejor que hacer la tarea, lo cual poco o nada tiene que ver con aprender cualquier cosa como descubrí desde muy temprana edad.

A Catalina Creel le siguió Verónica Castro, y cuando por fin me desencanté de "Rosa Salvaje", me volví fan de "Memin Pinguin", una historieta de caricaturas que vendían cada semana en el puesto de revistas ubicado a unos pasos de mi escuela. Compré - me compraron - todos los que se podían y así me encarrilé en esa cuestion llamada leer.

Pero no fue Memín quien me dejó algo para recordar, una línea, o una trama soberbia. Fue Batman.

Recuerdo que era la época en que ya habiendo leído el último capítulo de la historieta, buscaba migrar a un nuevo mundo imaginario - cortesía del puesto de revistas - y fue entonces como se me antojó leer las historias del hombre murciélago. La verdad no me volvió loco. La descripción de todas las cosas era muy densa para mi edad, o el escritor muy malo para engancharme. Nunca hicimos "clic".

Y sin embargo, algo quedó. En la última página de esa única historieta que compré del cabrón hombre encapuchado, venía una línea que me volvió adictó a la obra del señor Walt Whitman: una hermosa cita de "Leaves of grass" .

Nadie que se precie de disfrutar de la poesía podria resistir a algo como lo que escribió este señor hace ya un buen tiempo.

Y aunque ya lo ha escuchado millones de veces, se lo diré una vez más: "Gracias, Batman."