martes, 27 de enero de 2009

Quimeras

La bata de satín roja de mil dólares que dio la vuelta al mundo por casi diez días bien había merecido nuestra espera. Para rodear su aura de objeto preciado, sus palabras fueron más que suficiente:

- Así es como debe vestir una mujer.

Nunca más de acuerdo en algo.

Me miró fija, glamorosamente y con ello pasamos a lo siguiente. Después de un viaje interestelar platícamos insulseces y jugueteamos con la prenda que distraídamente habíamos relegado a un muy segundo término. Provocaba esa sensación de tersedad que una fruta regala por mucho menos dinero, pero era su brillo lo que más golpeaba. Supongo que los materiales con los que hacen los trajes de reyes son confeccionados de alguna tela parecida: hilos comunes que al ponértelos te hacen lucir shiny y bien parecido.

Lo cual me trae a la situación del traje.

El tipo junto a mi, enjuto, aburrido, sin gracia natural visible, avienta su reluciente y todopoderosa AmEx sobre el mostrador para pagar por el traje más costoso de la tienda. Lo veo y me ve. Desvía la mirada como si tuviera algo más interesante a su alrededor - un equipo SWAT entrando a la tienda sería algo interesante - y comienza a coquetear con la cajera que, y no es mala onda, resulta más simplona que cualquier chiste de Zedillo tomado al azar.

- Señor, ya está su traje. - me dice una vocecita en fa bemol.

Sonrío falsamente y sigo a la chica que camina examinando sus uñas en actitud de doctora a punto de entrar a quirófano para una cirugía cerebral experimental. El sastre está ahí, en posición de párroco a punto de darme la bendición y yo, que nunca me hinco, hago el truco de cambiar de fachas en pocos segundos.

- Se le ve muy bien, señor.

Claro. Y si me pongo una gorrita con orejas de Mickey Mouse encima estoy seguro me diría lo mismo (siempre y cuando tuviera etiqueta de la tienda). Me observo en los espejos inteligentes (porque saben hacer lucir bien a los clientes) y pienso en lo guapo que soy y entonces recuerdo la bata satinada: no eres guapo, no eres modelo, pero esos trapos crean la ilusión.

No importa. Nadie nota la diferencia.

Pero es entonces que veo al gordito millonario saliendo con su traje reluciente en bolsa de marca caminando lentamente como pato y picándose la nariz. Concluyo entonces que ni una corona de la realeza británica lo podría ayudar. Yo pago, salgo y me dirijo por un cono sencillo de ese helado empalagoso de McDonald's porque hay días en que no hay otra cosa que quisiera hacer sin parar.

domingo, 25 de enero de 2009

Sobre mi libro

- Tengo el problema de ponerle título al libro. Por ejemplo, hay títulos que empiezan de forma proactiva, con verbos, algo como "Volar sobre el pántano", pero ese estilo no me gusta. Luego los hay que se plantean como interrogantes del tipo "Cómo hacer esta chingadera en tantos días" y los hay de mi tipo favorito, un título armonioso, artístico y directo, generalmente de una palabra. Es llegar a la simpleza de resumir todo un pinche libro con una palabra. Piensa en la maestría, los cojones, la chingonería del tipo que puede hacer eso.

- ¿Y qué títulos has pensado? - tan linda ella.

- No lo sé. Tal vez algún número. Un concepto. Una palabra en latín, esas lucen bien. Y creo que venden bien.

- Y de qué es tu libro. - ¿me la puedo comer a besos y terminamos ésta discusión?

- Todavia no lo tengo.

- Jajaja...¡ah okay!- ah mira...se burla. Cabroncita también.

- El problema de hacer un libro es que puedes escribir cualquier mierda e intentar con ahínco ser publicado. O te puedes tomar tu tiempo y escribir algo decente y esperar que las fuerzas del universo vengan a ti para publicarte. Creo que soy de la segunda opción. Ahora, otro problema es tener una idea original, o muy buena, o la habilidad para hacer de un tema común algo bello y narrarlo en formas inéditas. Ser intenso es a lo que aspiro.

- ¿Qué ideas tienes? - poniendo su puñito cerrado cerca de sus carnosos labios y bajando un poco el rostro para concentrarlo en su café.

- Muchas. Ese es el problema. Pero ya llegaré a algo.

Sé que lo haré porque las entrañas nunca engañan.

martes, 20 de enero de 2009

El Mesías que no lo quiere ser

¿Cómo te levantas por la mañana sabiendo que unas, digamos, seis mil millones de personas te ven como el bastión del cambio para la humanidad? O mejor dicho, ¿cómo logras concebir el sueño cuando sabes que de tus palabras y firmas dependerán guerras, vidas, emociones e ideales por muchos años más allá de tu gestión?

La lectura de ciertos comentarios y acciones de Obama revela el verdadero talante y camino que seguirá. Es casi un ejercicio demandado para cada analista político del planeta en estos momentos opinar y sugerir de todo un poco al nuevo Presidente de los Estados Unidos de América.

Está cabrón, por decir lo menos.

En muchas ocasiones tal parecer ser que la inclinación natural de los políticos es divertirnos a través de sus acciones, reacciones, declaraciones y otros "-ciones". Sin embargo lo que Obama ofrece actualmente no es diversión sino una gran intriga. Mucho suspenso. No hay periódico - decente - en el mundo que el día de hoy no incluya un encabezado relacionado con la toma de posesión de la oficina que se precia ser la más poderosa del mundo.

Lo más interesante realmente no es el hecho que Obama sea de raza negra. El color de su piel es algo meramente simbólico. Obama es parte de una élite política y social como cualquier otro americano encumbrado hoy en día. No es el color lo que te distingue, sino lo que aportas. Y así lo han sabido ver los americanos. Dejemos pues establecido que la cuestión afroaméricana es algo tan simbólico como cruzar los dedos tras la espalda al decir una mentira. Dado todo esto, tenemos que lo que comienza a resaltar es la cantidad de retos y definiciones exigibles en el corto plazo que algún lider moderno haya encarado nunca.

Es válido preguntarse si las expectativas hubiesen sido igual de altas si McCain hubiese derrotado a Obama, o si Hillary hubiese ganado las primarias. Tal vez sí, pero el mar de gente aparecido en el Hall de Washington no hubiese llegado ni a la mitad de lo que hoy se vió, porque la gente quiere creer que algo diferente habita la White House, que una fuerza poderosa barrerá con los errores cometidos por nuestro contemporáneo Nerón (también conocido como George W. Bush) y que la actitud del mundo se suavizará en sus críticas feroces al imperialismo americano en cuestión de muy poco tiempo. Vamos, algo así como si las modelos más guapas del planeta si quisieran casar conmigo por buena onda nomás. No. Hay que ganárselo.

Obama será diferente, pero no tanto.

Veamos por qué. Recién entre sus primeros nominados para gabinete decidió mantener al Secretario de Defensa que George W. Bush tuvo. Esta primera señal, de todas la más poderosa para entender muchas vertientes de política exterior próximas, me gusta por dos motivos. En el primero de ellos, confirma mi teoría de que realmente la palabra no es tanto "cambio" como "continuidad con matices". Escoger a un secretario de defensa que apoyó incondicionalmente un camino de guerra que tú como candidato presidencial criticaste a morir no suena a una elección lógica. ¿Hacerte novio de la chica que acusas de ser una zorra? ¿Volverte novia del chico que no puedes ver ni en pintura por ser tan barbajan? ¿Qué ocurrió?

Pensé, pensé, pensé y fumé. Y no soy genial, pero mi conclusión - creo - no es mala. Pagas compromisos - con aquellos que te financiaron y que te pueden y deben respaldar -, calmas los mercados - que dependen de las decisiones de guerra para conocer las tendencias en producción masiva de miles de cosas -, y sobretodo ganas interlocución con ese loco cuerpo acelerado de militares jugando a las guerritas con alta tecnología. Nadie mejor para decirle a esos tipos que siempre no, que mejor se regresan a casa, que el tipo que los envió allá a partirse la madre. Definitivo.

Ese fue su primer movimiento maestro.

Segunda señal. Poner a la Hillary como su Secretaria de Estado. Aunque esto en retrospectiva parece algo lógico por la fiereza con la que pelearon la candidatura, las opciones eran tan amplias que escoger la correcta era como saber por cuál carril meterte la primera vez que estás en el periférico en el Distrito Federal: uno no sabe dónde demonios va a terminar.

Haberle ofrecido la vicepresidencia no hubiese satisfecho las ansias de poder de los Clinton. Saben del papel pasivo que juega un presidente substituto que puede y generalmente pasa años bajo la sombra. Ofrecerle otra secretaría hubiese llevado a un rechazo y una merma indeseable, y el colmo, sin haber todavía comenzado su presidencia. Dejarla a un lado era perder a una aliada colmilluda como la que más. Ofrecerle recorrer el mundo, convencer a líderes, implementar la política exterior de nuevos bríos y aires, era un manjar tan exquisito que ni tardos ni perezosos aceptaron Bill y Hillary. Y asi, se nos volvió Secretaria de Estado. Segundo movimiento maestro.

Entonces, ¿de dónde vienen mis obama-dudas que les comentaba al inicio de todo esto? No de Obama, eso está claro. El tipo es inteligente, sabe cómo moverse y con quiénes aliarse. El problema es la gente.

Lo siento, pero así es. El problema somos el populacho.

El complejo mesiánico es un fenómeno social bien estudiado que se genera en todos los Estados todo el tiempo. Nuevos políticos es igual a nuevos aires y casi igual a nueva vida. Y cuando así resulta, generalmente es para negativo. Piensa en los dictadores y otros "malvados" de ese estilo que lograron asociar la palabra "nuevo" como "bueno" en el imaginario colectivo. Yo, cuando hablo del complejo mesiánico, pienso en fenómenos estilo Vicente Fox. Y el resultado lo conocemos todos. Piénsalo así: nuevo novio, nuevas ideas, nueva persona, nuevo tú. Mentiras. Cambiarás el escenario pero sigues actuando igual.

Algo así ocurre con Obama. Cerrará Guantánamo, apoyará las iniciativas verdes, tenderá la mano a adversarios internacionales, negociará con sus socios de manera justa. Sí, pero no. No olvídemos que él es apenas presidente de un país, no del mundo, por mucho que la fanaticada desea pensarlo así. El verá y cuidará por los intereses americanos. Y es por ello que me da risa la cuestión migratoria: ¿preferencia a mexicanos por negros? No funciona de esa manera. Las implicaciones de cada acción serán mucho más analizadas, pero no por ello en favor de un estado extranjero. Ilusiones que se las vendan a los que se dejen.

El mundo no cambiará mañana. Ya cambió, y le toca a un hombre inteligente estar al frente para maniobrar. Es una lástima que no podrá dejar contentos a todos, pero entonces me pregunto cuándo alguien en la historia lo ha hecho.

domingo, 11 de enero de 2009

Historias tenebrosas ilustradas

La niña jugaba Mario Bros. 1 sentada a un lado del puesto de curiosidades electrónicas de papá. Era apenas un puesto de muchas decenas en el callejón interminable de la mafia local. El alto volumen del videojuego obligaba a voltear y ver la escena tan familiar: el hombrecito bigotudo y plomero dando brincos sobre tortugas amorfas y feas, aplastando cabezas ambulantes con patas y consumiendo narcoticos para tener más poder, aunque en el juego lo hacen parecer como una simpleza de golpear ciertas partes y obtener super energía temporal.

Imagina despertar en un mundo así, donde tienes que rescatar a la princesa porque la muy linda andaba tonteando y cayó en las garras de un oponente mutante entre dragón y tortugota y como del triple de tu tamaño. Para llegar a tu oponente debes volar, correr, matar, investigar, nadar y otras delicias de la vida que seguramente te dejarían agotado a menos que cuentes con un entrenamiento de fuerza delta o boinas verdes.

Pude haber comentado esta reflexión a la gente más extraordinaria del mundo, pero se dio nuestra cónclave semanal en la religiosa capilla de nuestras oraciones más veneradas y otros temas e ideas más escabrosas que mi tontería de Mario Bros. emergieron. Y esos puntos los hicimos navegar un rato para luego bombardearlos y hacerlos naufragar, lo que finalmente creo debería ser la esencia de todo buen tema: aparecer, cumplir su cometido y desvanecerse.

L. platicó de su experiencia mística - que él ignoraba tuviera un nombre - cuando siendo niño inquieto recuerda perfectamente su propia visualización externa. Esto es, el tipo tenía la capacidad de verse desde un plano diferente desarrollando ciertas actividades algo extremas para tener apenas 8 ó 9 años de edad. O ya siendo honestos, incluso ahora ya casi en sus treintas.

Estaba yo en el jardín de un amigo. De pronto, y de la nada, decidí brincar y dar una patada karateka, ya saben, de esas donde golpeas en el aire - y aquí dos dedos de su mano representaron el movimiento de sus piernas. En ese momento en el aire me ví a mi mismo, desde esta perspectiva - poniendo su dos manos separadas en un angulo ciertamente conveniente para una cámara de cine que quisiera haberlo grabado - y aprecié todo en cámara lenta. Ví cómo me levanté en al aire y tiré la patada, pero el hecho de que yo no estaba en mi cuerpo en ese momento sino viéndome hizo que no pudiera caer bien y llegué de regreso al piso tal cual un bulto. Y me quebré la muñeca - y aquí nos mostró su cicatriz como cuerpo del delito.

R., N., A., M., y yo nos miramos circunspectos. N., de todos con el humor más irreverente, acusó a L. de fumar mariguana desde tan pronta edad. Reímos. Nos molestamos. Y servimos las copas de nuevo para lo que fuera la noche nos deparara.

R. habló entonces de su funeral. Cómo llegamos a mezclar los temas de forma que la mayoría de nosotros hablara sobre cómo le gustaría ser tratado una vez muerto es algo que solo una larga noche, alcohol y camaredería estrecha pueden poner sobre la mesa.

Pues quiero que haya alcohol. Que la gente tome y este contenta. Que haya ciertos rituales tradicionales. Que ponga unas rosas negras en el mar. - "No hay rosas negras", le recordó amablemente A. - Las pintas, carajo - respondió ella.

A los cinco años me dí cuenta que todo terminaba con la muerte. Y dado que todos tenemos ese destino, llegué a la conclusión que nada vale la pena - sentenció N., sin esperar aprobación o debate sobre su punto, es decir, en su "stone cold bastard attitude".

Tiene que haber algo más allá de la muerte... - y aquí comenzó un debate que duró casi tres copas (el tiempo pasa a ser aún más relativo y los asuntos importantes se miden en número de copas consumidas por los participantes) y al final del cual hablamos de sueños, entrañas, otros tipos de vidas en el universo y filosofía occidental avanzada (avanzada para niños de primaria, claro está).

Al final de la noche, ni todos los demonios, maldiciones, temores del fin del mundo, y argumentos ferréamente defendidos impidieron que nos diéramos apretones de mano, abrazos sinceros y palabras de compromiso honesto para vernos a la menor oportunidad posible.

Los cinco amigos fueron esa noche para este blogger los términos en la ecuación que simplificaron hasta problemas ultaterrenales. Y fueron tan importantes, que al final, cuando llegue al punto donde iguale y resuelva la ecuación, estoy seguro permanecerán como constantes.

martes, 6 de enero de 2009

Franz Miller

Le dijeron que no lo hiciera. Caminó diecisiete letales pasos desde la puerta hasta la pendeja camioneta. Ahí quedó hecho pedacitos. Ello debido a que las granadas a cinco centimetros del cuerpo humano suelen dejar ese efecto.

Gritó algo en alemán al darse cuenta de su precaria situación.

Y nadie entendió.

A mi me recordó al mito de Einstein cuando falleció en aquel hospital en Estados Unidos. Dicen que dijo sus últimas palabras en alemán tambien, pero que la enfermera a cargo lo hablaba tan bien como yo sé tocar el violonchelo. Y entonces, tal vez algún elemento olvidado, secreto o no esclarecido en su mente sino hasta el momento final, se perdió por la utilización del idioma incorrecto.

Este amigo alemán de nosotros que salió volando y escupiendo improperios teutónicos puede no haber dicho nada brillante. Pudo haber sido un "amo a Elisa", o "se van todos a la chingada", "diganle a Peter que soy su padre" o alguna simpleza por el estilo. Nada de ello iba a cambiar el mundo como lo que no sabemos de su compatriota físico y genio.

Nuestro alemán se llamaba Franz, como la mitad de los hombres de Alemania. Y tenía por apellido Miller, como la otra mitad. Así pues el insondable Franz Miller murió en la guerra al narcotráfico porque no entendía español y nadie se tomó la molestia de gritárselo ni siquiera en inglés.

Lo conocí en Berlín. Tomamos mucha cerveza en esos bares que gustan de poner su sello distintivo sobre la espesa espuma que muchos en mi lugar de origen detestan. No hablaba mucho, pero tenía ideas profundas. Sus ojos mostraban ese fulgor por participar en un desmadre de ensueño. Llámalo revolución, guerra, levantamiento, coup d'état, conspiración, o algo por el estilo. El por qué aún no lo había hecho únicamente se entendía en la poca diversidad de sus principios. No podía apoyar cualquier causa per se. Esta tenía que venir a si, como la magia atrae a los niños. Y llegó. Y lo enviaron al medio oriente. Un lugar que lo excitaba tan bien como cualquier otro.

- Era el tipo de lugar donde podía dormir, despertar, desayunar y matar a alguien justo a tiempo para la hora del maldito brunch del mediodía y luego fumar un cigarro para nunca más pensar en el pobre infeliz que volé.

Era tal la forma en que resumía su paso por unas cuantas naciones arabes de nombres confusos.

De hecho, también resumía así sus aspiraciones bélicas. Que no la vida.

Luego llegó a Chiapas. Se unió a los locos - y fanáticos - italianos cuyos problemas en su país no les bastaban para quedarse en aquellos rumbos. Se vistió de lo que le decían que tenía que ser. Overol blanco y algunos adornos para hacerla de valla para la protección de los chicos de un gracioso ejercito de gente de las montañas, que tenían problemas con el gobierno. Realmente no le importaban los detalles. Había un clima agradable, buen café, una cosa llamada mezcal,
y muchos extranjeros como él sin saber qué hacer con su vida. Y todo era muy, muy barato. Mejor, imposible.

Un día descubrió que su camioneta no tenía gasolina. Terminar con todo un tanque en un recorrido de menos de 3 kilometros era imposible, aunque dudó un poco de su capacidad de recolectar recuerdos inmediatos. El gasolinero:

- Si güero, veniste ayer en la mañana. Llenaste el tanque. ¿Pos qué, no te acuerdas?

Sí se acordaba. Claro que se acordaba. Pero quería que se lo confirmaran.

- Te ordeñaron, güey - le dijo su contacto de la mafia local en el bar de siempre cuando le contó su historia. Prendió un Delicados y aspiró como si fuera el último cigarro del mundo. O el primero en mucho tiempo - o algo en esos extremos - y le explicó el término "ordeñar" en su medio inglés, y medio español.

- Ya ni la hagas de pedo. Estos cabrones andan tras los encapuchaditos. Allá abajo se lo cargó la chingada a uno que les reclamo por lo mismo que tú. Chingan la gasolina, la venden y sacan pa' comprar más armas y tronarse a los marquitos. Neto te lo digo, ni le busques.

El alemán se encabronó en silencio y apuró su trago. No había venido al otro puto lado del mundo a que unos pendejos patas rajadas le robaran. Y en algo así pensaba cuando notó a dos muchachos de entre 25 y 30 metiendo una manguera en un auto viejo estacionado casi enfrente del local. La calle estaba practicamente vacía y retarlos sería un duelo estilo viejo oeste. Su camioneta en el otro extremo de donde ordeñaban el carro le dió la idea: subirse, acelerar, espantarlos y mentarles la madre. Y habría sido un plan decente si no hubiese empezado por el final.

Los gasoladrones indigenas se inquietaron poco al ver al alemán. Estaban tan acostumbrados a ver extranjeros como una prostituta a ver penes: ya nada los asombraba. Lo vieron durante dos segundos, intercambiaron un comentario en maya o algún dialecto así y siguieron aliviando al carro de su dolor por cargar con gasolina.

- Hijos de su puta madre, Was machst Du da für Scheiße? - le emocionaba poder maldecir e insultar en una docena de idiomas fluidamente.

El tono de voz alto y la decisión de un pinche güero loco acercandose con intenciones peligrosas hicieron que pendejín y pendejón sacaran la manguera y decidieran retirarse de inmediato. Al ver que saldrían corriendo y que por velocidad nunca los atraparía, Franz se replegó hacia su camioneta a la vez que los seguía adornando con improperios ahora en árabe e inglés. Sus enemigos se detuvieron, tuvieron una breve discusión que terminó con uno de ellos corriendo muy rápido calle abajo y el otro sacando algo de su morral. En ese momento nuestro querido alemán ya había logrado regresar a la puerta del restaurante, donde yo veía todo como en cámara lenta y con precisión cinematográfica de alta definición. Me hizo un gesto con su cara llena de barba que nunca sabre interpretar como "únete a mi contra estos cabrones" o "no te metas. Este es mi problema"

Pendejín le gritó una sarta de improperios que iban a la par de los mensajes de buena voluntad que el teutón comenzó enganchándole. Como jardinero central, lanzó la granada con una precisión que muchos muertos en la segunda guerra mundial envidiarían.

Y se los repito: le dijeron que no lo hiciera. Caminó diecisiete letales pasos desde la puerta hasta la pendeja camioneta. Ahí quedó hecho pedacitos. Ello, y está vez lo digo con más calma, debido a que las granadas a cinco centimetros del cuerpo humano suelen dejar ese efecto.