domingo, 31 de mayo de 2009

Aquello de lo que están hechos los sueños

La invitación revestida de pomposidad y celeridad llegó a sus manos junto con el desayuno instántaneo.

- Gracias. Buen día. - despidió al mensajero y enseguida rompió el sello lacrado de cera que representaba un simbolo y servía como un algo protector. La pequeña y contrastantemente simple tarjeta del interior rezaba:

Usted ha sido invitada
a participar en
la reunión del ego
de Abraham.

La invitación no decía más. Tal parece que hoy en día la hora, fecha y lugar eran considerados minucias en la etiqueta social y ella no se había enterado. No tuvo mucho tiempo de preocuparse por esta cuestión. De repente, como en el inicio de un viaje sideral, un destello de miles de millones de lumens la llevó al centro de la reunión: amplio salón rodeado por ventanales que enmarcaba la nada-y-todo de allá afuera. Se dio cuenta que vestía elegantemente sin resultar demasiado cargada. Era justamente aquel vestido verde que tanto había gustado a Abraham. Qué raro.

Caminó a una de las largas y bien servidas mesas de coffee break y tomó un poco de agua. En su actitud fingida de indiferencia no cabía la posibilidad de echar un vistazo concentrado sobre quienes le rodeaban, pero podía salvar las formas bebiendo tranquilamente como quien no tiene preocupación alguna. Bebió. Y vió.

Todas eran mujeres. Variaban en un rango de diez años unas de otras. A algunas las había visto en fotos, y otras le resultaban vagamente familiares. Todas se paseaban con naturalidad y - típico del género - ninguna parecía tener problema en comenzar una larga conversación con otra por el menor motivo. Decidida a indagar más, leyó atentamente el folletín que anunciaba el programa de la reunión.

Reunión del Ego de Abraham
Programa de actividades

¿Por qué nos enamoramos tanto de Abraham?
Panel de discusión. Moderado por Katya.

Haciendo el amor con Abraham: ¿dicha o tristeza?
Panel de discusión. Moderado por Jessica.

Nuestro día más bello juntos.
Exposición corta por Cecilia.

Cómo ganar una pelea con Abraham.
Exposición corta de Gloria.

La aburrida rutina de un novio como Abraham.
Exposición corta de Mercedes.


Y la lista continuaba. Ya cansada de leer el nombre de su ex-novio por todos lados, y a punto de vomitar por la ridículez de los títulos, decidió que debía partir para luego cambiar de opinión cuando encontró su nombre escrito al final de la magna conferencia Consejos y advertencias en la aventura de ser novia de Abraham.

Are you ready for your talk? - le preguntó una ojiverde que a todas luces era Katherine, la ex novia checa o de un país de esos. Aunque la expositora de nuestra magna plática hablaba un inglés perfecto - fruto de su cara educación que no dudaba en demostrar en todo momento - pretendió no entender la pregunta. La checa repitió cortésmente en español.

- ¿Qué plática? Yo no voy a dar ninguna plática - expresó contrariada. La rubia extranjera mostró su linda sonrisa cautivadora y le explicó pacientemente. Luego viendo las dudas de su interlocutora la acercó con las demas, brazo a la cintura y voz cálida.

- ¿Cómo? ¿Aún no entiendes? - la interrogaron a coro.

Las miró a todos con la misma expresión que un moribundo usaría para responder a la pregunta de cómo-te-sientes-en-este-momento.

- No entiendo nada - respondió finalmente ya con ganas de llorar. - Quiero irme, ¡no sé qué hago aquí!

Una de las nuevas integrantes del circulo a su alrededor la tomó de la mano y la separó. Era mucho mayor que ella, pero aún resultaba una mujer muy guapa. Si no recordaba mal, era o había sido compañera de trabajo del - ahora idiota - de Abraham.

- Linda, soy Camila. No te puedes ir - indicándolo más como un hecho irrefutable de la vida que como una prohibición tajante. Continuó:

- Tú tienes la plática principal a tu cargo.

- ¿Pero por qué? ¡No entiendo! ¿Yo qué soy? ¿Por qué me escogieron a mi?

- Fue el ego de Abraham el que te escogió. Las chicas y yo llevamos un poco más de tiempo en este sueño y créemos en conclusión que al ser la mujer que estuvo más tiempo con él eres la opción lógica para dar consejos... - guiño de ojo - ...y detalles.

La chica confundida ya no quería llorar. Iba pasando a ese estado entre la rabia no consumada y la indignación conquistadora del temple.

- ¿Y si abro la puerta y me voy?

Camila rió ante pregunta tan tonta.

- No te puedes ir. Si abres la puerta, únicamente verás aquello de lo que los sueños están hechos.

Una chica de apenas veinte años, enfundada en ropa interior, anunció a todas que era de comenzar con la plática principal.

Vale. Total, sí tenía muchas cosas qué decir. Y ahora sentía que todas eran sus amigas.

Craso error del ego.

domingo, 24 de mayo de 2009

Over, finished, done

La descompuesta melena de león lo acompañó de la cama al espejo del baño. Su aliento sabía a grava. Las lagañas que enmarcaban los demacrados ojos le daban aspecto de fenómeno. Se contempló así durante varios segundos. Interminables segundos.

Sí. Definitivo. La noche había sido letal.

Ahora comenzaban esas ráfagas de realidad dosificadas por el subconsciente. Recordaba a Amanda. ¿Era Amanda? ¡Por Dios! ¿Qué demonios había hecho? Amanda era una loca apenas semi-contenida en un adorable cuerpecito, y eso era lo más amable que se podía decir de ella. Mira que golpearlo con sus zapatillas Prada en la espinilla dolía. Si la idea era que no la olvidara, el cometido se había logrado muy bien: jamás podría quitarse de su mente esa experiencia tan dolorosa. La noche del festejo terminó trágicamente.

Acostumbrado a los enojos de mujeres hechos bofetadas, escupitajos, insultos y miradas que matan, un golpe en la espinilla resultaba todo un trofeo en su vidriera de logros personales. Mira que hacer enojar a alguien a ese grado es de notar.

Ser un casanova no paga. Al menos no con las locas.

Se duchó con la rapidez de un sentenciado a muerte y desayunó de la misma forma. Luego sobó su espinilla al tiempo que maldecía en voz baja.

Tomó el teléfono para terminar de rematar el asunto. Para él quedaba claro que todo estaba over, finished, done, pero le preocupaba que la loca se apareciera sin anunciarse. ¿Qué le sigue a una patada? ¿Cuchillos? ¿Pistola? ¿Violación?

Viéndolo asi, no podía ser tan malo entonces. Sonrió su propia estúpidez. Marcó.

viernes, 22 de mayo de 2009

De campaña

Existe en México un organismo descentralizado encargado de organizar, regular y arbitrar las elecciones del país. En principio, la idea es buena ya que podemos adherir "autonomía" como sinónimo de "descentralizado" y por ende, pensar que el gobierno no andará metiendo sus manos de manera tan grosera en el proceso.

Sin embargo, hay un detalle de fondo que jode todo el asunto: la elección de los dirigentes de este organismo - conocido como IFE por sus siglas.

Esta selección de los consejeros ciudadanos (los jefazos del IFE) se da en el Congreso de la Unión, donde los representantes populares y no, le dan el visto bueno a quienes dirigirán el instituto por los próximos años. Muchas obviedades vienen a flote con este proceso. Primero, que todo el asunto se politiza enormemente y sirve entonces a meros intereses poderosos detrás de las cortinas. Se supone que cualquiera puede aplicar para estas posiciones, dadas las credenciales adecuadas, pero todo mundo sabe que un don nadie - políticamente hablando - no será elevado a un alto cargo en la jerarquía de este instituto ciudadano si no tiene compadres en el congreso, del partido que sea.

Lo anterior viene a colación porque estamos en plena temporada de elecciones intermedias para el Congreso y viviremos por varias semanas un ataque audivisual multimediático mágico-cómico-musical extremo para convencernos que los verdes, amarillos, rojos, azulos, anarajandos o el color que sea representan realmente la esperanza para México. Que ahora sí, en serio, ellos serán los buenos y harán todo lo que siempre has soñado por el país. Vaya, entre ellos y la madre Teresa de Cálculta no habría que dudar de la honestidad.

El detalle, creo yo, no es lo que ellos dicen, sino lo que terminan haciéndonos creer.

Hay mucha gente buena, gente sencilla, honesta, trabajadora, que necesita creer en algo. La gran mayoría de la población en éste país escoge tres cosas en las que creer ciegamente: la Virgen de Guadalupe, el equipo de fútbol, y el partido político.

Con respecto a la Virgen no voy a opinar porque no quiero ser quemado en la hoguera por hereje. Cree en lo que quieras, que solamente hasta el final nos enteraremos quién tenía la razón, si Mahoma, Buda ó Jesús. O todos. Quién sabe.

Hablaré, eso sí, de la semejanza entre el equipo de fútbol favorito del mexicano medio y la identificación con un partido político por parte de él mismo. Es increíble la correlación que existe entre estos dos aspectos, pero mucho se puede explicar por la efervescencia que provocan en sus seguidores. Sí tú preguntas a equis persona cuál es su equipo de fútbol favorito y a continuación le preguntas los por qués, las respuestas girarán en torno a su estilo de juego, los jugadores, la tradición, y tal vez, la cercanía.

Es mentira que un equipo de fútbol mantenga su estilo de juego durante años, temporada tras temporada. Si así fuera, habrían descubierto el hilo negro de la estrategia futbolística y tendríamos clubes monopolistas de los títulos. Y eso no pasa. Los trofeos siempre se van alternando. Es también mentira que un club retenga por largo tiempo a sus jugadores, por muy buenos que sean, porque también la venta de ellos es negocio, y el equipo es una empresa, lo cual se olvida seguido. Y finalmente, el factor de tradición resulta el más poderoso, porque el color del equipo es bonito, porque desde niño me acostumbré a seguir a ese club gracias a papá, porque me identifico con su imagen, etcétera. Lo de la cercanía, resulta muchas veces irrelevantes, y si no me creen, pregunten a todos los amantes de las Chivas y el América que viven a miles de kilometros de distancia de sus sedes. En resumen, que las razones que podemos tener para apoyar a un equipo salen del corazón y no de la razón. Irle al mismo equipo durante veinte años sabiendo que realmente - REALMENTE - no tiene un estilo de juego único, que sus jugadores son empleados por temporada y después sanamente vendidos, y que juegan en una ciudad que jamás has pisado en tu vida, no indica otra cosa que la fortaleza de la tradición en tu decisión.

La tradición.

Pásemos ahora con los partidos políticos. Aquí se pone más interesante el asunto. Véamos. La tradición de apoyar a un grupo se mezcla con el entorno en el que uno se desarrolla como individuo, además de las ventajas obvias que las propuestas privilegiadas del grupo otorguen, y en último plano, la conceptualización ideológica de lo que representa el grupo. Pocos, muy pocos, pueden hablar claramente de lo que su partido representa sin caer en insoportables peroratas. La ideología existe para justificar la existencia, pero no para amasar miembros. Ahí es donde entra la fuerza de la tradición y la mercadotecnia. Por decirlo en otras palabras, apoyamos a partidos porque nos caen bien, pero no tenemos idea de lo que estamos promoviendo en realidad. Créemos tenerla, pero raramente es así.

El punto de ésta discusión es generar una propuesta. Será imposible convencer a las más de ochenta millones de almas con derecho a voto en éste país dejar de participar en el juego que los poderes fácticos allá arriba tienden una y otra vez cada cierto número de años. Que la gente comprenda que el PRI, que el PAN, que el PRD y etcétera NO son mejor uno que otro es algo que no veremos en nuestro tiempo de vida. No hay mejores proyectos, no hay mejores candidatos, no hay mejores resultados. Y no es pesimismo crónico. Es un hecho que candidato que hoy pertenece a un partido, mañana bien puede estar en otro. Como en el fútbol. Y es un hecho también que un hombre no es sus palabras. Y todos ellos viven de decir muchas.

La pasión de defender los colores de un partido a capa y espada y enfadarse cuando nuestro grupo es expuesto (con o sin razón) es un infantilismo subyacente en la cultura de aquel que necesita ser guíado todo el tiempo. Y como masa, tal parece que eso necesitamos.

Ahora, como sé que no podré cambiar eso, quiero hacerles la siguiente propuesta.

¿Qué tal si alguien importante en el IFE propone eliminar el uso de propaganda partidista basada en plástico, papel o cualquier otro derivado contaminante, para enfocar exclusivamente las campañas a medios electrónicos?

Actualmente el IFE regula el tiempo que cada partido tiene para transmitir sus mensajes en los diversos medios electrónicos. Eso es una reverenda estúpidez. La justificación es que así les dan igual de tiempo de exposición a todos, pero eso es una tontería. Con mi propuesta, el que tiene más dinero puede pagar más anuncios, pero entonces los que no tienen tanto presupuesto, se tienen que volver más creativos. Y para acordarnos cuántas veces David ha vencido a Goliat en la historia, tenemos la historia de la Obamanía en los últimos meses.

Con mi propuesta ganamos todos (ya sueno a candidato): el ambiente respira un poco ya que no se imprimirán millones de babosadas que al cabo de unas semanas serán inutilizables y olvidadas irán a acumularse en los basureros municipales. Las televisoras se hacen de más dinero y a lo mejor con eso puede que paguen a mejores actores para sus mediocres telenovelas. Se hace más efectiva, creativa y dinámica la mecánica de las campañas porque está visto que siempre será más fácil colgar un video en YouTube o grabar un comercial para Televisa o editar un spot de radio que cambiar cinco millones de posters pegados en una ciudad para promover la risa colgate de un candidato someramente equis.

Sirve así que se da un poco de respiro a la población que no quiere exponerse al juego estúpido. Si no me interesa saber de ellos, no escucho el radio, no prendo la tele, no veo su información en Internet. Y listo.

Aunque tal vez ese sea el problema después de todo. No quieren dejarnos respirar porque entonces el teatro se viene abajo y alguna voz puede gritar fuerte y decir que nos están viendo la cara.

Y desde hace mucho.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Plátanos fritos

- Dedicado a Eva.
Mazel Tov!


Desconfío hondamente de las voces suaves, susurrantes, que suenan como una mala interpretación de un personaje débil en el teatro de la vida. Esa tonalidad lánguida que se desliza por una mar de palabras para convencer, pero que sabe está seduciendo.

Manipulando, mejor dicho.

Corté la conversación con la amable y guapa colega poseedora de una voz así. De haber podido encontrar el método para que mis alarmas internas dejaran de dispararse automáticamente cada vez que ella decía algo, bien pude haber continuado con la plática, pero eso no sucedió. Buscando con qué alejarme y no parecer demasiado grosero - la cortesía siempre, aunque estés muriendo - ví en el extremo del jardín las viandas con suculentas ofertas. Es una cualidad de la distancia que todo parezca o glorioso o decadente, pero nunca lo que en realidad es.

Diecisiete pasos después comprobé que nuevamente mi visión de Birdman había fallado. Lo que lucía como una mezcla de masa anaranjada amorfa resultaron ser alegres langostas esperando a mi apetito. Lo que parecían divertidas ensaladas resultó ser comida tailandesa con exceso de cosas raras. Y así, recorrí con la lengua de fuera el menú internacional con el que eramos agasajados.

No soy un buen gastrónomo, pero si ya he comido bichos, un side dish parecido a la arena, cosas que me hicieron toser durante dos horas seguidas, y otras que sólo de recordar quisiera volver a nacer, no hay mucho ahí afuera que me haga dudar sobre si debo probar algo o no. Así que probé de todo un poco y al final terminé satisfecho, lo que era la idea en general.

La barriga llena invita a muchas cosas, pero en ese instante no podía retirarme a dormir, y mucho menos eructar abruptamente. No hablemos de abandonar la interesante conversación del colega más viejo y cabrón experimentado de la vida que coronaba nuestra ilustre mesa. Prendí un cigarro fingiendo poner atención al relato de su último viaje por la India. En realidad me dispuse a alejarme en un viaje de la mente abrazado por mi humo personal.

Y ello me llevó a recordar mi historia con los deliciosos plátanos fritos.

El amor a la distancia también luce glorioso o desastrozo, como ya les dije arriba. De éste en particular recuerdo las hazañas y conquistas. Uno de los éxitos fue cuando logré fijar en la memoria de esa ex-novia el nombre del platillo que más le había fascinado de México, los "platanitous free-tous". Me miraba con alegría, abría más esos verdes, sonreía y asentía coquetamente para decirme que claro, había que ordenar de esos. Siempre.

Nunca les había puesto atención, pero supongo que es parte del crecer entre platillos tan deliciosos. Algo así como ser dueño de un club nocturno: tantas mujeres voluptuosas a tu alrededor que te llegan a aburrir.

Comimos muchos de esos platanitos fritos en aquellos días. Si las regulaciones aeronauticas internacionales no impidieran cargar con diez kilos de ellos*, probablemente se equipaje habría incluido una bolsa extra, pero bueno, en aquel entonces ambos pensamos que regresaría a seguir comiendo más.

" ...como cuando me comentaste lo del aeropuerto en Sao Paulo, ¿recuerdas?"

Hay dos cosas que te dan toda la certeza que tienes una cara de estúpido atrapado en in-fraganti. La primera es que todos te miran y la segunda es que hay un silencio total. Hice ese recuento mental y me dí cuenta que ambas condiciones se cumplían perfectamente e-n e-s-e p-r-e-c-i-s-o p-u-t-o i-n-s-t-an-t-e. Y que yo era el protagonista. A todo dar.

Respondí balbuceando mecánicamente - porque el tiempo me había vuelto ducho en pláticas insustanciales alrededor de una mesa llena de gente con la que convivirás si acaso un par de veces en la vida -y me dispuse a enlazar lo que efectivamente estaba pensando con lo que sea que era que ellos querían escuchar de mi, de eso de Sao Paulo y lo que sea que el colega viejo estuviese diciendo.

Alguna vez me retaron a llegar saltando con conceptos de la palabra cerdo a filosofía. Es decir, conectarlas de manera lógica. Y en no más de cinco palabras. Fue sencillo: de cerdo piensas en salchicha, luego te acuerdas que las mejores están en Alemania, y que ahí mismo nació Nietzsche, y que él es a la filosofía lo que Maradona al fútbol.

Pero regresemos a la mesa. Admito que no encontré manera de enlazar plátanos fritos con Sao Paulo en cinco conceptos. Y me callé.

"Oh, shut up!" hubiese dicho ella de cualquier manera.

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*Manual V, Capítulo II, Párrafo 2, de la Ley Internacional de Vuelos Trasatlánticos regula la cantidad de plátanos fritos que un pasajero puede llevar en su equipaje.

lunes, 18 de mayo de 2009

Restart mágico

Amamos las computadoras porque a pesar de todos los dolores de cabeza que nos pueden dar cuentan con un botón increíble, ese que hace que todo se vaya al caño y listo, a comenzar de nuevo y sin resentimientos.

Power. No es la acción de prender y apagar la computadora lo que nos emociona de ella. Una plancha hace lo mismo y a nadie le gustan. Su sex appeal viene con la facilidad que nos brinda para podernos deshacer de muchos de sus problemas (y nuestros problemas con ella) apretando ese mismo botón para que lo olvide todo y comencemos como si nada hubiese ocurrido. Algo así como invocar la esperanza y hacerla aparecer en serio con un teclazo.

Qué botón tan más lindo, la verdad.

Imagino que si todos tuviesemos uno así, un reset, no habría guerras. Piénsalo: si tu novia comienza a darte la lata, o tu jefe te está hartando, o tus amigos hablan demasiadas pendejadas, o tu mismo te das cuenta que estás metiendo la pata, tranquilo, aprietas el botón y voilà, todos contentos. Qué va. Todos en éxtasis.

Sugiero que coloquemos el restart en el cogote. Sirve así que entonces puedes salvar a mucha gente que sufre de la capacidad para autoanalizar sus estupideces. Es fácil. Simplemente tienes que detectar que alguien se le está pasando la mano en el nivel del pendejómetro, le das un golpe karateka en su personalisimo botón y al instante la persona se reinicia, clara, limpia, lúcida, transparente y rápida como Windows sin porquerías instaladas.

Es hora de apretar botones entonces.

jueves, 14 de mayo de 2009

El año que hice contacto

Muchas cosas pasaron en el año 1991, y pocas se marcaron en mi vida como mi asistencia al programa familiar de concursos más conocido de la televisión mexicana.

Pregunta a cualquier miembro de mi familia qué ocurrió en ese año y lo más probable es que no te mencionen que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas regañó a Israel por su trato a los palestinos por última vez hasta el momento de escribir estas líneas, ni que comenzó la original y estrepitosa Guerra del Golfo, ni que las ex-repúblicas rusas se independizaron de un día para otro, ni que dos chicos, uno llamado Tim y el otro Linus hicieron públicos cada uno un mensaje de correo electrónico que cambiaría literalmente la historia de la tecnología moderna. Tampoco es probable que se acuerden que ese año el Monte Pinatubo hizo erupción en Luzón, cerca de las Filipinas, ni que un ciclón tropical mató a más de cien mil personas en Bangladesh.

El día del evento más importante de ese año fue el Domingo 7 de Julio: mi asistencia y participación en "Chabelo", el programa emblema de más de tres generaciones que despiertan cada domingo temprano a ver gente participar por premios y dinero en efectivo.

Probablemente estuve unos cuatro a seis minutos en pantalla, pero son minutos que me han perseguido hasta la actualidad. El peso que yace sobre mis hombros se ve claramente reflejado en el momento que tengo que darle nombre a este escrito. Pensé en diferentes ideas como:

"La verdad detrás del mito en mi aparición televisada a todo un país"

"Cómo crecer con el trauma de perder un estúpido concurso en televisión"

"Frustración de un niño que perdió un Sega"

"La niña del pelo largo que todavía odio"

"La verdadera voz de Javier López"

"Las edecanes que me hicieron sudar a los diez años"

"Fama y las mujeres que trae"

"El niño raro de la familia"

Ya que tres de mis cinco lectores son extranjeros y no tienen la más remota idea de quién es Chabelo, trataré de explicarlo. Javier López "Chabelo" es un conductor de televisión que se ha hecho pasar por niño de unos doce años toda la vida. Tiene un programa familiar de concursos los domingos en el canal más conocido del país y varias generaciones podrían distinguir la voz y aspecto de este tipo a kilometros de distancia sin chistar. Es algo así como el Xuxa mexicano, claro, sin el cuerpo espectacular y los millones que esta mujer ahora tiene desde que desposó a Pelé.

Larga historia corta estilo telegrama.

A los diez años fui a Chabelo. Concursé. Participé en equipo. Mi equipo perdió. Y perdió por culpa de una niña de pelo largo que tuvo problemas en seguir las instrucciones más simples del mundo. Espero hoy en día este trabajando en una granja Carroll. Gané una patineta cuando pude haber ganado la mejor consola de videojuegos de la época. Chabelo se presentó a todos nosotros los concursantes usando su verdadera voz cavernosa que aún me persigue en ciertas pesadillas. Las edecanes bien podrían haber trabajado en clubs nocturnos. Creo que a esa edad perdí la inocencia de manera visual.

Hace años que no veo el programa. Pero si a mi me dejó todo esto, espero todavía viva unos años más para que mis hijos entiendan mi historia.

O si no, ¿cómo demonios entenderán cuando les quiera catafixiar algo?

miércoles, 13 de mayo de 2009

La lógica de las coincidencias

Para que exista una coincidencia se necesitan dos cosas. La primera es tener una serie de eventos conectados por alguna razón aleatoria. La segunda es contar con un observador que note tal conexión.

Es obvio que nadie que vea a dos extraños hablar en la calle puede decir que es una coincidencia que los dos amigos que charlan animadamente se hayan encontrado en una calle poco importante de una enorme ciudad estando a más de tres mil kilómetros de sus respectivas ciudades natales. Nuestro hipotético observador externo desconoce todo esto y por ello resulta ser un elemento inmune a la observación de la coincidencia en turno. Para el sólo son dos tipos hablando y ya.

Basados en la anterior afirmación podemos decir que las coincidencias ocurren todo el tiempo, en todos lados, con todo el mundo. Y si esto es así, tenemos un problema con la definición: la coincidencia deja de serlo para volverse meramente un evento no esperado en un momento determinado.

Y un evento no esperado es algo que te va a ocurrir en varios momentos de tu vida.

Podría ser que en nuestra constante búsqueda de los estímulos para sentirnos especiales hayamos hecho de la coincidencia una marca del destino que nos ilumina - para bien y para mal - ciertos aspectos de nuestras decisiones. Veo mi número de la suerte en todos lados. Pensaba en alguien y esa persona me llamó o me la encontré. Tenía una duda y un colega se acercó a preguntarme lo mismo. Y así hay muchas.

Las matemáticas, a través de su hija la probabilidad, hacen ver lo fuertemente factibles que cada uno de tales eventos resultan para ocurrir, por mucho que nos esforcemos en darles un significado místico. Los números no engañan.

Podemos ser especiales, pero no esperemos que un lazo divino, secreto y codificado sea la señal para lanzarnos a - o detener - nuevas aventuras. Las coincidencias están ahí para recordarnos la importancia de cada acción que dejamos atrás en el camino de la vida.

Una llamada de atención pues.

sábado, 9 de mayo de 2009

Ocho dólares

La última Coca-Cola del desierto: el enunciado más gráfico - y refrescante - que la lengua española ha producido en los últimos cien años. ¿Qué otra expresión puede desatar esa saliva en tu boca, ese anticipación de tu lengua a recibir el vital líquido negro, la sensación de un impacto helado y delicioso por tu garganta?

Nada.

Ahora piensa lo que Ben-Hur o Lawrence de Arabia hubiesen pagado por encontrarse literalmente esa botella fría de Coke en medio de su travesía por la inhóspita serie de montañas y montañas y montañas de arena. Hubiesen regalado a unas dos o tres de sus mujeres, medio brazo y probablemente se hubiesen hasta ofrecido como esclavos con tal de tragarse los 350 mililitros de la botella comercial del líquido negro más rico del planeta.

Afortunadamente para mi, lo más cerca que he estado de un inclemente día en el desierto ha sido al menos a diez mil pies de altura. Y aún así, dudo que mi primera necesidad fuese la última coca. Yo pediría cigarros, y no porque fume mucho, pero es que The Coca-Cola Company no me vuelve loco.

Hago dos viajes "serios" de negocios (VSN) al año. Me preparo porque sé que a) no tendré mucho puto tiempo libre en esa semana, y b) aunque lo tuviera, no quiero pasarme mis horas de libertad buscando cigarros y alcohol en lugares cercanos al hotel. Así que compro tres o cuatro paquetes de cigarros para ir listo. Creo que todos podemos estar de acuerdo en que una preocupación menos en la vida siempre es bienvenida.

Todo iba bien en el último VSN, hasta que el fatídico e inesperado día del problema llegó: no más cigarros. Ahora bien, debes saber que lo que fumo no es nada del otro mundo, no es tabaco enrrollado en una templo budista perdido en las faldas de una montaña que aún no ha sido bautizada en el Asia meridional, ni tampoco es el producto más exótico del club mundial de tabaqueros, pero por alguna estúpida razón comercial, no es el empaque más popular en las tienditas de la esquina y tampoco es probable que lo encuentres en la boutique del hotel, tal cual pronto pude comprobar.

Observé la oferta de cigarros en la estantería de plata e inscrutaciones de diamantes de mi aburrido hotel cinco estrellas (yo le daría cuatro, porque sólo una de las recepcionistas era muy guapa). Advertí sin sorpresa que mis favoritos no estaban, pero bueno, ahí había unos que si no eran los mismo, eran lo más parecidos que encontraría en un radio de un kilómetro. Los compré sin mucho chistar y caminé a la entrada principal del hotel y ahí encontré a los tres tipos de cuidado - colegas - que ya para entonces eran como mis hermanos de toda la vida. Curioso cómo convivir con alguien por varios días seguidos te hace sentir que has estado con ellos toda tu existencia.

La noche anterior, durante una sana convivencia, los tres amigous notaron mi problema de la falta de cigarros. Eso, y el hecho que yo llevaba una sonrisa de idiota por haber conseguido mis cigarros, los hizo interrogarme con las miradas.

Saqué el reluciente paquete e invité a todos. Nadie dudó. Uno de ellos tomó la caja y examinó la etiqueta del precio. Lo que a continuación sucedió me parece de lo más surrealista que he experimentado en los últimos meses.

- ¿OCHO DOLARES? ¿Pagaste ocho dólares por esto?

Al principio pensé que bromeaba. Observé sus gestos fijamente mientras sacaba tres aros de humo de mi boca. Sí, pagué ocho pinches dólares. Sí, soy consciente que valen a lo mucho tres en el mercado normal. Sí, los compré en la tienda del hotel. Y sí, nos los estamos fumando, cabrones.

Los tres hicieron comentarios sobre cómo derrochaba estúpidamente mi dinero y lo increíble que era el hecho de gastar esa cantidad en una sola cajetilla de cigarros. Al concluir el tercer minuto de sermón ya estaba yo seguro que mi quijada en el suelo no los haría detenerse. De todo corazón, honestamente, creían en lo que me decian. E insistían en que mostrara cierto arrepentimiento por mi derroche.

Cuando el incidente murió, hice un ejercicio de autocrítica - muy pequeño pero Dios sabe que lo hice - y no encontré motivo real para reprochar mi gusto por saciar un capricho como lo eran mis cigarros en ese momento. Sí, sé que lo pagué no era el precio adecuado, pero no me causaba ningún verdadero problema. Salir del hotel a comprar una mentada cajetilla de mis favoritos no era una opción atractiva.

La relación costo beneficio en su máximo esplendor llegó a mi.

Platiqué sobre la curiosa situación con quien tenía que hacerlo y me dijo que ella habría obrado igual, lo cual me hizo sentir bien. Ella tiene esa peculiaridad porque aunque somos tan diferentes coincidimos en lo importante. Y el asunto de gastar más dinero de lo necesario en cosas que queremos en cierto momento dadas las circunstancias adecuadas nos une (y se nos hace importante). Qué carajo. El dinero va y viene. Ahorrarte unos pesos - o dólares - no debería ser la diferencia entre obtener felicidad instantánea con gasto o frustración crónica con ahorro.

Tal vez por ello soy pobre.

Pero feliz.

miércoles, 6 de mayo de 2009

O con la otra

- Estoy tan deprimida que ni siquiera me siento protagonista de mi puta vida.

- No mames. ¿Qué carajo significa eso?

- Significa que me siento de la chingada y...

- Ay ya deja eso. Chíngate otra chela.

- ...y que lo voy a llamar.

La deprimida aceptó la lata de cerveza que la buena amiga le tendió. La buena amiga la miró fijamente y elevó enseguida los ojos al cielo. A continuación prendió un cigarro idiota.

- No seas pendeja. ¿Para qué?

- Porque quiero. ¿Qué? ¿No puedo?

- Cómo eres pendeja - repitió la buena amiga.

La deprimida jugueteó con el celular sin obtener aparente respuesta. Un cigarro idiota es aquel que luce bien pero sabe mal. Como muchos novios.

- Ay tontis...te dije que no tenía caso llamarlo.

- No me contestó el imbecil. Ha de estar de viaje otra vez...

- O con la otra - completó la amiga en sotto voce.

El idiota - cigarro - cambió de manos y casi se secó de la aspiración tan profunda a que fue sometido por la depre. La amiga operaba de forma concentrada la lista de música en la Mac, actividad que requería un buen noventa por ciento de su capacidad de análisis. La depre, conocedora de esta condición de su amiga, la dejó tranquila y bebió de su cerveza en silencio.

- Es un imbecil.

- ...

- ¿Por qué madres el idiota no me llama?

- ¿Será porque anoche terminó contigo? - preguntó retóricamente la amiga que por fin había terminado la difícil operación de programar las cinco próximas canciones.

- YO terminé con él.

- Cada quien tiene su puta versión. Ya decídanse. Y pásame el cigarro.

- Sabe horrible.

- Pero bien que te lo estás fumando, babosa.

- Sí. A veces hago tonterías.

- Lo sé. Y que bueno que te terminó. Estás loca.

- ¡Coño! Que YO lo terminé.

El celular de la depre suena.

martes, 5 de mayo de 2009

Varios kilómetros al sur

Todo indicaba que sería un lugar peculiar desde el instante en que el hombre que portaba el chaleco estilo reportero, gafas, gorra, barba de diez días y modos de ex-presidiario resultaba ser la casa de cambio. La seguridad durante la transacción no era más alta que aquella que podría haber tenido al sacar mi cartera para comprar una revista en cualquier estanquillo en una megalopolis de más de 10 millones de habitantes. Aquí, con muchisimo menor número de personas, hacía calor. Los taxis eran feos. El vuelo había sido fatal. Dado lo anterior me enfilé hacia el hotel que, gracias a Dios, había sido pensado para los americanos que necesitan algo que les recuerde su hogar cuando andan tan perdidos por el mundo. Así pues todas las comodidades en las habitaciones estaban implicitas y garantizadas. Y si no, bastaba con llamar a recepción.

Como buen amante de la alta tecnología en ese entonces me preocupé por mi conexión a internet. Apenas cerrar la puerta y dar una buena propina al botones - que no hizo mucho realmente - inicié conferencias por webcam, voz, texto, envié archivos. Al ver que el ancho de banda era respetable, procedí a la siempre aburrida tarea de desempacar una maleta que ya odiaba los cuartos de hotel. Abrí las cortinas ampliamente con ánimos de saltar después y descubrí que mi vista era tan deprimente como podría serlo desde cualquier otro punto de la ciudad. Me contenté en saber que no permanecería más tiempo del estrictamente necesario en este lugar. Apenas cuatro días, o algo así.

Me presenté a mis anfitriones, platiqué banalmente por un buen rato en el lobby, fumé, pedí algo de tomar, y seguí conectado. Después tuve mi participación. Hablé de lo que tenía que hablar, hice lo que tenía que hacer, presenté lo que ellos tenían que ver. Las dos horas para las cuales me había tenido que desplazar más kilometros que los que alguna vez caminaría en mi vida pasaron rápido.

Durante una de las dos o tres cenas a las que asistí en esos días con mis nuevos amigos temporales me dí cuenta que todos me miraban raro. No, no tenía lagañas, mi nariz estaba limpia, y no, tampoco había regado salsa o algún otro tipo de comida sobre mi barbilla. Resultó que era mi ser mexicano lo que les llamaba la atención.

Yo era algo así como una atracción. Esta gente estaba tan infectada de Televisa y TV Azteca como nosotros de MTV y demás estupideces. Sabían mucho mejor que yo los nombres de los famosos de la tele y el calendario de partidos de la primera división de México. Me preguntaban sobre los candidatos presidenciales y tenían una fuerte opinión política favorable ya sea hacia el PAN, el PRI o el PRD. Jamás en su vida podrían votar como mexicanos, pero ganas no les faltaban.

Cometí el catastrófico error de mencionar mi ciudad natal, y muchos ojos brillaron al asociarla automáticamente con una canción muy famosa de table-dance. Fui casi obligado a bailarla para gusto de todos. Apenas me salvó mi status de representante de la organización que me había enviado a la mentada ciudad perdida. Después de insistir gradualmente cada vez más firme como quinientas veces, se acordaron que yo era un invitado y que me debían tratar bien, y que eso incluía no hacerme lucir (tan) ridículo con mis torpes y casi nulas habilidades de baile.

Uno de los chicos que se acercó a platicar conmigo mientras esperabamos el transporte que nos llevaría a un lugar perdido cerca del lado caribeño de ese pequeño país me contó su historia de amor con una mexicana radicada en la capital. Conocía - sin haber estado jamás - lugares emblemáticos que a mi tal vez me sonarían como la descripción de la Plaza Roja en Moscú o bien, el interior del palacio de la realeza noruega. Interesantes, pero no accesibles inmediatamente.

En mi vuelo de regreso, me sentí contento de saber que mi país era apreciado tanto en el exterior. Pero me dí cuenta que si nos admiraban tanto era resultado más de nuestro bombardeo mediático e invasión de nuestros productos - e ideas - chatarra que por genuino interés en llevar nuestro estilo de vida y emular lo bueno que sea que tengamos. Resultabamos ser los gringos de los centroamericanos, que alguien con poca orientación geográfica-política podría confundir con estados muy sureños de nuestro país.

Justo tal como a veces algunos se confunden y piensan que nosotros somos un patio trasero al que sólo hay que cuidar de vez en cuando.

sábado, 2 de mayo de 2009

Pacto con el diablo

Es todo un caso de estudio. Existen ene número de bares, restaurantes y centros de diversión de todo tipo en la ciudad. Existe también población más que suficiente como para abarrotarlos todos e incluso a otros doscientos más de ellos, y aún así mucha gente se quedaría sin entrar, aunque esto último está bien, porque cualquier club que se precie de ser bueno debe tener la capacidad de poder dejar a los rechazados afuera.

Ahora bien, como inspector de estos centros - mi trabajo nocturno - tengo la obligación de hacer una revisión constante de la operación de estos lugares sobre todo en fines de semana. Así es como aprendes que un suceso no marca una tendencia en nada, pero el mismo suceso quinientas veces repetido indica un estilo de vida: los dueños de ese bar siempre repleto de parroquianos hacen algo muy bien.

El tema (¿o problema?) fue traído a la reunión de la Liga Extraordinaria. Las grandes mentes operaron diferentes teorías entre ellas que si los precios del lugar influyen, que si el ambiente, que si la ubicación, que si esto, y claro, que si aquello.

Cada uno de los argumentos fue cuidadosamente destazado por algún otro miembro de la misma Liga. ¿Los precios? Por favor, no regalan nada y hay lugares incluso más baratos. ¿El ambiente? Pues claro, el ambiente lo hace la gente, y entre más personas, mejor ambiente, pero eso no nos dice cómo chingados llegan tantos borrachos a ese preciso lugar. ¿La ubicación? Este lugar tiene ese algo único que aún si lo ubican en medio de la más aislada ranchería del estado bajo un calor promedio de cuarenta y cinco grados centígrados a la sombra, sus clientes llegarían ahí. Y de buen humor. Que si esto, y que si aquello, no dimos con una explicación razonable. Salud.

El asunto habría quedado muerto, enterrado y olvidado ahí mismo y probablemente el mundo sería un lugar muy diferente ahora si la Liga hubiese comenzado a discutir el siguiente punto en su agenda - algo de un virus H1N1 - pero la miembra fundadora Erre lanzó un comentario bomba y nos atascamos con el tema.

- Yo digo que el dueño de ese bar tiene un pacto con el diablo.

¡Zas! Y así de repente saltamos en el hiperespacio esotérico. Las verdades ocultas, las consipiraciones iluminatti, los secretos en latín, las ideas de los congregaciones masónicas, las lecturas ocultas en la biblia, todo, todo estaba ahora sobre la mesa. El puto dueño del bar tenía un pacto con el diablo, y siendo honestos con nosotros mismos, esa era la única explicación tangible y auto-sostenida.

La explicación del pacto con el más malo de los malos lograba responder preguntas donde intentas entender la manera en que haces quebrar a la competencia que te reta una y otra y otra vez con bares, conceptos, promociones y etcétera, o bien asimilar cómo logras tener un bar a un grado de ser insalubre repleto de gente de todos los estratos sociales, desde el que llega en un auto de seis cifras en dólares hasta el que usa la bicicleta heredada para estar ahí; y la última pregunta que arrojaba más sospechosismo era saber de qué otra manera logras que un grupo de gente que se escupe una a otra, que suda y exhuda, que grita, se besa y abraza, se reuna por horas encerrados todos cuando la pinche Organización Mundial de la Salud está anunciando una pandemia como nunca - y de paso recomendando que no beses, abraces, sudes ni convivas.

Aceptemos que el diablo no es pendejo y que sabe realmente cumplir su palabra. Este tipo, el dueño del bar milagroso de mi ciudad, tal vez no lo ha seducido como Saddam en South Park, pero vaya que obtuvo un favorsote que a cualquier otro simple ser humano le daría miedo pagar.

Una vez que la Liga Extraordinaria aceptó de buena gana la explicación seis seis seis sobre el origen del éxito del sospechoso centro nocturno, una nueva ronda de bebidas para superheroes fue servida. Y volteamos y vimos nuestro lugar y nos preguntamos mentalmente por qué demonios no estabamos donde todos.

Sabrá el diablo. Pero la verdad es que los héroes no pueden ni siquiera beber con los malos.