domingo, 11 de enero de 2009

Historias tenebrosas ilustradas

La niña jugaba Mario Bros. 1 sentada a un lado del puesto de curiosidades electrónicas de papá. Era apenas un puesto de muchas decenas en el callejón interminable de la mafia local. El alto volumen del videojuego obligaba a voltear y ver la escena tan familiar: el hombrecito bigotudo y plomero dando brincos sobre tortugas amorfas y feas, aplastando cabezas ambulantes con patas y consumiendo narcoticos para tener más poder, aunque en el juego lo hacen parecer como una simpleza de golpear ciertas partes y obtener super energía temporal.

Imagina despertar en un mundo así, donde tienes que rescatar a la princesa porque la muy linda andaba tonteando y cayó en las garras de un oponente mutante entre dragón y tortugota y como del triple de tu tamaño. Para llegar a tu oponente debes volar, correr, matar, investigar, nadar y otras delicias de la vida que seguramente te dejarían agotado a menos que cuentes con un entrenamiento de fuerza delta o boinas verdes.

Pude haber comentado esta reflexión a la gente más extraordinaria del mundo, pero se dio nuestra cónclave semanal en la religiosa capilla de nuestras oraciones más veneradas y otros temas e ideas más escabrosas que mi tontería de Mario Bros. emergieron. Y esos puntos los hicimos navegar un rato para luego bombardearlos y hacerlos naufragar, lo que finalmente creo debería ser la esencia de todo buen tema: aparecer, cumplir su cometido y desvanecerse.

L. platicó de su experiencia mística - que él ignoraba tuviera un nombre - cuando siendo niño inquieto recuerda perfectamente su propia visualización externa. Esto es, el tipo tenía la capacidad de verse desde un plano diferente desarrollando ciertas actividades algo extremas para tener apenas 8 ó 9 años de edad. O ya siendo honestos, incluso ahora ya casi en sus treintas.

Estaba yo en el jardín de un amigo. De pronto, y de la nada, decidí brincar y dar una patada karateka, ya saben, de esas donde golpeas en el aire - y aquí dos dedos de su mano representaron el movimiento de sus piernas. En ese momento en el aire me ví a mi mismo, desde esta perspectiva - poniendo su dos manos separadas en un angulo ciertamente conveniente para una cámara de cine que quisiera haberlo grabado - y aprecié todo en cámara lenta. Ví cómo me levanté en al aire y tiré la patada, pero el hecho de que yo no estaba en mi cuerpo en ese momento sino viéndome hizo que no pudiera caer bien y llegué de regreso al piso tal cual un bulto. Y me quebré la muñeca - y aquí nos mostró su cicatriz como cuerpo del delito.

R., N., A., M., y yo nos miramos circunspectos. N., de todos con el humor más irreverente, acusó a L. de fumar mariguana desde tan pronta edad. Reímos. Nos molestamos. Y servimos las copas de nuevo para lo que fuera la noche nos deparara.

R. habló entonces de su funeral. Cómo llegamos a mezclar los temas de forma que la mayoría de nosotros hablara sobre cómo le gustaría ser tratado una vez muerto es algo que solo una larga noche, alcohol y camaredería estrecha pueden poner sobre la mesa.

Pues quiero que haya alcohol. Que la gente tome y este contenta. Que haya ciertos rituales tradicionales. Que ponga unas rosas negras en el mar. - "No hay rosas negras", le recordó amablemente A. - Las pintas, carajo - respondió ella.

A los cinco años me dí cuenta que todo terminaba con la muerte. Y dado que todos tenemos ese destino, llegué a la conclusión que nada vale la pena - sentenció N., sin esperar aprobación o debate sobre su punto, es decir, en su "stone cold bastard attitude".

Tiene que haber algo más allá de la muerte... - y aquí comenzó un debate que duró casi tres copas (el tiempo pasa a ser aún más relativo y los asuntos importantes se miden en número de copas consumidas por los participantes) y al final del cual hablamos de sueños, entrañas, otros tipos de vidas en el universo y filosofía occidental avanzada (avanzada para niños de primaria, claro está).

Al final de la noche, ni todos los demonios, maldiciones, temores del fin del mundo, y argumentos ferréamente defendidos impidieron que nos diéramos apretones de mano, abrazos sinceros y palabras de compromiso honesto para vernos a la menor oportunidad posible.

Los cinco amigos fueron esa noche para este blogger los términos en la ecuación que simplificaron hasta problemas ultaterrenales. Y fueron tan importantes, que al final, cuando llegue al punto donde iguale y resuelva la ecuación, estoy seguro permanecerán como constantes.

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