jueves, 9 de octubre de 2008

Mumedi

Llegaron temprano de la mano. Se podría decir que el lugar había llegado a ellos mágicamente como esos visos de iluminación y claridad repentina que relampaguean en la mente para dar con la solución de un problema que nos ha estado fastidiando por tiempo. Al lugar en si mismo jamás lo habían buscado, ni visto, y mucho menos nadie les había dado referencia alguna de él. Su hotel, aunque a pocas calles de ahí, no era precisamente el lugar más cercano.

Así que fue el arte, un buen desayuno, libros, galería y buena vista los que conspiraron y los hicieron llegar a Mumedi, un experimento que los dejó encantados por la siguiente hora que pasaron ahí.

Ordenaron un delicioso y vasto, vasto, vasto desayuno como lo haría cualquier pareja de enamorados que 1) acabasen de despertar y 2) estuviesen concientes del largo día que les esperaba en la capital.

Era un domingo bicicletero en el centro de la ciudad y desde el pie de la ventana que habían deliberadamente escogido dominaban la escena: los veloces e intrépidos, los preocupados por su condición física, los divertidos y relajados, los cansados, los novatos, y los chiquitos con los grandotes que se divertían como si los papeles se hubiesen invertido. Todos pasaron frente a su pantalla y ninguno volteó. Eran la película en vivo.

Admiraron las ingeniosas obras expuestas a un costado interior dentro del mismo espacio. Ella y él recuerdan los elegantes bolsos multicolores hechos a mano con material reciclable y altamente - orgullosamente - expuesto. Cajitas de chicle y cosas por el estilo servían para forrar todo tipo de artilugios generando réditos impresionantes y deleite visual para al turista, comprador casual.

Ella admiró ver sus ideas expuestas, criticó lo que entendió podía ser mejor logrado con sus habilidades y contuvo su innata tendencia a arrasar con todos sus antojos vía tarjeta bancaria. El, más pragmático tal vez, leyó un par de ideas postmodernistas originales en revistas que jamás lograrán cautivar al mainstream pero que consideró valdrían la pena hojear - y tal vez leer - una o dos veces al año.

No podían comprar lo que querían: todo el lugar, con su servicio y ubicación. Y dado que así eran las reglas, resultó mejor salir sin nada en las manos y mucho en la bolsa de satisfacción de una mañana muy bien iniciada.

La mañana de Domingo perfecta, le podrían llamar.

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