martes, 9 de diciembre de 2008

Reflexiones del amor y sus derivados

Y aunque no tengo sangre azul, he sido miembro de la realeza en ocasiones. Todos lo hemos sido. Basta únicamente con enamorarse para sentirlo.

"Oh sí, ¡tú eres mi reina!"

"Mi linda princesa."


"Aquí esta tu rey."


"¿Eres mi principe azul?"


Todas esas frases lo confirman. El amor se asocia a la realeza como el deporte crea debate entre los lentos.

Y yo no lo sabía, pero estoy enamorado, y por eso escribo.

Enamorado del amor, como dirían por ahí.

El amor no es tanto un sentimiento como una razón para crear. Enamorado está el deportista, el escultor, el carpintero, el pintor, el músico y el poeta. Enamorados están quienes yacen en el extremo positivo de la inspiración, quienes advierten que estas cuatro letras son una facultad derivativa.

Octavio Paz:

La sociedad concibe el amor, contra la naturaleza de este sentimiento, como una unión estable y destinada a crear hijos. Lo identifica con el matrimonio. Toda transgresión a esta regla se castiga con una sanción cuya severidad varía de acuerdo con tiempo y espacio. (Entre nosotros la sanción es mortal muchas veces -si es mujer el infractor-, pues en México, como en todos los países hispánicos, funcionan con general aplauso dos morales, la de los señores y la de los otros: pobres, mujeres, niños.) La protección impartida al matrimonio podría justificarse si la sociedad permitiese de verdad la elección. Puesto que no lo hace, debe aceptarse que el matrimonio no consituye la más alta realización del amor, sino que es una forma jurídica, social y económica que posee fines diversos a los del amor. La estabilidad de la familia reposa en el matrimonio, que se convierte en una mera proyección de la sociedad, sin otro objeto que la recreación de esa misma sociedad. De ahí la naturaleza profundamente conservadora del matrimonio. Atacarlo, es disolver las bases mismas de la sociedad. Y de ahí también que el amor sea, sin proponérselo, un acto antisocial, pues cada vez que logra realizarse, quebranta el matrimonio y lo transforma en lo que la sociedad no quiere que sea: la revelación de dos soledades que crean por sí mismas un mundo que rompe la mentira social, suprime tiempo y trabajo y se declara autosuficiente. No es extraño, así, que la sociedad persiga con el mismo encono al amor y a la poeía, su testimonio, y los arroje a la clandestinidad, a las afueras, al mundo turbio y confuso de lo prohibido, lo ridículo y lo anormal. Y tampoco es extraño que amor y poesía estallen en formas extrañas y puras: un escándalo, un crimen, un poema.

Un crimen. Eso me gusta. Un escándalo. Eso me gusta más. Y ambos tienen que ver con el dolor. Y tiene que doler el amor porque

...volar tiene riesgos,

...preparar la más deliciosa comida plantea retos y

....visitar los lugares más hermosos requiere esfuerzo.

Que una facultad tan única como el amor no combinara al menos las adversidades mencionadas, resultaría en una gran antítesis de la máxima búsqueda.

Te das cuenta que estás enamorado cuando llegada esa hora nula te puedes decir con una sonrisa que hoy es un buen día para morir. Que después de esto, no debería haber más.

El amor también es la facultad de desprendimiento. El antidoto perfecto al control. Libertad pues. Libertad como esa que describió Savater.

Hay cosas que dependen de mi voluntad (y eso es ser libre) pero no todo depende de mi voluntad (entonces sería omnipotente), porque en el mundo hay otras muchas voluntades y otras muchas necesidades que no controlo a mi gusto. Si no me conozco ni a mí mismo ni al mundo en que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo necesario. Pero, cosa importante, no por ello dejaré de ser libre...aunque me escueza.

El mundo hace sus guerras porque llora su libertad, y por ende, su amor. Nosotros, de a pie, peleamos porque confundimos decisión con valor e ideas con criterio.

Pero por sobretodo lo anterior, nos equivocaríamos al negar el amor que nos regala la maestría y personalidad de un Gustavo Dudamel, los escritos de una Margarita Garcia, las fotos de un Yahn Arthus-Bertran, las cenas con nuestros padres, las carcajadas con los verdaderos amigos.

El amor -hoy tan confundido en el vórtice de sexo, pasión, cuentos de hadas, autores baratos, películas idílicas, canciones efervescentes y consejos de malos psicólogos- puede perdurar si tanto tú como yo gozamos las ideas de un camino que dibujamos al andar y al final tenemos la humildad de admitir que nos equivocamos al no seguir el que ya estaba trazado.

¿Tú qué amas? Lo que sea que ames, no dejes de hacerlo.

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