miércoles, 31 de diciembre de 2008

Razones para extrañar a los doce de atrás

Descubrí quiénes son mis verdaderos amigos. Y descubrí por qué lo son. Y descubrí que lo son todo el tiempo, bajo lluvia, café, whisky, apuros, cumpleaños, nacimientos, bodas y comentarios. Descubrí quiénes me consideran igual. Y de tanto descubrirnos, seguimos brindando.

Me dí cuenta que tener la razón no tiene caso, si no tienes con quién compartirla. Si no sabes cómo transmitirla. Si no sabes que lo delicioso para esa situación consistía más en la equivocación breve que en la perdurable verdad.

Mi corazón fue arriba, abajo, a un lado y luego al otro. Se pasmó. Se congeló. Se movió. Se agitó. Y cuando gritó lo hizo sin miedos. Y cuando calló, todo el mundo lo escuchó. Y si sigue latiendo, así seguirá.

El trabajo fue mucho y la recompensa llegó pronto.

El mundo logró mostrar rostros que prometen. Rostros que hacen llorar. Rostros que deseamos esculpir para que nos guíen bien.

Porque ya en la recta final, la gente más extraordinaria del mundo me dijo las cosas que en otro punto de mi vida no me habrían servido. Las frases, consejos, recomendación e ideas llegaron con un timing perfecto. Y yo sigo digiriendo todo.

Porque crecí y en ello sigo viendo al hombre que más admiro en el mundo al igual que la mujer que más amo y la chica que más procuro.

Porque los vicios no se hicieron más fuertes, pero sí más variados. Y no todos fueron para mal.

Brindo por el año que viene. Desde ya le agradezco al menos el intento por superar trescientos sesenta y seis días tan excepcionales.

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