viernes, 14 de noviembre de 2008

Entre mi blockberry y la realidad

Una recientemente adquirida amiga me presumía el término acuñado por sus compañeros para llamar a su celular: el blockberry. El nombre ayuda mucho porque aunque no he visto nunca su celular ya tengo una imagen muy clara del mismo. Es como saberlo todo del mejor amigo de tu novia al que nunca ves porque vive en otro puto universo. No importa no haber estrechado su mano jamás para saludarlo en persona, ya que cuando te lo cruzas en una fiesta por primera vez, conoces desde su número de seguridad social hasta sus tendencias gay más secretas, gracias a tu querida novia parlanchina.

La vida da muchas vueltas porque a veces se queda sin rumbo y debe de retomar los puntos básicos, la esencia del por qué se hacen - o no - las cosas. Ayer, en el bar con un par de amigos, tropecé con diversas escenas en mi trayecto al sanitario. La pareja un par de mesas alejados de nosotros platicaba animadamente. El la miraba con deseo - se entiende que a los 55 y solo en un bar miras a todo lo que se mueva con deseo - y ella - en sus tempranos treinta - le platicaba que había conocido a Tommy Lee Jones en Texas. Y por la forma en cómo lo contó, me sonó a que también se lo folló, pero dudo que le haya dicho esa parte a su viejito conquistador.

Ya en el baño, desenfundé como debe ser sin prestar atención al metrosexual que no dejaba de arreglarse el cabello frente al espejo. Experimenté ese placer único reservado a los hombres, lavé mis manos, las sequé y salí. El chico de los pelos perfectos seguía en el retrete todavía pero ahora examinando sus cejas. Salió cuarenta segundos después de mi y lo ví acomodarse en otra mesa y sonreir coquetamente a su acompañante bigotudo.

De regreso en mi mesa.

Yo: Ya me compré el iPhone.

Amiga: ¿En serio? Vaya, no pudiste aguantar la tentación.

Novio de mi amiga: A ver, enseñámelo.

Parece ser que ver un Nokia viejo y gordito con tecnología pre-chip sobre la mesa va más allá de ser una grosería para el consumismo moderno y ahora entra en los terrenos irrisorios. Reímos los tres de buena gana y la siguiente media hora se convirtió en letanía sobre mis planes con mi armatoste y sobre por qué no compraba uno decente. Me ofrecieron hasta regalarme uno. Tanta lástima les dio ver mi blockberry.

Pero la realidad es que este teléfono hace todo lo que n-e-c-e-s-i-t-o. Envía mensajes, recibe y hace llamadas, timbra, se queda callado, vibra, anuncia falta de señal, indica bajo nivel de batería, y hasta tiene el consagrado juego de la viborita que le da agilidad a mis pulgares.

Ahora, entre lo que necesito y entre lo que deseo en un celular existe un mundo de diferencia. Sin embargo, en esta etapa de mi vida he llegado a la inverosímil conclusión que la gran cantidad - sino es que todas - las cosas que quiero en mi aparato son una mera estúpidez, un capricho alimentado por mi exposición a un grupo amante de la tecnología de punta y rápidamente desechable.

Véamos. ¿Necesito checar mi correo electrónico en todo momento? Sí. Pero tengo mi computadora en la oficina y tengo mi computadora en casa. Y si dejo de checar mi correo por unas horas, nadie, n-a-d-i-e, va a morir. Me tomó años - relaciones y regaños - llegar a esta conclusión. Ergo, no necesito checar mi correo electrónico desde mi celular.

¿Necesito tomar fotografías? Sí. Tengo una linda y fiel cámara fotográfica digital que hace su trabajo cuando tiene que hacerlo. Ergo, no necesito una cámara digital de altisima resolución - ni bajisima ni de ningún grado - integrada a mi celular. Tener a la mano un celular que capture momentos visuales sólo me hace degradar el momento mismo, portandome como zoquete y pidiendo a todos, "oh, esperen, por favor repítamos esto para tomar la foto" o "acomódense para una foto". O grabas, o disfrutas bien, pero no se puede todo.

¿Necesito que mi celular luzca hot? No. Yo necesito lucir hot, no el puto celular. Un celular buenisimo no me va a conseguir mujeres, al igual que uno feo no me las va a ahuyentar. Igual hasta risa les da, y ya sabe lo que dicen de la risa en las citas...

¿Necesito poder accesar a Internet en todo momento? Dicen que los primeros cinco años de vida son los más cruciales para asegurar la supervivencia en este mundo. Y esos primeros cinco yo los viví desconectado, aunque no lo crean. Ergo, ahora que soy más grande, más fuerte, más sabio, podré arreglarmelas sin entrar a Google desde mi conexión inalámbrica en todo momento.

¿Necesito escuchar música en todo momento? John Cage compusó 4′33″, la cual es una obra que exige al músico de cualquier instrumento a callarse por cuatro minutos y treinta tres segundos. Literalmente así lo indica la partitura. Ahora bien, mucha gente entiende esta composición como un rato de silencio, pero realmente la idea del autor era aprovechar los elementos del ambiente como música en sí, reafirmando la idea de que todo sonido es música en potencia. ¿De qué habla la gente en el autobus? ¿A qué suena un tráfico imposible al mediodía en la ciudad? Es probable que esos sonidos de idioteces que tanto nos molestan desaparezcan del conocimiento común de la generación atrás de nosotros - los adultos jóvenes - porque estos chicos ya no salen a la calle si no van conectados como agentes secretos con los audifonos del iPod, del celular, o de ambos. Ergo, no necesito música en mi celular. La escucharé cuando la pueda apreciar y/o tararear sin lucir como zombie abstraido.

¿Necesito entrada de tarjetas de almacenamiento? Si voy a almacenar todas mis pendejadas, ochocientos terabytes - que es lo menos que necesito - todavía no es una medida estándar en la industria de la tecnología, por lo tanto, desistiré de esto. Ergo, no necesito violar mi celular a cada rato metiendo y sacando cosas.

¿Necesito interfaces de rayos infrarrojos, bluetooth, etc.? Oh, sí. Estoy seguro que la próxima fiesta de Vogue en la que me encuentre a Paris Hilton, ella se acercará y me dirá "¿traes tu cel? es que te quiero pasar el último video que hice". Ya saben, la gente me asedia todo el tiempo para transferirme archivos realmente importantes.

Pasando de aquel hermoso Samsung plateado, el novedoso Nokia negro, el Siemens café y mi querido SonyEricsson que se volvió como una extremidad más, pasando de todos ellos, los elementos tecnológicos más avanzados y mamones que te puedas imaginar, he llegado a lo simple nuevamente. Necesito un pinche celular que reciba y envíe mensajes, haga llamadas y que me indique si tiene señal y batería. Mi celular me da todo eso. Es gordo, tosco, antitesis de lo que está en boga. No es lo que yo desearía precisamente, pero es lo que necesito.

Tal vez es hora de concentrar fuerzas en lo que se necesita y así de paso, tangencialmente aunque sea, sentir que uno medio ayuda a salvar el mundo.

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