miércoles, 4 de marzo de 2009

La orquesta de la vida

Dedicado a mis amigos músicos y a mis amigos directores de orquesta.

Y claro, a los que asisten al concierto.



La cultura de la negación ataca sin piedad a sus victimas.

Encuentro que el "gandallismo" en México esta enraízado en esta cultura: alguien más siempre tiene la culpa o la responsabilidad de nuestros actos o resultados; un elemento externo siempre afecta nuestro desempeño enmascarando así - posibles - ineptitudes y falta de planeación.

Somos tan colectivamente adeptos a esta cultura que creamos ficciones, paranoias e ideas oscuras para encontrar al victimario principal. En una crisis, de acuerdo al fabuloso Umberto Eco, volteamos a todos lados para determinar qué nos pasó y terminamos creando conspiraciones para no aceptar que la suma de todas las decisiones (o falta de) fue lo que nos llevó a la hecatombe en la que nos vemos.

Lo veo seguido. Me pasa seguido. Me lo cuentan seguido.

Es una persona a cargo de otro grupo de personas. Llámalo director de orquesta. El conjunto toca mal, desafinado, algunos no llegan a las prácticas, otros se presentan sin la actitud. La culpa es de ellos, me dice esta personita, porque son flojos, no quieren hacer nada, no saben tocar bien, no nacieron para esto, el gen del talento musical les fue extraído después de una increíble abducción extraterrestre, etcétera.

Tú eres el director de orquesta, quisiera tener el valor de decirle. Y tú eres el responsable, quisiera gritarle. Nunca lo hago con el impetú que debiera, y aquí mi pecado capital, porque ciertas reglas de etiquetas taladradas en mi cerebro desde que tengo cierto uso de razón me impiden embarrar culpas tan directamente a alguien a quien tengo que ver en todos mis horarios de trabajo. Sí de por si es un mal director de orquesta, ¿qué necesidad tengo de hacerlo sentir más mierda?

Y entonces llega el puntapié del sentido común y - aparte de hacerme mentar madres - me deja pensando profundamente. Si él es el director de orquesta, yo soy el pinche jefe de la mesa directiva que financia los trabajos de la orquesta, así que su fracaso es mi fracaso también. Qué visión. Repito: su fracaso es mi fracaso también.

Pero no. El no está haciendo bien las cosas. Le estoy dando todo: un lugar donde ensayar con sus músicos, dinero para pagarles, horarios para conciertos, público para los aplausos. Le estoy dando todo.

Y nuevamente: negación. Repito diez veces: yo soy responsable, yo soy responsable, yo soy responsable, yo...bueno, ya tienes la idea. Cero negación.

El director podría argumentar que también les da todo: su tiempo para ensayar con ellos, su conocimiento y experiencia que le tomaron décadas adquirir.

Entonces es quizás falta algo más.

El problema se pone más interesante cuando volteas y te acuerdas que no tienes únicamente un director de orquesta, sino diez, o veinte. O treinta, ya qué. Y cada uno tiene su propia orquesta a cargo y cada cual llega a ti llorando por sus problemas. Y otra vez: sus fracasos son tus fracasos.

Y los directores se juntan un buen día, platican, lloran en conjunto y recuerdan los buenos tiempos cuando todo era bonito, rememoran sus trabajos con aquellos músicos excelentes y las grandes hazañas que lograron en el pasado. El excelente trato que los jefazos de la mesa directiva les daban en aquel entonces. Todo, todo, todo era mejor. Añoranza.

Aquellos que ya no quieren avanzar siempre verán el pasado con más añoranza que nunca. Miedosos, dicen algunos atrevidos. Viejos, los cataloga la vida. Acabados, les dicen sus enemigos.

¿De dónde viene todo esto?

Nacemos con el estigma que la responsabilidad (culpabilidad) es mala per se. La religión occidental nos inventó a Adán y Eva y a ellos los podemos culpar por desatar nuestra expulsión del Edén apenas en el inicio del mundo debido a sus ganas de jugar con sus cositas. Ahora todos tenemos que pagar con penurias y sacrificios viviendo en el pinche infierno por la calentura de esos dos.

Pero como grupo biológico nos vamos refinando y se nos van ocurriendo mejores (?) ideas con el paso de los milenios. Así llegamos a desarrollar algo llamado sociedad. Y ésta ha resultado el instrumento último de control para apaciguar responsabilidades. Todos puede señalar directamente con el dedo a todos. Se vale. La culpa es colectiva, los miedos individuales y los gritos están entremezclados.

La sociedad está diseñada para limitar y castigar. No está bien visto por la sociedad cosas que nos hacen sentir bien: fumar marijuana, dormir mucho, trabajar poco, actuar estupidamente de vez en cuando, tener varias parejas, consumir alcohol, conducir a velocidad rápida (¿para qué demonios fabrican esos carrazos que piden a gritos ser llevados a sus extremos?), etcétera. Los virtuosos dirán que ello es debido a ciertas cuestiones éticas. Y es cierto, no podemos hacer todo lo que queramos todo el tiempo porque entonces afectamos a terceros (generalmente) y ello no encaja en los parámetros del arte de vivir bien. Vale.

Sin embargo, los opuestos premiatorios no existen de manera institucionalizada en la sociedad. Alguien que paga sus impuestos a tiempo, que no acumula multas de tráfico, que no es convicto de crimen alguno, jamás recibe reconocimiento. Es el ciudadano promedio que no se mete en problemas. Pero no hay mayor motivación ni aliento en el ser bueno más que el hecho que todo el mundo te dice que así debes ser. En otras palabras, la sociedad castiga, y castiga fuerte, pero no premia. Y de ahí se deriva todo lo demás.

Regresemos a la orquesta.

Me dicen que una palmada, una buena palabra de aliento, un gesto positivo sincero, son herramientas muy poderosas si las empleas en tiempo y forma. Tal vez. Somos humanos después de todo y necesitamos esos estímulos para funcionar. Y si un buen director de orquesta los recuerda, los músicos tocarán mejor.

Pero yo creo que aún sin la palmada ahogatoria en la espalda, sin la sonrisa brillante y sin la palabra precisa, los directores deberían hacer bien su trabajo, los músicos deberían tocar bien y las cosas deberían funcionar sin tanto problema. Después de todo, tenemos una responsabilidad. Y si nos negamos a desempeñarnos bien porque no hay estímulos estamos nuevamente cayendo en la cultura de la negación.

Y a menos que seas un criminal psicópata, dudo que te guste ser etiquetado del lado negativo.

No hay comentarios: