domingo, 21 de junio de 2009

Fronteras

Un hermoso día soleado, sentado en el muro que divide el mar de la ciudad, noté que los niños se inclinaban continuamente sobre el borde del muro de pescadores y desde la parte alta del mismo, a unos tres o cuatro metros de donde las olas golpean, miraban fijamente hacia abajo. Pasaban todos un buen rato observando como los leves y aburridos remanentes de olas que fueron fuertes y vigorosas kilómetros atrás chocaban contra la pared de contención.

Enfocando un poco más, descubrí que no eran únicamente los niños los que perdían su tiempo así. Papás, parejas, turistas y en general cualquiera que tuviera cinco minutos para sentarse sobre la larga línea divisoria de concreto hacian todos lo mismo. Abajo, en su foco de interés, no había nada, si acaso basura marina y no tan marina pegando y paseando de un lado a otro. El agua turbia ni siquiera daba para apreciar el lecho y así al menos hacerlo interesante.

Que una persona haga algo, es personalidad. Le gusta hacerlo. Que dos personas lo hagan, es afinidad. Que todo el mundo lo haga, es programación genética. Algún gen de esos con nombres exóticos nos dice que llegando al muro del boulevard de mi ciudad debemos inclinarnos y ver hacia abajo.

Vaya desperdicio. Girando el cuello - y con ello la cabeza, como generalmente ocurre - unos sencillos noventa grados hacia arriba tendríamos un mejor panorama. Como el de ese día, en el que en particular el mar se ufanaba de la tranquilidad e inmensidad que puede contener también. Era verde, era azul, era aperlado, era aquamarino.

Era hermoso.

Y con un poco más de paciencia, muchos barcos alejados se podían apreciar. Algunos faros y boyas jugaban con las olas, las gaviotas les danzaban a los peces y el sol les daba luz a todos. De ensueño la cosa.

Tal vez nuestra programación genética intenta evitar que nos desbordemos en la curiosidad. Permitir que todo ser humano tenga la capacidad intrínseca de acercarse a un borde y no mirar abajo, sino al frente y arriba generaría demasiada felicidad en este mundo. Imagina la cantidad de enamorados que aparecerían. Es difícil no tener sentimientos positivos cuando miras un mar abierto bañado de sol. Y no hablemos de los muchos más artistas que tendríamos. ¿Quién no se inspira con la inmensidad?

Una persona que se sienta en la orilla a ver hacia abajo no sabe lo que se está perdiendo. O tal vez sí. Es entonces que su biología le dice que debe agachar la cabeza y no aspirar a más. Y cuando un genio o revolucionario nos hace ver las cosas de otra forma, no es más que una manera de decir que alguien vino y levantó tu quijada para que vieras lo que hay más allá.

Lo que siempre ha estado ahí y que no te permitías ver.

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