sábado, 6 de junio de 2009

Verborrea

Cuando los huesitos esos chiquitos que tenemos en la espalda baja truenan deliciosamente es que necesitas caminar por unos buenos kilómetros. Un aeropuerto es un buen lugar para ello. Puedes hacer discretos ejercicios para reactivar tu trasero mientras esperas pacientemente en las filas de aduana a que un siempre-amable-hijo-de-puta agente de migración te dé la bienvenida oficial al país, o bien puedes aprovechar también cuando esperas en la aburrida banda que te entrega tus maletas, que por alguna extraña razón siempre siempre siempre serán las últimas. Lo increíble no es tanto que seas el último, sino que todos junto a ti experimentan la misma sensación.

Traigo documentos altamente comprometedores que desestabilizarán al gobierno de éste país y harán caer a sus instituciones, tambaleandose la gobernabilidad del mismo y llévando la paz imperante a un caos de proporciones no vistas desde su guerra civil - pensé en decirle a la agente de aduanas cuándo me preguntó el motivo de mi visita. En su lugar, decidí ser más breve y explicarle que iba como turista. Siempre es más fácil ser turista, aunque eso te haga un mentiroso. Parece que les gustan las mentiras.

Me informó de un nuevo reglamento - con nuevos costos incluídos - para la salida del país y me pidió abrir mi maleta del tamaño de medio auto compacto. La examinó como si de ello dependiera la decisión de casarse conmigo o no y aunque generalmente el examen es en silencio, ella me contaba que blah blah blah blah blah blah

Bienvenido a este pinche país, me dijo. O me dió a entender. Gracias, le dije yo con un gesto de falsa cordialidad.

Una vez que sentí la sangre fluir de manera adecuada normal por todas las direcciones de mi cuerpo, me encontré en las afueras del aeropuerto a punto de tomar un taxi. Como soy un inepto profesional tuve que olvidar cambiar moneda local antes del viaje. Tengo tres opciones. Primera: entrar al aeropuerto, caminar dos kilómetros de regreso hacia el área de casas de cambio y hacer lo propio. Segunda: buscar un cajero automático y hacerlo escupir billetitos del país. Tercera: asaltar a una ancianita indefensa con pinta de ser oriunda y quitarle sus moneditas. Como parece que en este lugar sólo existen jóvenes rebozantes de salud y que la gente no necesita de disponer de efectivo a través del anticuado método de un cajero automático, caminé a paso de alguien que va a romper una nariz hacia la casa de cambio.

La chica que atiende me explicó amablemente que no aceptaba billetes mexicanos y básicamente me dijo que era muy pendejo por no haber llevado dólares o alguna currency por el estilo. Luego me contó la historia de alguien a quien le había sucedido algo similar y posteriormente me indicó un lugar dónde podría resolver mi problema. Todo esto adornado con detalles tan gráficos y precisos que me pregunté por qué no trabajaba mejor como guía para viajeros estúpidos como yo. Luego, solucioné el problema.

A punto de abordar ya el primer taxi disponible una mujer en mediana edad hizo el amague de subir también. Puesto que ante todo soy un respetuoso caballero - o mezquino quedabien, lo que gustes - cedí mi lugar con una sonrisa más falsa que un reporte gubernamental de la economía nacional. La joven señora pareció sentirse apenada y me dijo que si gustaba podíamos compartir el taxi.

Y no, no había coqueteo implicito. Esta mujer tenía la facha de la tía buena que todos queremos, o bien, la amiga de tu mamá, o algo así. Estaba siendo simplemente amable.

Yo acepté porque ya estaba cansado y a ese ritmo llegaría tarde a la reunión con mi contacto local. Me trepé al taxi. El conductor arrancó el motor y la señora su lengua.

Vivía en Nueva York, se dedicaba desde hace años a importaciones de sudamérica, había tenido su primera oficina en donde estabamos en ese momento pero luego expandió sus operaciones y es por ello que tuvo que ir a vivir a la gran manzana donde ahora está con sus dos hijos uno de los cuales está por casarse y ella anda en los detalles de la boda y ahorita había venido a visitar a unos clientes con los que quería cerrar unos tratos y tú a qué te dedicas...y claro como te iba diciendo esta ciudad es muy bonita y puedes sin ningún problema ir acá y allá y hacer esto y lo otro y luego blah blah blah blah....

Nos interrumpió un tipo en facha de comando preguntando al taxista qué quería hasta que la señora lo llamó por su nombre y el joven se cuadró, dejandonos pasar a una de las zonas residenciales más exclusivas de la ciudad, aquí está mi tarjeta, mira que ha sido un gusto platicar contigo, mira que aquí vivo, mira que te la pases bien y mira que amable eres por haber compartido el taxi, etcétera.

Le dí mi tarjeta también. Sonreí. Cerré la puerta. Y dejé mis oídos descansar. El resto del trayecto me quedé pensando si era mi imaginación o esta mujer encajaba en el estereotipo de una nueva líder de algún cartel internacional.

Llegué al hotel. La recepcionista,

- ¿Quién hizo su reservación?

Le respondí el nombre de mi contacto local.

- Al parecer hay un problema señor, porque el precio no concuerda con lo que nosotros cobramos, blah blah blah blah blah blah...

Le expliqué que yo tenía un descuento porque pertenecía a la organización tal que usaba su hotel casi los 365 días del año para hacer los eventos blah blah blah blah blah

- Sí señor, pero blah blah blah...

Le sugerí comunicarnos con mi contacto local quien seguro podría aclararle el asunto. No es tanto que me urgiera aclararle nada, pero quería meterme en la puta cama a descansar un rato. Llamamos a mi contacto local.

Que si cómo estaba. Que si cómo había estado el viaje. Qué bueno porque luego son de lo peor. Que si estaba todo listo. Que si me estaban tratando bien en el hotel. Que si ya había salido a conocer. Que si no había tenido problemas en la aduana, que si ....blah blah blah blah....

Para cuando por fin pasé el filtro verbal de mi contacto, le expliqué la situación. Pasé el teléfono a la recepcionista y diez minutos después ya eran amigas del alma y creo que hasta habían hecho planes para ir al café. La recepcionista fue después toda sonrisa y alegría conmigo. Me dió informes de cómo pasarmela genial, de lo maravilloso que era el hotel, de los fantástico que me la pasaría en el bar del mismo y en la zona de casino y que blah blah blah blah blah blah blah.

Cuatro mujeres. Cuatro historias. Todas a detalle. La palabra verborrea vino a mi mente. Me dí cuenta que necesita un artículo femenino para funcionar. La verborrea. Nunca "el" verborrea. Menos lo neutro.

Me pregunto quién fue el sabio que así lo decidió.

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