martes, 24 de febrero de 2009

Garry y yo

Saludo al grandioso señor Garry Kasparov con determinación y firmeza. No todos los días le puedo dar un apretón de manos al más grande ajedrecista de todos los tiempos. Me invita a que nos sentemos y me pregunta qué tal estuvo mi vuelo. Decido pasar por la fase de plática intrascendente de la manera más rápida y diplomática posible. Quiero hablar con él de algo más que las piernas de la azafata ucraniana y mis cinco excelentes botellas de tequila confiscadas en la puta aduana.

Le pregunto si bebe y me dice que ocasionalmente y que le vendría bien un vodka. Ruso al fin y al cabo. Yo detesto el vodka pero no en estas circunstancias. Nos sirve dos buenas raciones a cada quien y yo lucho ocultando mi gesto de rechazo involuntario a la bebida cada vez que doy un trago. El amablemente me ignora.

Le pido su opinión sobre Alekhine. Me contesta algo que no recuerdo, pero que deja bien parado al tipo. Me dice que es una primera pregunta muy rara. Le explico que el primer libro de estrategia ajedrecistica que alguna vez leí era sobre las partidas de Alekhine, y que llegué a memorizar por ahí algunos de sus famosos juegos contra Capablanca. Sonríe y dice que él leyó el mismo libro. No recordamos al autor, pero es un ruso también.

¿Qué si jugaría contra Alekhine? Pero claro. Sería estúpendo. El lo considera uno de los grandes exponentes del posicionamiento de ataque. Bien. Ya tenemos una partida interesante entre dos rusos, ahora nada más me falta lograr resucitar a uno de ellos y ponerlo a practicar mucho, porque desde que murió ese Alekhine no ha jugado ninguna partida que yo tenga conocimiento.

Le pregunto ahora con qué cosas sueña un jugador profesional la noche previa a un torneo muy importante, o la noche previa a la partida definitoria del campeonato mundial. Se pone serio, luego ríe. Dice que no hay nada en específico sobre lo que continuamente él haya soñado durante su experiencia como jugador profesional de ajedrez. Dice, eso sí, que el nerviosismo siempre estuvo latente y que su estomago lo resentía menos conforme pasaban los años, pero que nunca dejó de tener esa sensación rara en las entrañas.

La política llega natural a cualquiera que es inteligente y se preocupa por la gente. Pero hacer carrera en ella es una apuesta que generalmente da ingratas consecuencias. No hay problema, dice él, uno debe hacer lo que sabe que es mejor para su gente. Desde una u otra trinchera. Esto nos lleva a su último libro, "How life imitates chess" y le comento que por ahí se han leído reviews indicando que suena un poco a manifiesto. Dice que nada más lejos de ello. El intenta sumerjir a sus lectores en la visión poco compartida de todo lo que rodea a la preparación técnica y social de un gran jugador de ajedrez. Y como esa tenacidad y entrenamiento da resultados igual o más espectaculares aplicados una vez en la vida real.

Otra ración de vodka. Lo bueno que sólo bebe ocasionalmente. Me acuerdo de mi amigo polaco que pedía una botella de vodka para él sólo cada vez que salíamos de borrachera. Y cuando yo ya daba tumbos, él andaba como si apenas hubiese tomado medio litro de agua. Me preocupa que me ocurra lo mismo así que me vuelvo más respetuoso a cada trago. No voy a arrastrar la lengua frente a Garry Kasparov.

Una asistente étnica, morena, guapa y con clase, se acerca e intercambia un par de frases con - ahora - mi amigo Garry y él asienté al final con la cabeza. Con la mano me indica que continúe, pero con la mirada me dice que no tendremos ya mucho tiempo.

El comercial. Ese viejo comercial donde está en un amplio salón jugando partidas simultáneas con más de veinte retadores y en el cual finalmente - de todos - un niño afroamericano y pasado de peso lo pone a pensar, haciendo que arrastre una silla para sentarse a analizar la partida. De todos los comerciales que ha hecho, le digo, ese es mi favorito. Le pregunto qué tanto colaboro en la idea del mismo. Sonríe y mira un poco hacia arriba como activando su banco de memoria - que ha de ser inmenso - y me explica que el concepto estaba todo desarrollado, pero que él fue el que sugirió hacer más ruido con la silla al arrastrarla hasta su posición. Me dice que también es uno de sus comerciales favoritos y que viajó expresamente más de 15 horas para grabarlo.

Claro, eran los tiempos de la burbuja punto com. El comercial fue realizado para Altavista, una compañía que hoy en día ya no figura en el mapa de Internet, más que para algunos perdidos en la tecnología.

Finalmente le pido que se haga él mismo una pregunta que nadie jamás le haya hecho en una entrevista, y la cual él piense que ha hecho falta. Me evalúa y dice que lo mejor que puede preguntar es por qué no acepté jugar una partida de ajedrez con él.

Por la misma razón que ésta reunión nunca sucedió, sentencio.

Habría sido algo muy irreal.

Ahora que lo pienso, no por ser irreal no sucedió. Es únicamente que así luce a la distancia.

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