viernes, 20 de febrero de 2009

Historia de dos viajes

A Pichichi y Zombie. No pregunten.

Primer viaje.


De nosotros los tres amigos, J. siempre fue el más expresivo. Reía - ríe, la última vez que lo ví fue hace como un año - con ahínco y sinceridad. En esa ocasión se acercó con decisión y nos abrazó a ambos al mismo tiempo como un padre lo haría con dos hijos de los cuales se siente orgulloso: extendiendo ambos brazos en posición de cristo y semicerrando su puño en nuestros hombros, colocándose en medio de ambos y siguiendo caminando a nuestro paso.

- Los quiero invitar a una plática el martes por la noche. A ti - mirándome con seriedad- te va a gustar por el lado científico, y a ti - le dijo a A. mirándolo también - por el lado religioso.

Ciertamente intriga que te digan algo así como a las diez de la mañana de un día normal de escuela. E intriga más si pasa cuando tienes diecisiete años, te sientes muy chingón, crees que comprendes el mundo, y todo el tiempo emites una opinión de practicamente todo y con argumentos porque no hay nadie cerca que te pueda decir lo equivocado que estás. Aceptamos la invitación con la misma naturalidad que hubiesemos aceptado la idea de saltarnos la siguiente clase e irnos a perder el tiempo en cualquier otro lado. Lo hermoso de ser joven estudiante es que realmente no importa que tan crítica sea una decisión: todas parecen lo mismo, las piensas un poco y listo. Y a veces ni eso.

Llegó el día y la hora como llegan los problemas, sin pedirlos ni recordarlos. Llamé a A. para preguntarle si iba a ir a la plática y - creo que - me dijo que así era, que allá nos veíamos. Tomé mi bicicleta - eran mis tiempos de chamaco flaco, semideportista e intrépido en dos ruedas - y llegué al punto. La gente reunida en el "auditorio" me vió raro como por tres segundos y llegaron silenciosamente a un acuerdo en el que entendieron que ellos eran los raros por lo que a continuación se iban a poner a discutir, y que era mejor dejar tranquilos a los pocos - o muchos - potenciales iniciados que se presentaran esa noche.

Me indicaron dónde sentarme, me indicaron cuánto duraría la plática y asumo me indicaron otras cosas, pero nadie me indicó de qué demonios se trataba todo.

Llegó el sabio revelador de verdades al frente del "auditorio" y comenzó a hablar.

Lo siguiente es tomado de Wikipedia, pero fue más o menos lo que dijo (y no, no había Wikipedia ni nada así entonces).

"La proyección astral (o viaje astral) es una interpretación (...) de ciertas experiencias adquiridas ya sea en forma consciente o mediante la meditación profunda, el sueño lúcido (...) estas experiencias serían una percepción extrasensorial y un signo de la separación o "desdoblamiento" de lo que llaman el "cuerpo astral" (o sutil) que se separa del cuerpo físico. La consciencia o alma habría sido transferida dentro de un cuerpo astral (o "doble"), que se movería al unísono con el cuerpo físico en un mundo paralelo conocido como plano astral

(...)esta creencia ha existido en muchas culturas desde tiempos remotos."

No era tan escéptico en ese entonces como ahora. Y ni siquiera en estos días lo soy mucho realmente. Así que básicamente me gustó la chorada que el tipo aventó durante los casi 120 minutos de plática. Habló de las maravillas de estos viajes astrales, la sabiduria milenaria de las antiguas civilizaciones, cómo hemos corrompido nuestra misión en el mundo, reencarnación, extraterrestres, milagros, etcétera. Creo que no quedó un sólo tema controvertida fuera de la lectura. Y si así fue, es probable que los espiritus ocultos hayan tenido algo que ver con ello. No hablas durante dos horas de lo oculto sin que esto te cobre un precio.

El ministro-mentor-sabio-conferencista nos hizo realizar unos ejercicios ahí mismo, aunque no recuerdo honestamente para qué. Teníamos que cerrar los ojos y respirar de cierta forma, o tocar recordar algo con fuerza, cosas de ese estilo.

Los gnosticos me convencieron finalmente acerca de que hay muchas interpretaciones para una simple experiencia como el sueño, pero no me convencieron tanto como para volverme amante de su lógica y seguidor de sus reuniones. Y si no puedes convencer a alguien a sus diecisiete años, entonces es que hay algo erróneo en tu discurso.

Parece que hicimos feliz a J. por asistir, pero nunca más salió el tema a la plática y cada quien siguió su camino.

Segundo viaje.

A. me invitó años más tarde a una peregrinación a un famoso punto de reunión de la gran familia católica mexicana. Fui, no muy convencido la verdad ya que dejaba a mi nueva noviecita atrás por un par de días, y eso a los veinte años duele.

Me la pasé bien después de todo. Conocí gente agradable, recé como nunca lo he hecho en mi vida. A. amablemente me prestó un librito con lo que tenía que decir para no lucir como tarado cuando todos comenzaban a murmurar cosas a un ritmo estilo canto gregoriano. Recorrí lugares interesantes del centro del país y me convencí que el alpinismo más allá de los veinte metros no era lo mío. Caminé dieciseis kilometros en espiral para llegar a un Corcovado mexicano en donde pasamos menos de una hora. Recibí la bendición papal por intermediación de un obispo que llegó en helicóptero y luego recorrí la zona sonriendo y hablando con las lindas chicas conservadoras con las que me topé.

Fue un buen viaje porque se dio bajo las condiciones adecuadas.

Y entonces pienso en que habiendo experimentado ambos extremos de la fé - el lado "científico" de los gnosticos y el "religioso" de la juventud fanatica - que me quedé al final sin pertenecer a un grupo de creencias, o que son tantas que las quiero abrazar todas. Es muy probable que esto sea así porque explicaría la tortura de muchos pensamientos e ideas que no siempre me otorgan la tan llamada peace of mind. Vaya, no me dejan sin dormir, pero a veces podrían.

Igual vale la pena.

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