martes, 10 de febrero de 2009

El panorama general

Teníamos poco más de veinte años y organizabamos un evento que, en comparación con nuestra edad actual, equivalía a hacernos cargo de la logística del cambio de gobierno transexenal. El estrés estaba a la orden del día y los malos entendidos no se hacían esperar. Dos de las personas que colaboraban conmigo sugirieron que fueramos a comer y platicar. Así lo hicimos y los tres nos dirigimos a un agradable restaurante ubicado frente al mar en una linda tarde soleada en la ciudad.

Como apenas comenzabamos a desarrollar nuestra amistad teníamos muchas cosas personales de qué hablar y de manera tácita dejamos lo relacionado a nuestro evento para el final. Fue a la salida del restaurante donde la larga lista de quejas comenzó a escurrirse por la boca de mis recientes amistades como rabia en un perro callejero.

Yo los escuchaba con cierta sorna. Después de asegurarles que entendía sus recriminaciones y apuntes, les hice saber que debían confiar, tener paciencia, y tratar de ver el otro lado de ciertos asuntos.

"Sucede que yo tengo el panorama general y hay cosas que sé sobre la organización de las cuales ustedes todavía no están enterados", dije en mi tono infantil sintiéndome muy grande y muy adulto.

Eramos tres, como ya les decía. Mi amiga, un tipo que pasó al exilio con más pena que gloria, y yo. En ese entonces, mi amiga y yo compartíamos el mismo número de títulos y diplomas importantes. O lo que es lo mismo: ninguno en realidad. Ahora, mucho más de un lustro después, ella tiene más papeles para adornar la pared de su oficina que cualquier secretario del gabinete presidencial. Obtener todos esos reconocimiento requirió miles y miles y miles de horas de estudio y lecturas profundas. Y sin embargo, aún con todo el caudal de información importante que seguramente atiborra su cerebro, mi amiga recuerda mi frase como si recién la acabara yo de escupir. Debido a ello, mi lamentable línea se volvió una de las cruces que tengo que cargar hoy en día casi en cada reunión con la gente más extraordinaria del planeta.

Cuando ella utiliza este viejo chiste, sé que lo hace como una forma suave de molestarme un poco para desinflar mis aires de grandeza. Sabe cómo atemperarme pues. Es - creo - su manera sublime de recordarme que ya no tenemos veinte años y que se supone debo decir menos pendejadas.

Lo que yo ahora sé es que nunca nadie - nadie - tiene el panorama general. Y esto es porque asumimos, cuando lo que debemos hacer es preguntar. Tan simple.

No hay comentarios: