viernes, 10 de julio de 2009

Inherentemente guapo

El ritual de belleza masculino por la mañana es tan corto como simple. O así se supone que debe ser, pero durante su desarrollo nadie tuvo la cortesía de informar las típicas prácticas de masculinidad a Abraham quien está consciente de encontrarse a medio grado de ser metrosexual y partiendo de ahí, a un cuarto de cambiar de bando. Punto setenta y cinco de distancia más visto lejano que difícil de recorrer.

Las cremas, tratamientos, masajes, instrumentos y cuidados con los que se mima cada semana lo delatarían sin demora ante un tribunal homofóbico. Su hipotética defensa diría que es parte del estigma que todo hombre exitoso y juvenil de hoy en día debe soportar para hacer frente a las exigencias de una sociedad consumista de belleza artificial. De poco le serviría el argumento, pero al menos tendría algo que decir.

Pero Abraham es hombre como el que más. Cierto, no de esos que van a cazar tigres y leones, o que pueden detener el tráfico con una mirada, o que causa el suspiro de todas las mujeres a su alrededor. Pero es hombre. Y si no, cómo se explicaría que es alguien que combate ideas, ideas radicales. Combatirlas no es una tarea para débiles, como muchos saben. De hecho, ni es una tarea cabal. Las ideas se combaten con otras ideas, de la misma manera que sacas a una mujer de tu cabeza con otra mujer en tu otro extremo.

Hay cosas que deben ser separadas, destruidas, borradas para perdurar, para permanecer en el futuro y que tengan sentido. La historia de Abraham con la chica del suspiro es de esas cosas.Y si soportar los problemas que con ella ha tenido no lo hace un hombre, entonces no habrá nada que lo redima como tal.

En tales cosas pensaba con los ojos cerrados cuando el olor de la estrecha y delicada espalda sobre la cual restregaba su nariz le recordó su actual situación. La olisqueó lentamente y ahí estaba de nuevo la sensación. Ella expelía un olor a foráneo, a ajeno. Hora de levantarse y huir.

Ya estaba a punto de terminar con los zapatos cuando sintió la vibra. Volteó la cara sobre la cama y le sonrió. Si nunca la iba amar, al menos podía ser amable y mostrarse simpático con una puta sonrisa después de haberla poseído la noche anterior como si el mundo se fuera a terminar ya. Ella lo miró seriamente.

¿Ya te vas? - le preguntó al estilo son-las-seis-de-la-mañana con esa voz que de ella era lo único que realmente a él sí le gustaba bien.

Le respondió con una vaga excusa hablando del trabajo, tiempos y distancia, reportes y fechas límite, jefes y empleados, y luego una mediana retórica de por qué su presencia en el mundo corporativo de su empresa era innegablemente impostergable con las consecuencias cercanas al cataclismo de la economía mundial si osaba no irse en ese momento.

Como a la mitad de toda esa perorata ello lo comenzó a ignorar y volteó la cabeza cubriéndose con una costosa almohada de plumas de ala de unicornio. El la dejó ser. Total, era mejor una mujer sin sentimientos que sólo lo quería en la cama a la otra opción, una chica celosa y posesiva que le exigiera amor incondicional bajo cualquier circunstancia inimaginable posible. Como la del suspiro.

Abrió la puerta del baño y rió por dentro. Era hora de su ritual.

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