martes, 14 de julio de 2009

Calentamiento y flojera

Mayo fue un mes tan caluroso en la ciudad que no queda más que preguntarse por qué ahora es así, y antes no lo era. O no lo era tanto, al menos.

Volteo a mi alrededor y las estadísticas, números, proyecciones, gráficas y explicaciones de los departamentos mundiales encargados de analizar y - si fuese posible por favor - resolver el problema del calentamiento global se vuelven nulas.

La tele está apagada, pero no del todo. El clima de mi habitación está encendido, aunque no estoy ahí. La impresora, el cable modem, el escáner, todos encendidos. Refrigerador, horno de microondas, reproductor de dvd, luz interior y exterior, etc. Nada se desconecta. No es cómodo hacerlo.

Llegó el punto hace muchos, muchos, muchos años, en que nos rendimos como seres humanos a ser activos. Decidimos que eso de vivir siendo nómadas, no resultaba nice. Primero te inventas una forma de no morir de hambre. Listo, se nos ocurrió la agricultura. Luego nos dimos cuenta que plantar cosas implicaba mucho esfuerzo físico. Así que inventamos máquinas que nos ayudaran. Pero entonces resultó que como ya todo mundo podía quedarse en algún lugar, la gente no se cruzaría en el camino de manera accidental. ¿Y cómo entonces ibamos a ver a aquellos amigos, parientes y demás que dejamos en otros lados? Bueno, hora de inventar medios de transporte.

Los caballos resultaron algo decepcionantes porque, aunque usted no lo crea, estos animalitos también se cansaban, y ni siquiera las caricias con látigo los animaban a seguir. Aparecieron genios que una tarde de aburrición dijeron algo así como "vamos a inventar la puta máquina de vapor". Y así lo hicieron.

Y de ahí la historia se dispara aceleradamente como vector indicativo de la deuda externa nacional. Se requirió combustible para alimentar a las nuevas máquinas que nos facilitaban la vida. Y para conseguir ese combustible, se requerían nuevas tecnologías que pudieran explotar sin conmiseración alguna todo lo que quedase a su paso, llámase manto acuifero, selva tropical, tundra o aire.

Bien. Hasta aquí todo bajo control. La humanidad ahora estaba feliz porque tenía tiempo libre, ya no era necesario nacer para vivir trabajando y con eso lograr tener comida. Ahora se trabajaba de lunes a viernes, una tercera parte del día, y lo demás era diversión. Había que inventar cosas que nos dieran más placeres. Llegaron las televisiones y los radios para entretenernos, los aviones y los autos para llevarnos a donde hubiese más diversión, los teléfonos y computadoras para compartir toda nuestra felicidad.

Todo sin cansarnos, lo cual parece ser el sentido de la vida moderna. No importa que dos mil millones de televisores estén quemando miles de árboles cuando ni siquiera están completamente encendidos, sino en stand-by. No, no importa, porque al llegar del trabajo, tomaré el control remoto y con oprimir un botón, se encenderá, ahorrándome el terrible esfuerzo de buscar el cable de alimentación y conectarlo a la red eléctrica. Que Dios nos libre de hacer esfuerzos.

Por eso los días son más calurosos hoy en día. Vamos a un ritmo vertiginosos hacia la comodidad última que lo único que se nos ocurre para combatir el calor es usar más equipos de aire acondicionado que requieren joder más recursos naturales que finalmente van a repercutir en la variación de la temperatura del mundo. Ya veo entonces que la flojera calienta.

Y nos va a acabar.

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