domingo, 5 de julio de 2009

Escape

El interior del edificio es una trampa mortal. Abandonado como está contiene muchos resquicios desde los cuales un pistolero puede esconderse y dispararme a placer. También hay muchos riesgos, alguna mámpara débil cayendo sobre nuestras cabezas nos va a estropear la puntería. Alguna vieja tubería va a delatar nuestra posición. Una rata o dos o más pueden distraernos fatalmente.

Me concentro en la frialdad del arma que sostengo y decido que hoy no es un buen día para morir. Disparo por encima de mi altura que en ese momento es la mitad de la real porque estoy agachado justo detrás de lo que pretende ser una división entre oficinas y que tiene tantos hoyos como queso emmental. Es a través de esos agujeros que tengo una oportunidad. Tres disparos sin mucho sentido respondidos en la misma cantidad por mi contrincante nos hacen darnos cuenta que debemos cambiar de escenario para mostrar realmente de lo que estamos hechos. Aviento con todas mis fuerzas una silla oxidada en su dirección y lo escucho maldecir al momento que arranco la carrera en sentido contrario intentando no tropezar en la absorbente obscuridad. El dispara una vez pero deja de hacerlo cuando se da cuenta que no lo ataco sino al contrario. Encuentro un punto ventajoso sobre la escalera de emergencia y apunto a la única puerta de acceso. Me recuerdo que yo también quiero matarlo y contengo el impulso de seguir huyendo.

Mi celular suena y con ello delata mi posición. Adiós ventaja y bienvenidos disparos. Estar a menos de diez metros de un tirador experimentado en una situación de venganza profesional no es el tipo de situación que uno interrumpe para tomar una llamada por muy importante que pueda ser. Se me ocurre la idea de programar el celular para que suene y dejarlo en otra posición despistando con ello a quien-sea-que-me-está-siguiendo.

El plan funciona. Detrás del escritorio mi enemigo se delata y descarga su furia en dirección a donde escucha el ringtone. Con cuatro disparos certeros, lo paro en seco y de paso lo mato. No me siento culpable, pero tampoco feliz. ¿Por qué tenía que aniquilarlo?

Demasiadas series de detectives y agentes secretos últimamente.

Despierto y tengo la espalda entumida, como cuando el cuerpo se anticipa a recibir un bala. Pero al menos despierto.

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