domingo, 19 de julio de 2009

Conspiración

Cuando estás tan jodido, tan confundido, tan desacostumbrado a realmente pensar, la salida más sencilla es acusar. La salida más sencilla es crear una conspiración.

Más o menos así lo dice Umberto Eco en su grandiosa "El Péndulo de Foucault", uno de esos libros largos e impenetrables para quienes pecamos de ser débiles de voluntad. Umberto lo dice de una forma literaria que le toma más de setecientas páginas y una trama muy rica. Umberto lo dice como un sabio. Yo, que no soy ni un Umberto ni un sabio, lo parafraseo tal cual puedo.

La conspiración es una forma de encontrar a quien culpar cuando lo hemos echado a perder todo. La conspiración te quita vida tratando de descifrar galimatías estériles. La conspiración última es aquella que nos hace justificarla a si misma a pesar de su vacuidad.

Con todo, la conspiración nos encanta.

Tiene cierto encanto pensar que hace cientos de años un grupo de cabrones se confabularon para: a) conquistar el mundo; b) conquistar el mundo; y c) conquistar el mundo. Claro, la idea no era conquistar el mundo en ese momento, sino dejar pasar miles y miles y miles de días para que en algún punto perfectamente definido en el futuro el plan se pudiese consumar. Como fechas en el futuro se puede pensar en el inicio del año dos mil, el nacimiento del decimoséptimo heredero de la línea sucesoria o la alineación de la luna con toda la constelación del zodiaco por ejemplo. No importa qué tan ridículo y banal luzca la elección de la mágica fecha. Ten por seguro que a ellos, - los confabuladores, los conspiradores, los illuminati, o cavernícolas, o cristianos perseguidos, o judíos errantes, o lo que sea - no les parecía así.

Pueden existir conspiraciones de larga duración, pero no son la regla. Está impregnado en nuestra naturaleza ser débiles y quebrarnos al final, o a la mitad, o al principio si ya estamos en esas. Lo mejor es cuando nos quebramos cuando todavía ni se declara oficial la tal conspiración. Mantener un secreto personal por mucho tiempo ya es difícil, ahora uno dividido entre los miembros del clan, si no imposible, es muy difícil.

Se supone que en este momento - siempre es este momento - nos encontramos en el pináculo de la civilización. Somos el resultado de la acumulación de conocimiento y técnica de todos los pobres diablos que vivieron antes y aún con todo ello no podemos guardar secretos por - digamos - muchos años. Las intenciones se hacen también más evidentes y por lo mismo conspirar deja de ser divertido, cuando todos saben qué es lo que quieres.

Aplicando tal razonamiento podemos pensar en las dificultades reales que un grupo de "sabios" de la antiguedad encararon para elaborar planes tan complejos que hoy en día dejarían pasmados a nuestras mentes más pensantes.

Pocos secretos les salen bien a los gobiernos. Decir que el espectáculo de la ida a la luna fue algo montado en un estudio televisivo, lejos de la ofensa a los ingenieros de la NASA, es un hálago mayúsculo para todo el aparato estadounidense de inteligencia y manipulación de masas. Y halagarlos así es peligroso, por no decir estúpido, tomando en cuenta que es la misma maquinaria que ha orquestado desastres descomunales a lo largo y ancho de todo el planeta.

Decir que la influenza es un experimento diseñado para introducir agentes patógenos es, aparte de una mentada de madre a las personas que sí se han enfermado, dar crédito a los laboratorios que no tienen recursos para trabajar en las cosas que se requieren, pero sí para andar inventando nuevas mutaciones de virus que acaben con la humanidad. Nomás porque sí.

Decir que hay códigos secretos en la Biblia, el Corán, la Torah, el Capital, las pinturas de DaVinci, los ojos de la Virgen, y hasta en las tiras cómicas de Charly Brown, es conceder que nos van a resolver la vida desde el pasado. Que ellos sí sabían cosas importantes y nosotros no. Que tan lo sabían y por alguna extraña razón necesitaban mantenerlo en secreto para que un listo entre nosotros se lograse apoderar de aquello oculto.

Pensar en conspiraciones en cada esquina es un buen ejercicio para mantener la mente ágil. Finalmente dudar absolutamente de ellas nos deja en el otro extremo de la ingenuidad que nos atonta, pero darles crédito porque suenan lógicas es como aceptar que no podemos idear nuestro presente más que a base de recetas secretas cocinadas siglos atrás.

La lectura de Umberto Eco y el libro mencionado resulta imprescindible para los amantes de la paranoia. Algunos nos curamos de unos cuantos síntomas y sonreímos al final. Después de todo, el final es tan hermoso, como el mismo narrador de la novela dice.

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