miércoles, 24 de septiembre de 2008

¿Por qué corren?

La lluvia que contiene un pH menor a 5.6 es considerada ácida., y dado que estos días todo está al alza, dudo que el pH de la lluvia local ande siquiera debajo de pH 7. Damos por hecho pues que la lluvia en mi ciudad no es ácida, ni tóxica, ni derivada del agua bendita - que vaya a quemar a todos nosotros los pecadores - ni mucho menos indica preludio al tan anunciado futuro diluvio universal.

Así pues podemos establecer que la lluvia no es mala en si. Tenemos un pésimo sistema de drenaje y peores diseños de asentamientos habitacionales que nos hacen mentarle la madre al pobre fluido que sólo hace su ocasional trabajo cuando en realidad deberíamos cantar contra los estúpidos ingenieros civiles, arquitectos, urbanistas, gobernantes y nosotros mismos que no hemos sabido planear nuestra ciudad.

Una mañana, no hace mucho, caminé un par de calles y me mojé. Oh buen Dios, ¡me mojé! Probablemente con el agua que me cayó encima habría muerto de resfríado en mi niñez, chamaquito asmático y enfermizo después de todo. Pero ahora, en la plenitud de la vida - o eso me digo a diario - nada me hace daño.

" ¿Para qué mojarse?" pregunta un hipotético observador.

"¿Y por qué no?" Le contestó yo. Es una de esas respuestas que no dicen nada, pero ayudan mucho. Al menos le gana a uno tiempo para preparar el embate de críticas que generalmente se suceden después de que nuestro interrogador asimila la táctica.

El interrogador imaginario: "¿Por qué crees que la gente se protege de la lluvia?" me preguntaría en tono dichoso, tal cual un padre paciente a un hijo inteligente, pero algo necio en ocasiones.

"La gente se protege de la lluvia por mera imitación. Gritar, hacer estupideces y correr son acciones reflejo que se propagan más rápidamente que la gripe en una multitud" contestaría yo, monumento carnal de la sapiencia que nunca ha tropezado porque nunca ha ido muy lejos tampoco.

Si las ropas se mojan, entonces se cambian. Las bolsas, carteras y demás artilugios que carga uno son todo menos modelos anfibio, pero la posibilidad de que se llenen de líquido por unas cuantas calles bajo la deliciosa lluvia son mínimas. Menos me preocupa que se moje mi celular. Ha sobrevivido caidas, maltratos, formateos, malos usos, incluso lo he perdido en el extranjero al menos un par de veces y de alguna manera se las arregla para regresar a mi y - lo asombroso - para continuar funcionando. Si ha sobrevivido durante años a tres ex-novias, amigos curiosos, fiestas salvajes, una pinche lluviecita benigna no le va a hacer ni cosquillas.

La protección de un techo es el anhelo que los genes han almacenado desde la época de nuestros ancestros en las cavernas. El temor primitivo a estar expuesto al agua en condiciones no controladas - como en una albera o en la ducha - nos viene de miedos primarios a la exposición a depredadores que saben que somos torpes en la humedad, que el agua no es nuestro medio natural y que debilita nuestras defensas cuando permanecemos mucho tiempo bajo ella.

Volteo con confianza al cruzar una de esas calles largas y melancólicas y no veo ni un pinche tigre, o un flojo león o un cabrón tiranosaurio rex que me piense devorar en ese instante. Decido con firmeza y sigo caminando bajo la lluvia sin problemas, mientras quienes están cobijados en resquicios, casas y autos me miran con compasión.

Soy yo quien debería mirarlos así. Ellos no saben que tienen miedo.

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