jueves, 12 de marzo de 2009

La reunión bohemia inesperada

La llamé. Me contestó. Nos pusimos de acuerdo. La alcancé.

Una casa más, otra fiesta cualquiera de jóvenes celebrando eso, su inicio a la vida de adultos con las ventajas de poder echar la culpa a su inexperiencia. Había brandy, whisky, cerveza, vodka y ya. Creo.

No conocía a nadie, pero esas botellas y las cajetillas de cigarro me hicieron ver que el hielo se rompería en unos cinco segundos. Y así ocurrió efectivamente. Me senté en la mesa de la cocina hecha búnker con la confianza que te da el saberte más viejo y colmilludo, saber que te invitó la chica linda y saber que con mi entrenamiento de agente secreto en los cuarteles clandestinos de la CIA y mis habilidades de combate aprendidas en algún remoto templo oriental en el Tíbet podría derribar a cualquiera que osara darme problemas. Afortunadamente nadie tuvo que morir por mis manos esa noche.

Habían varias cosas fuera de lo común. Primera: estos chicos no tomaban por el mero hecho de tomar y perderse en el alcohol - aunque era muy factible que así terminara ocurriendo -sino con la intención total de platicar y ponerse al día en sus andanzas. Probablemente esto a mi circulo y a la Liga Extraordinaria le parezca irrelevante porque es lo que hacemos siempre. El alcohol nos ayuda a platicar más libremente, pero finalmente platicar y convivir son los ingredientes necesarios, y como side dish tenemos el alcohol. Pero eso a los 21 ó 22 ó 23 ó ya puestos a los 24 años no es tan común. La idea es embrutecerse per se.

Segunda: la música de fondo estaba varios decibeles debajo - ¡debajo! - de la escala donde el cerebro empieza a confundir sus propias ondas y sustituir los pensamientos con sonidos inexpugnables, lo cual por ende hace que tus movimientos se vuelvan torpes y descoordinados. En esta ocasión, en contra de todo lo que yo esperaba, se escuchaba la voz de José José, Roberto Carlos, y claro, Edith Marquez. Como ese giro inesperado de cantantes en una tertulia de veinteñeros no entraba en mi entendimiento del grupo - del cual para ese momento ya era también mi grupo - tuve que encontrar fórmulas eufemísticas para preguntar si los papás de nuestro anfitrión, J. de no más de 24, habían quemado los cedés de Daddy Yankee, Wisin & Yandel, etcétera. No, para nada, me dijeron con sus sonrisas amplias. ¿Si saben que existe algo llamado reguetton que toda la gente de su edad escucha con aires de caer enfermo si no lo tienen a la máxima potencia? No nos incomoda. Pero aquí escuchamos esto, ¿bien? Bien.

Y como yo también escucho eso muy seguido, seguí tomando brandy y platícando con mis nuevos amigos.

Le llegó el turno a la chica fan de Edith Marquez. Platiqué con ella después de darles consejos de la vida a otros dos, y comparar amistades con otros para darnos cuenta que el mundo es una insultante pelota de pelos conectados todos contra todos. Para cuando me dí cuenta la chica que platícaba las grandes obras de la Marquez ya tenía el control de nuestra conversación y no me quedó más que rendirme, prendiendo otro cigarro, cambiando de bebida, y abrazando comodamente a la nena que me había invitado.

Yo ignoraba como un 99% de la vida y logros de Edith Marquez, a excepción del hecho que había participado en la inolvidable serie de "Papá Soltero" con César Costa. Pero esa noche logré titularme con una maestría en la mujer gracias a la información proporcionada por su fan #1. Ignoraba yo el potencial, destreza, subliminalidad de la voz y aptitudes de la histriónica Marquez. Finalmente la chica que me ilustraba fue lo suficientemente civilizada para no hacerme sentir mierda por mi ignorancia y con gracia, estilo y naturalidad me iluminó en el sendero del verdadero conocimiento musical de Edith.

La noche terminó como debía terminar. Y yo recordaré a esos chicos que me dan esperanza en creer que el mundo aún tiene salvación.

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