lunes, 16 de marzo de 2009

La cuota

Computadora.

Televisión.

Teléfono.

Naves espaciales.

Condón.

Reloj.

Celulares.

iPod.

Los Oxxos.

Pregunta a cualquier amigo cuál cree que es el mejor invento de la humanidad y es muy probable que mencionen alguno de los de arriba. Yo difiero.

Y difiero no porque no me importen, o porque no crea que son útiles o porque no los use. No, no tiene nada que ver con eso. Difiero porque hay uno que todos, todos, todos absolutamente usamos y a la vez odiamos. Irónicamente es su omnipresencia lo que lo hace invisible. Es el único otro concepto que junto con el de la muerte la humanidad ha reconocido como imposible de eludir.

Así es. Efectivamente hablamos de los impuestos.

Dicen que ser mexicano es un orgullo. Y los de Ecuador creen que ser ecuatoriano lo es. Los chicos de Bielorrusia piensan igual de su país y así todos los demás.Vaya, hasta los de Uganda han de pensar con el mismo optimismo. Ser nacional de un país y estar orgulloso de ello tiene el mismo valor que estar orgulloso de la familia: ni la escogiste, ni la diriges y a veces ni la conoces toda. Pero estás ahí, atrapado de por vida y si naciste con buena estrella, tu grupo (tu país, tu familia) valdrá la pena. Hay unos más suertudos que otros y tienen a ambas situaciones a su favor: un país con oportunidades y gente que vale la pena, así como una famiia en la cual apoyarse y construir.

Pero nada es gratis. Y aunque hoy no hablaré de la familia, sí hablaré del hecho de sentirse patriota, mexicanisimo (o ugandicisisimo, o costarricensisimo, o lo que sea), nacionalista y defendor de la gran herencia de un país, que te repito, no escogiste.

Nacer tiene un costo geográfico, político, cultural y monetario enorme. Varios de esos factores se pueden muchas veces eludir con el tiempo y sobretodo con el desarrollo de capacidades de razonamiento medianamente aceptables. Pagar impuestos ha sido desde siempre la cruz que nos persigue sin importar donde estemos. En México tenemos el IVA, el ISR, el nuevo impuesto sobre ciertas cantidades depositadas en nuestras cuentas sin referencia fiscal, el ISAN, la Tenencia, el impuesto por ser guapo (alguno me tenía que ahorrar), el impuesto por decir estúpideces, el impuesto por tener el privilegio de contar con Televisa y TV Azteca, así como el impuesto por gobernantes de lujo.

Está claro que nadie, nadie, nadie en este planeta paga sus impuestos con alegría. Nadie ni siquiera los paga con una mediana sonrisa. Pocos son los que vacilan en hacerlo, porque saben que el gobierno puede perdonar cosas menos importantes - como violaciones, secuestros, corrupción, ineptitud, burocracia lenta, declaraciones infortunadas, malas negociaciones sobre patrimonio nacional - pero jamás la falta del pago puntual de impuestos al herario público.

Sabemos que los impuestos se cobran desde hace miles de años. Tiene cierta lógica que el grupo de gente en el poder cobre a sus subditos para tener recursos y así edificar obras, pagar salarios, apoyar proyectos, etcétera. En resumen: para poder ofrecer un nivel de vida satisfactorio a todos. Me das tu dinero, pero lo vamos a usar para darte algo a cambio, ¿okay?

Durante mi etapa de mozo (más) inocentón antes de entrar a la universidad, recuerdo haber sido testigo de las extorsiones clásicas - a esa edad yo creía que eran clásicas - por parte de los más rudos, fuertes y cabrones "alumnos" de nuestro salón hacia los más débiles pendejetes. Yo no estaba en ninguno ni otro bando, lo cual me permitía divertirme en silencio viendo cosas como...

- Orale chamaco, es hora de la cuota.

- ¿Qué cuota?

Dos golpes ampliamente sonoros en la corona craneal hacían reaccionar al sujeto de la extorsión. Entendía que tenía que dejar de comprar su torta y refresco el día de hoy gracias a los dos madracitos leves y al gesto internacional de la mano esperando dinero.

No hubo nunca necesidad de violencia. Todos los pobres pendejetes entendieron la cuestión de la cuota en el acto. No como una carga a su plácida vida dominada por la mafia escolar, sino como un hecho establecido del ser humano, en el cual si quieres seguir contando con todos los miembros de tu cuerpo, debes entender que ello conlleva un costo.

Fui, entonces, testigo de la historia: ví cómo nacieron los impuestos.

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