En una noche de no sé qué día de un mes olvidado nos reunimos porque podíamos hacerlo. Acudió gente de todos lados del país en un caótico y desordenado peregrinar. Coincidencias gratas de amigos en la ciudad patrocinados por sus respectivas empresas esa noche en especial.
Saludos, besos, abrazos, apretones de manos, chistes, discursos, brindis y más brindis en nuestro lugar. Llegó uno de los asistentes que vemos muy poco, y nos entregó unos devedés con la leyenda clara y fuerte al frente: El Secreto. Ví el redondo y flamante disco y le pregunté si había acción, violencia o sexo en la película. Me sonrió de manera paternal y me dijo que tenía que verla, y que después le podía dar las gracias. Yo dí una larga calada a mi Camel's y le adelanté el agradecimiento en forma de humo. Luego ignoré el disco y el comentario durante todo el resto de la larga velada. Pedí a la chica que fuera linda, hiciese algo y que guardase el devedé en su bolsa estilo maleta-para-viajar-a-Europa que no solo almacenaba inseguridades, maquillaje y otras tonterías sino que ahora también mis regalos por igual.
Al día siguiente encontré junto a mi el devedé con el intrigante título. Lo tomé con una mano y con la otra me despabilé. Encuentro todo ridículo en la mañana posterior a una borrachera, pelea, reunión, discusión, cigarros y todo los asuntos periféricos que conllevan los anteriores. Decidí no despertar del todo todavía, así que jalé la laptop - remanencias de mi época geek: la laptop no puede estar más de un brazo alejada de mi - y sin previa advertencia o palabras bonitas, introduje el disco. Véamos de qué se trata ésta chingadera, pensé.
Al ver los primeros treinta minutos, estuve a punto de tomar camino y aventar El Secreto a mi estimado conocido que me lo había regalado menos de 24 horas antes. Pero entre tener que levantarme, y llegar a donde quiera que se encontrara abrazado a su amorcito, decidí que bien podía terminar de ver toda la pinche película y así acumular más furia. Igual y con suerte hasta revelaban cuál era el putisimo secreto.
Y así fue. No tuve que esperar mucho. Por ahí del minuto 40 de la filmación mencionaron en qué consistía el secreto, la Ley de la Atracción. Explicaron, y explicaron, ejemplificaron y ejemplificaron, defendieron y defendieron que todo lo que decían era cierto, por dioscito santo. Esta ley, apoyada por físicos, doctores, matemáticos, metafísicos, guías espirituales, empresarios, religiosos, y gente común y corriente en la película, te puede cambiar la vida.
Ya en este punto, mi cerebro comenzó a funcionar y recordar que efectivamente había visto el libro de la película (¿o es ésta la película del libro?) circular entre algunas de mis amistades más esotéricas, metafísicas, amantes del feng-shui y practicantes de las flores de Bach. Incluso, había escuchado cotilleos en esos mismos circulos sobre un libro llamado El Secreto y en alguna ocasión una de ellas lo había dejado en un radio a menos de cinco metros de mis manos. Recuerdo, como entre neblina, que lo tomé, leí la primera página (nunca leas el resumen de la parte de atrás porque siempre pinta maravillas) y con eso me dí cuenta que si ese libro y mi interes fueran aviones, el libro estaría unos diez mil pies por debajo del vuelo de mi aeronave.
De algo pueden estar seguros: la misma horda que alaba Angeles y Demonios y El Código Da Vinci de Dan Brown, es la que compra y recomienda ésta guía de la resolución universal de problemas. Es el mismo conjunto de personas que confunden éxito$ literario$ con buena literatura, y que pueden llorar en un concierto de sus cantantes favoritos. No es ataque; mera descripción.
Pero una cosa es perder tiempo leyendo un libro que uno no quiere leer, y otra es ver una película con una horda de fanáticos enloquecidos y con un guión apabullante - porque literalmente te noquea el craneao escuchar las bondades de "El Secreto" tantas veces continuas. Lo segundo - ver malas pelis - es pasable, y después de noventa minutos, puedes comenzar a olvidarlo. Saber que leíste, digamos, el libro vaquero y novelas rosa de Jazmin y que eso te emocionaba en la secundaria es una vergüenza que te seguirá de por vida. Ver películas estúpidas sin sentido se vuelve un crimen no capital que todo el mundo comete todo el tiempo.
Mi crítica parcial de "El Secreto" se debe a que no cambió mi vida, pero aquella reunión donde lo recibí, sí.
Una prueba más de su efectividad, podrían argumentar los defensores de la tesis de la ley esa.
Whatever, diría yo. Porque a mi juicio, no hay más secreto que el por qué de algunas cosas. Y hasta eso, sólo de algunas cosas.
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