jueves, 2 de julio de 2009

Del carburador al fuel injection

Dedicado a esos que ven las cosas y se hacen preguntas.
Y que algunos llaman ingenieros.



Me encuentro en un estado de meditación zen de mediana intensidad. Cuatro computadoras me rodean y tres de ellas muestran la terrible pantalla azul de la muerte. La pantalla...azul...de...la...muerte. Preguntarme cómo llegué a este punto me invita a la reflexión.

Hace veinte, o treinta, o cuarenta años, ser hombre significaba saber de autos. Echarte debajo de tu vehículo, llenarte de grasa y usar las pinzas, llaves y demás herramientas con la destreza de un neurocirujano y sus fierros. Y antes de esa época, ser hombre sólo podía ser reclamado si habías estado en el ejército, matado unos cuantos, y haber sido parte de alguna de las guerras mundiales, o ya de perdida Vietnam o algo así.

Afortunadamente conforme las computadoras personales se fueron haciendo más y más presentes en el medio diario en la vida de los habitantes del planeta que no se están muriendo de hambre o matando en guerras interminables un nuevo tipo de hombría nació.

El experto en computadoras.

Hay quienes lo llaman gurú, otros le dicen nerd, otros lo etiquetan como genio o el futuro Bill Gates. Como gustes llamarlo. Todas las definiciones tienen en común que apuntan directamente al cerebro, conocimiento y experiencia del individuo para resolver los problemas de sus familiares, amigos y, en general, de cualquiera que tenga un equipo de cómputo en el mundo.

Por extensión, este individuo experto en computadoras debe saberlo todo sobre:

  • redes inalámbricas, no importa que sean civiles o militares, abiertas o encriptadas.
  • dispositivos de hardware de última generación, con hojas de datos.
  • programación, de objetos, de vectores, de arreglos y cualquier otra tendencia en boga junto con cualquier lenguaje recién publicado en las últimas dos semanas.
  • virus, cómo removerlos, cómo crearlos, y cómo conocerlos todos y con cada una de sus características.
  • ataques informáticos basados en negación de servicio, o cosas más sofisticadas.
  • los detalles de los últimos modelos de celular presentados a la prensa entre ayer y hoy.
  • la historia de la evolución de las computadoras, desde que Pascal para acá.
  • las cien páginas más importantes de la web para el caso que alguien requiera desde una receta de cocina hasta secretos para desarmar una bomba nuclear a punto de estallar, al puro estilo Jack Bauer.
Lo anterior es al menos lo deseable en cuanto al conocimiento que nuestro individuo debería tener. Puede agregar algunos otros trucos y habilidades, pero para sobrevivir en la mar de preguntas técnicas del vulgo, lo anterior debería bastar.

Nuestro experto debe saber todo eso por el hecho de que estudia, o trabaja, o está vagamente relacionado con computadoras. Los requisitos mínimos para ser llamado experto entre tus conocidos son

1) haber tomado un curso en MS-DOS hace cinco lustros lo cual lo capacita a uno para seguir siendo un confiable usuario top-notch en la tecnología más cutting-edge.

2) tener un cierto problema carpiano que nos deja las manos en posición a noventa grados de rotación contra el piso permanentemente.

3) haber logrado conectar en alguna ocasión los cables del CPU correctamente, sin que el hecho de que estos vengan etiquetados y en colores distintivos demerite tal proeza.

El experto en computadoras es paciente, o lo aparenta. En realidad vive constantemente cansado de las mismas consultas y ya no le queda de otra más que sonreir y disfrutar de cómo pequeños problemas se vuelven tsunamis en la mente de los no iniciados. El placer de ser siempre el chico-que-sabe-de-computadoras es que uno tiene esa sensación de ser admirado y envidiado.

No todo es miel sobre hojuelas. El momento más temido por cualquier iluminado es cuando se le presenta un reto al cual no puede dar respuesta inmediata. Sin excepción, el rostro de quien propuso el reto - el usuario neofito, esperanzado en la sabiduría del experto - se desfigura como papel periódico hecho pelota de basquetbol. Lo que sucede en esa interacción entre el desarmado usuario y el experto es lo mismo que entre un feligrés necesitado de consejo y un sacerdote borracho que sólo acierta a hablar de su vida pederasta: desilusión total.

Recibir un firme y genuino apretón de manos al reparar cualquiera que haya sido el problema, un beso, una palmada en la espalda, o una sonrisa reluciente, es la recompensa. Romper corazones y presupuestos ajustados, es la caída. Y el mundo no está para soportar eso.

Por eso estamos aquí, para salvar a la humanidad.

De usuario en usuario.

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